Teoría del conocimiento

Teoría

 

¿Qué es conocer?

¿Podemos estar seguros de lo que conocemos? ¿De dónde proviene nuestro conocimiento? ¿Hay alguna fuente absolutamente fiable de conocimiento? ¿Puede la imaginación ser fuente de conocimiento? ¿Puede la sensación de certeza determinar si lo que conocemos es realmente verdadero? ¿Es posible justificar totalmente nuestro conocimiento? ¿Hay una diferencia clara entre conocimiento y opinión?

 

Teorías del conocimiento de la antigüedad

Mientras que la mayoría de los presocráticos se interesaron principalmente en el conocimiento de la realidad exterior, de la naturaleza, Sócrates (470-399 a. C.) comenzó a prestar atención a los conceptos e ideas que parecen subyacer a nuestras experiencias sensibles y a nuestra comunicación con otros seres humanos.

Sócrates

Sócrates fue quizá el primer filósofo que subraya la importancia de la razón como herramienta indispensable para alcanzar un conocimiento objetivo de los conceptos y las ideas que, para él, son la verdadera realidad. El método de conocimiento que él sigue es dialéctico, es decir, basado en el diálogo o conversación, y tiene dos pasos. El primer paso es la ironía, que consiste en mostrarse ignorante sobre el tema que se discute para luego, a través de preguntas, hacer ver al interlocutor que él tampoco sabe lo que creía saber. El segundo paso es la mayéutica, que significa «dar a luz», es decir, sacar a la luz o darnos cuenta, a través de las preguntas que nos van planteando, de los conocimientos que todos tenemos ya en nuestro interior.

A Sócrates se le suelen contraponer los sofistas, que fueron los primeros maestros profesionales de retórica y oratoria. Estos eran diplomáticos y embajadores de diversas partes de la antigua Grecia que llegaron a Atenas y allí discutieron con Sócrates sobre la posibilidad del conocimiento. Algunos de ellos defendían el relativismo, es decir, la idea de que no existe una verdad absoluta y objetiva, sino que cada uno tiene la suya, y otros el escepticismo, según el cual directamente no existe la verdad y, en el caso de que existiera, no se podría conocer.

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Platón

Platón (428/7-348/7 a. C.) sigue los pasos de Sócrates en la defensa de la existencia de conceptos o ideas objetivas verdaderamente reales (inmateriales, eternas, fijas…), que podemos recordar a partir de la observación de las cosas del mundo material (materiales, temporales, cambiantes…), cuya existencia depende de aquellas, y también a través de la discusión sobre los conceptos que damos por supuesto y permiten que nos comuniquemos los unos con los otros. Porque, para Platón, conocer no es otra cosa que recordar (reminiscencia), darnos cuenta, del conocimiento que ya tenemos de esas Ideas en nuestra alma desde incluso antes de nacer. Esto es posible porque, según Platón, nuestras almas preexisten en el mundo de las Ideas antes de haber caído al mundo sensible y conformarnos como seres humanos. Además, Platón, distingue varios grados de conocimiento, concretamente en dos pasajes de su obra República conocidos como el símil de la línea y el mito de la caverna.

En el símil de la línea (República, 509d–511e), Platón propone dividir una línea en dos segmentos desiguales. El primero, más pequeño, representaría el grado de conocimiento que se puede tener de los objetos que casi no existen, esto es, de las cosas materiales, que, según Platón, no puede ser más que mera opinión o doxa. Esto es así porque estas cosas cambian constantemente y su ínfima realidad la obtendrían por participar de Ideas o conceptos, los cuales existen por sí mismos y no cambian, sino que son siempre los mismos . De estos últimos sí cabe un verdadero conocimiento o episteme, al que remite el último segmento. Dentro de cada uno de esos grandes segmentos establece Platón una nueva división, también desigual, de manera que, de izquierda a derecha, los segmentos son cada vez mayores, significando con ello que los anteriores son copias imperfectas de los posteriores. Así, de la división del segmento dedicado a la doxa aparecen, en primer lugar, la eikasía o imaginación, que sería la opinión que nos podemos hacer de las cosas que imaginamos o son sombras de los objetos que percibimos por medio de los sentidos. Es decir, de las cosas que son objeto de creencia o pístis en el siguiente segmento. De la división del segmento dedicado a la episteme surgen la dianoia y la noesis. La dianoia o pensamiento discursivo (razonamiento, cálculo) es el conocimiento que es posible tener de los entes o realidades matemáticas, como las formas geométricas. Platón entiende estas cosas matemáticas «como entes intermedios, diferentes, por una parte, de los objetos sensibles por ser eternas e inmóviles, y, por otra, de las Ideas, por ser muchas semejantes, mientras que la Idea misma es solo una en cada caso» (Aristóteles, Metafísica, Libro I, Capítulo 6, 987b 15). El caso es que, según Platón, el conocimiento de esas entidades matemáticas lo podemos alcanzar recordándolas a partir de la observación de cosas del mundo sensible que participan de ellas. Finalmente, la noesis es el conocimiento intuitivo, es decir, inmediato, de las Ideas (Bien, Justicia, Belleza…), la verdadera realidad.

En el mito de la caverna (República, 514a – 517a), Platón pide que nos imaginemos una caverna en cuyo fondo están atados unos prisioneros de manera que solo pueden mirar hacia el frente, donde hay una pared sobre la que se proyectan unas sombras generadas por una fogata que ilumina unas figuras transportadas por otros hombres que van por un sendero. Así que lo único que los prisioneros conocen y a lo que atribuyen, por tanto, realidad, es a esas sombras y a los sonidos y palabras que escuchan de los hombres. En esa situación se pregunta qué pasaría si un prisionero es arrastrado a la fuerza a mirar las figuras que transportan esos hombres, luego al fuego y, finalmente, a salir de la caverna. Platón argumenta que, en un primer momento, el prisionero quedaría cegado por la luz del fuego, pero que luego se iría dando cuenta del engaño en el que había vivido e iría cobrando conciencia de que, en realidad, está siendo liberado. Una vez fuera de la caverna podría ver las verdaderas sombras, cosas y el sol que las ilumina, llegando a la conclusión que lo de la caverna no son más que copias imperfectas de lo verdaderamente real. Y así, no tendría ningún deseo de volver a ese mundo de meras apariencias, pero querría liberar a sus antiguos compañeros de la ignorancia en la que permanecen. No obstante, ellos se resistirían, pensando que les intenta engañar. Por lo tanto, en este mito también se aprecian los diferentes niveles de realidad y los distintos grados de conocimiento que defiende Platón.

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Aristóteles

Aristóteles (348-322 a. C.) fue discípulo de Platón, pero tiene una teoría del conocimiento completamente diferente, ya que niega la existencia del mundo de las Ideas así como la doctrina de la reminiscencia. Para Aristóteles, el origen de todo nuestro conocimiento está en las sensaciones que experimentamos por medio de nuestros sentidos. Estas nos informan de los objetos que hay a nuestro alrededor y sus características. Pero, a diferencia de otros seres vivos, los humanos, según Aristóteles tenemos, además, una facultad llamada Entendimiento (Nous) que nos permite comprender y entender el mundo. El Entendimiento es la capacidad de captar las esencias o formas universales de las cosas, más allá de sus características particulares que percibimos con los sentidos, y opera de la siguiente manera: el Entendimiento agente ilumina las formas de las cosas haciendo que, de alguna manera, se impriman en el Entendimiento paciente. Es así como, de la experiencia sensible de lo concreto abstraemos, con el Entendimiento, la categoría o idea universal que está en la forma de las cosas.

Por otra parte, Aristóteles distingue dos tipos de razonamientos según su uso y contenido pues, mientras que en ciertos ámbitos razonamos con premisas completamente verdaderas, en otros ámbitos razonamos a partir de premisas meramente probables o verosímiles. Los primeros son los razonamientos científicos. Los segundos, los razonamientos dialécticos. En el caso de los razonamientos científicos o demostraciones, las premisas han de ser verdaderas y causas de la conclusión, ya que la ciencia es un conocimiento que parte de causas para llegar a verdades universales y necesarias. Este modelo de ciencia se inspira en la geometría, aunque se aplica a muchos ámbitos concretos de la realidad. Según Aristóteles cada ciencia se ocupa de un género determinado de cosas, tratando de demostrar sus propiedades. Cada género tiene unos axiomas particulares, aunque también hay axiomas comunes a más de un género. El axioma más común es el Principio de No-contradicción, según el cual nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido.

Respecto a los razonamientos científicos, Aristóteles es el primero en desarrollar el método inductivo-deductivo. Consiste en:

  • Inducción: extracción de principios generales explicativos de los fenómenos particulares del mundo a partir de las observaciones de tales fenómenos.
  • Deducción: extracción de verdades respecto de los fenómenos particulares a partir principios generales.

induccion deduccion

Aristóteles defiende que los principios generales a los que llegamos mediante este método son necesariamente verdaderos.

En el caso de los razonamientos dialécticos se parte de opiniones establecidas, compartidas por la mayoría, no de enunciados verdaderos. Este tipo de razonamientos nos permiten comportarnos racionalmente en aquellos ámbitos que no son susceptibles de demostración como, por ejemplo, en las deliberaciones morales o políticas. Aristóteles entiende que la dialéctica es universal en el sentido de que capacita para argumentar sobre cualquier tema, y se sirve del diálogo para poner a prueba las opiniones comunes, siempre evitando caer en contradicción.

Ligados a estos dos tipos de razonamientos, Aristóteles diferencia tres tipos de saberes: saberes teóricos, saberes prácticos y saberes productivos.

Tipos de ciencias o saberes según Aristóteles
Saberes Teóricos (Metafísica, Física, Biología, Matemáticas, Lógica, Psicología, etc.)
  • su fin es el conocimiento mismo
  • se ocupan de lo que es necesario (vs. contingente)
Saberes Prácticos (Ética y Política)
  • su fin está orientado a la acción humana
  • se ocupa de lo que puede ser de otra manera diferente de como es, es decir, lo contingente (vs. necesario)
Saberes Productivos (Arte, Retórica, Poética, etc.)
  • buscan producir cosas

La finalidad de los saberes teóricos no está fuera de ellos mismos, es decir, su finalidad es el conocimiento mismo. La finalidad de los saberes prácticos es la regulación de la conducta. Esta distinción se basa en la realidad conocida en cada tipo de saber. Según Aristóteles la ciencia se ocupa de lo que es necesario, es decir, de lo que no se puede modificar y solo queda contemplarlo, de ahí que su conocimiento sea esencialmente teórico. Por otro lado, el conocimiento práctico versa sobre lo que puede ser de otra manera que como es y, por tanto, es susceptible de ser modificado por el hombre. Así, al saber práctico le corresponde el estudio de la conducta humana a fin de establecer criterios para su orientación.

Práctica

 

1.- Responda este cuestionario sobre los tipos de razonamientos y de saberes según Aristóteles.

2.- Lea atentamente estos textos y responda a las preguntas:

En efecto, conocíais sin duda a Querefonte. Éste era amigo mío desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con vosotros. Y ya sabéis cómo era Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto -pero como he dicho, no protestéis, atenienses-, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Acerca de esto os dará testimonio aquí este hermano suyo, puesto que él ha muerto. Pensad por qué digo estas cosas; voy a mostraros de dónde ha salido esta falsa opinión sobre mí. Así pues, tras oír yo estas palabras reflexionaba así: «¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: «Éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo.» Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión, y también allí me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Después de esto, iba ya uno tras otro, sintiéndome disgustado y temiendo que me ganaba enemistades, pero, sin embargo, me parecía necesario dar la mayor importancia al dios. Debía yo, en efecto, encaminarme, indagando qué quería decir el oráculo, hacia todos los que parecieran saber algo. Y, por el perro, atenienses -pues es preciso decir la verdad ante vosotros-, que tuve la siguiente impresión. Me pareció que los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más importante para el que investiga según el dios; en cambio, otros que parecían inferiores estaban mejor dotados para el buen juicio.

Platón & Calonge, R. J. (1982). Apología de Sócrates. Diálogos. Tomo I, pp. 154-155.

  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Sóc. — Mi arte de partear tiene las mismas características que el de ellas, pero se diferencia en el hecho de que asiste a los hombres y no a las mujeres, y examina las almas de los que dan a luz, pero no sus cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad que tiene de poner a prueba por todos los medios si lo que engendra el pensamiento del joven es algo imaginario y falso o fecundo y verdadero. Eso es así porque tengo igualmente, en común con las parteras, esta característica: que soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna respuesta acerca de nada por mi falla de sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es que el dios me obliga a asistir a otros pero a mí me impide engendrar. Así es que no soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede, como ellos mismos y cualquier otra persona puede ver. Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos.

Platón & Vallejo, C. A. (1988). Teeteto. Diálogos. Tomo V, pp. 189-190.

  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Sócrates. – Por consiguiente, el saber no radica en nuestras impresiones, sino en el razonamiento que hacemos acerca de estas. Aquí, efectivamente, es posible aprehender el ser y la verdad, pero allí es imposible.

Teeteto. -Evidentemente.

– ¿Vas a darle, entonces, el mismo nombre a una y a otra cosa, cuando son tan diferentes?

– No sería justo, ciertamente.

– ¿Qué nombre le atribuyes, pues, a aquello, al ver, oír, oler, sentir frío o calor?

– Yo lo llamo percibir. ¿Qué otro nombre podría darle?

– Luego a todo eso le das en conjunto el nombre de percepción.

– Necesariamente.

– Y decimos que esto no participa en la aprehensión de la verdad, pues no participa en la aprehensión del ser.

– Por supuesto que no.

– Luego tampoco en la aprehensión del saber.

– No, en efecto.

– Por consiguiente, Teeteto, la percepción y el saber nunca podrán ser una misma cosa.

– Parece que no, Sócrates. Ahora es cuando especialmente se ha puesto de manifiesto que el saber es algo diferente de la percepción.

Platón (Teeteto 186d,e; Teeteto, 151e-183c) en Verneaux, R. (1988). Textos de los grandes filósofos, pp. 19-22.

  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

– Sin embargo, dijo Sócrates, no digo nada nuevo, nada que no haya dicho en mil ocasiones. Para explicarte el método que he utilizado en la búsqueda de las causas, vuelvo primero a lo que tanto he repetido. Así pues digo que existe una belleza en sí y por sí, un bien, una grandeza, y así todo lo demás. Si me concedes la existencia de estas cosas, espero demostrarte por medio de ellas por qué el alma es inmortal.

– Te lo concedo, dijo Cebes, no podrías acabar pronto tu demostración.

– Fíjate bien en lo que va a seguir, y ve si no estás de acuerdo conmigo. Me parece que si hay alguna cosa bella, además de lo bello en sí, sólo puede ser bella porque participa en esta misma belleza; y así todas las demás cosas. ¿Me concedes esta causa?

– Sí, te la concedo.

– Entonces, no comprendo todas estas otras causas sabias. Si alguien me dice que lo que hace que una cosa sea bella, es la vivacidad de sus colores o la proporción de sus partes, o cualquier otra cosa semejante, dejo de lado todas estas razones que no hacen más que ofuscarme, y respondo sin ceremonia y sin arte, y tal vez demasiado simplemente, que nada la hace bella sino la presencia o la comunicación de esta belleza en sí, sea cual fuere el modo cómo esta comunicación se produzca. Pues yo no afirmo nada después de esto. Afirmo solamente que es por la belleza que son bellas todas las cosas bellas. Mientras me mantenga en este principio, no creo que pueda equivocarme, y estoy persuadido de que puedo responder con toda seguridad que las cosas bellas son bellas por la presencia de la belleza. ¿No te parece así también?

– Perfectamente.

Platón (Fedón, 100a-c) en Verneaux, R. (1988). Textos de los grandes filósofos, pp. 24-26.

  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Toma ahora una línea dividida en dos partes desiguales; divide nuevamente cada sección según la misma proporción, la del género de lo que se ve y otra la del que se intelige, y tendrás distinta oscuridad y claridad relativas; así tenemos primeramente, en el género de lo que se ve, una sección de imágenes. Llamo «imágenes» en primer lugar a las sombras, luego a los reflejos en el agua y en todas las cosas que. por su constitución, son densas, lisas y brillantes. y a todo lo de esa índole. ¿Te das cuenta?

– Me doy cuenta.

– Pon ahora la otra sección de la que esta ofrece imágenes, a la que corresponden los animales que viven en nuestro derredor , así como todo lo que crece, y también el género íntegro de cosas fabricadas por el hombre.

– Pongámoslo.

– ¿Estás dispuesto a declarar que la línea ha quedado dividida, en cuanto a su verdad y no verdad, de modo tal que lo opinable es a lo cognoscible como la copia es a aquello de lo que es copiado?

– Estoy muy dispuesto.

– Ahora examina si no hay que dividir también la sección de lo inteligible.

– ¿De qué modo?

– De este. Por un lado. en la primera parte de ella, el alma, sirviéndose de las cosas antes imitadas como si fueran imágenes, se ve forzada a indagar a partir de supuestos, marchando no hasta un principio sino hacia una conclusión. Por otro lado, en la segunda parte, avanza hasta un principio no supuesto, partiendo de un supuesto y sin recurrir a imágenes -a diferencia del otro caso-, efectuando el camino con Ideas mismas y por medio de Ideas.

– No he aprehendido suficientemente esto que dices.

– Pues veamos nuevamente; será más fácil que entiendas si te digo esto antes. Creo que sabes que los que se ocupan de geometría y de cálculo suponen lo impar y lo par, las figuras y tres clases de ángulos y cosas afines, según lo que investigan en cada caso. Como si las conocieran, las adoptan como supuestos, y de ahí en adelante no estiman que deban dar cuenta de ellas ni a sí mismos ni a otros, como si fueran evidentes a cualquiera; antes bien, partiendo de ellas atraviesan el resto de modo consecuente, para concluir en aquello que proponían al examen.

– Sí, esto lo sé.

– Sabes, por consiguiente, que se sirven de figuras visibles y hacen discursos acerca de ellas, aunque no pensando en estas sino en aquellas cosas a las cuales estas se parecen, discurriendo en vista al Cuadrado en sí y a la Diagonal en sí, y no en vista de la que dibujan, y así con lo demás. De las cosas mismas que configuran y dibujan hay sombras e imágenes en el agua, y de estas cosas que dibujan se sirven como imágenes, buscando divisar aquellas cosas en sí que no podrían divisar de otro modo que con el pensamiento.

– Dices verdad.

– A esto me refería como la especie inteligible. Pero en esta su primera sección, el alma se ve forzada a servirse de supuestos en su búsqueda, sin avanzar hacia un principio, por no poder remontarse más allá de los supuestos. Y para eso usa como imágenes a los objetos que abajo eran imitados, y que habían sido conjeturados y estimados como claros respecto de los que eran sus imitaciones.

– Comprendo que te refieres a la geometría y a las artes afines.

– Comprende entonces la otra sección de lo inteligible, cuando afirmo que en ella la razón misma aprehende, por medio de la facultad dialéctica, y hace de los supuestos no principios si no realmente supuestos, que son como peldaños y trampolines hasta el principio del todo, que es no supuesto, y, tras aferrarse a él, ateniéndose a las cosas que de él dependen, desciende hasta una conclusión, sin servirse para nada de lo sensible, sino de Ideas, a través de Ideas y en dirección a Ideas, hasta concluir en Ideas.

– Comprendo, aunque no suficientemente, ya que creo que tienes en mente una tarea enorme: quieres distinguir lo que de lo real e inteligible es estudiado por la ciencia dialéctica, estableciendo que es más claro que lo estudiado por las llamadas «artes», para las cuales los supuestos son principios. Y los que los estudian se ven forzados a estudiarlos por medio del pensamiento discursivo, aunque no por los sentidos. Pero a raíz de no hacer el examen avanzando hacia un principio sino a partir de supuestos, te parece que no poseen inteligencia acerca de ellos, aunque sean inteligibles junto a un principio. Y creo que llamas «pensamiento discursivo» al estado mental de los geómetras y similares, pero no «inteligencia»; como si el «pensamiento discursivo» fuera algo intermedio entre la opinión y la inteligencia.

– Entendiste perfectamente. Y ahora aplica a las cuatro secciones estas cuatro afecciones que se generan en el alma; inteligencia, a la suprema; pensamiento discursivo, a la segunda; a la tercera asigna la creencia y a la cuarta la conjetura; y ordénalas proporcionadamente, considerando que cuanto más participen de la verdad tanto más participan de la claridad.

Platón & Eggers, L. C. (1988). República. Diálogos. Tomo IV, pp. 335-337.

  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

– Después de eso -proseguí- compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como esta. Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar solo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.

– Me lo imagino.

– Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases: y entre los que pasan unos hablan y otros callan.

– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.

– Pero son como nosotros. Pues, en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?

– Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.

– ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?

– Indudablemente.

– Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven?

– Necesariamente.

– Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?

– iPor Zeus que sí!

– ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados?

– Es de toda necesidad.

– Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz y, al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio, está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado de tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?

– Mucho más verdaderas.

– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que estas son realmente más claras que las que se le muestran?

– Así es.

– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?

– Por cierto, al menos inmediatamente.

– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.

– Sin duda.

– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo cómo es en sí y por sí, en su propio ámbito.

– Necesariamente.

– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.

– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.

– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?

– Por cierto.

– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y que envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquellos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?

– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.

– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?

– Sin duda.

– Ysi tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?

– Seguramente.

– Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de esta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.

Platón & Eggers, L. C. (1988). República. Diálogos. Tomo IV, pp. 338-342.

  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Por consiguiente, es necesario poseer una facultad <de adquirirlos>, pero no de tal naturaleza que sea superior en exactitud a los mencionados <principios>. Ahora bien, parece que esto se da en todos los seres vivos. Pues tienen una facultad innata para distinguir, que se llama sentido; pero, estando el sentido <en todos>, en algunos animales se produce una persistencia de la sensación y en otros, no. Así, pues, todos aquellos en los que <esta persistencia> no se produce (en general o para aquellas cosas respecto de las cuales no se produce), no tienen ningún conocimiento fuera del sentir; en cambio, aquellos en los que se da <aquella persistencia> tienen aún, después de sentir, <la sensación> en el alma. Y al sobrevenir muchas <sensaciones> de ese tipo, surge ya una distinción, de modo que en algunos surge un concepto a partir de la persistencia de tales cosas, y en otros, no.

Así, pues, del sentido surge la memoria, como estamos diciendo, y de la memoria repetida de lo mismo, la experiencia: pues los recuerdos múltiples en número son una única experiencia. De la experiencia o del universal todo que se ha remansado en el alma, <como> lo uno cabe la pluralidad, que, como uno, se halla idéntico en todas aquellas cosas, <surge el> principio del arte y de la ciencia, a saber: si se trata de la realización, <principio> del arte, si de lo que es, <principio> de la ciencia.

[…]

En efecto, cuando se detiene en el alma alguna de las cosas indiferenciadas, <se da> por primera vez lo universal en el alma (pues, aun cuando se siente lo singular, la sensación lo es de lo universal, v.g.: de hombre, pero no del hombre Calias); entre estos <universales> se produce, a su vez, una nueva detención <en el alma> hasta que se detengan los indivisibles y los universales, v.g.: se detiene tal animal hasta que se detenga animal, y de igual modo <ocurre> con esto último. Está claro, entonces, que nosotros, necesariamente, hemos de conocer por comprobación, pues así <es como> la sensación produce <en nosotros> lo universal.

Aristóteles y Candel Sanmartín, M. (1988). Analíticos segundos. Tratados de lógica (Organon). Vol. 2, pp. 436-439.

  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Artículo

 

Pasos para escribir un artículo filosófico (II)

2. ¿Cómo seleccionar las fuentes?

La selección de las fuentes debe empezar por las fuentes secundarias para luego acceder a las fuentes primarias:

  • Las fuentes secundarias son los documentos, libros, artículos, etc. de autores que comentan o interpretan lo que dicen las fuentes primarias. Por ejemplo, W. K. C. Guthrie, en su obra Historia de la filosofía griega, analiza y comenta los textos de los filósofos de la Grecia antigua.
    • Fuentes secundarias son enciclopedias, manuales de consulta, historias generales sobre la materia, documentales, vídeos divulgativos, etc.
    • Elige las que mejor entiendas, encajen con lo que ya sabes, te sean más fáciles de manejar sin perder, con ello, rigor.
  • Las fuentes primarias son el conjunto de documentos, libros, artículos, etc. de los autores que aportan su visión propia sobre un tema. Por ejemplo, en una investigación sobre la teoría de las Ideas de Platón, las fuentes primarias serían los propios textos de Platón.

 

Para distinguir buenas fuentes de las que no lo son es útil hacerse las siguientes preguntas:

  • Autoría: ¿quién firma o se hace responsable de la información?
    • Nos podemos fiar de organismos oficiales, universidades, centros de investigación, revistas especializadas, enciclopedias.
    • No debemos fiarnos de sitios web sin copyright, sin autoría, comerciales, con publicidad.
  • Actualización: ¿cuándo se ha creado o revisado la información?
    • Una fuente fiable indica la fecha de creación o actualización de sus documentos.
  • Relevancia: ¿tiene relación directa con tu investigación?
  • Cobertura: ¿trata con suficiente profundidad el tema?
    • Una buena fuente organiza su contenido en apartados.
    • Una buena fuente presenta suficiente información en cada apartado.
  • Bibliografía: ¿se basa en otras fuentes fiables?
    • Una buena fuente indica las fuentes de las que se sirve y las referencia.

 


1. Busque las siguientes obras e indique si son fuentes primarias o secundarias:

Primaria Secundaria
Enciclopedia Oxford de filosofía
El banquete
Historia de la teoría política
Ética a Nicómaco
Los filósofos presocráticos
La odisea

 

2. Examine las siguientes fuentes e indique si son buenas o malas:

Buena Mala
Filosofía para mí
Internet Encyclopedia of Philosophy
Resúmenes de libros
Stanford Encyclopedia of Philosophy
Wuolah
Proyecto Scio

 

3. Haga un listado con las fuentes secundarias y primarias que va a consultar para escribir su artículo.


 

Recursos

 

Bibliografía:

  • Abbagnano, N. (1994). Historia de la filosofía. Vol 1. Hora.
  • Aristóteles y Candel, M. (2011). Aristóteles. Tomo I. Gredos.
  • Aristóteles. (2011). Aristóteles. Tomo II. Gredos.
  • Aristóteles y Candel Sanmartín, M. (1982). Tratados de lógica (Organon). Vol. 1. Gredos.
  • Aristóteles y Candel Sanmartín, M. (1988). Tratados de lógica (Organon). Vol. 2. Gredos.
  • Capelle, W. & Lledó, E. (1992). Historia de la filosofía griega. Gredos.
  • Cornford, F. M. (1980). Antes y después de Sócrates. Ariel.
  • Copleston, F. C. (2001). Historia de la filosofía. Tomo I. Grecia y Roma. Ariel.
  • Diógenes Laercio. (2020). Vidas de los filósofos más ilustres. Página:Diogenes Laercio Tomo I.djvu/34. (2020, marzo 15).
  • Guthrie, W. K. C. (1990). Historia de la filosofía griega IV. Gredos.
  • Guthrie, W. K. C. (1992). Historia de la filosofía griega V. Gredos.
  • Guthrie, W. K. C. (1993). Historia de la filosofía griega VI. Gredos.
  • Jenofonte & Zaragoza, B. J. (1993). Recuerdos de Sócrates. Gredos.
  • Kenny, A. (2005). Breve historia de la filosofía occidental: Paidós.
  • Martínez Marzoa, F. (2000). Historia de la filosofía antigua. Akal.
  • Martínez Marzoa, F. (2000). Historia de la filosofia vol. 1: Istmo.
  • Platón & Calonge, R. J. (1982). Diálogos. Tomo I. Gredos.
  • Platón & Calonge, R. J. (1983). Diálogos. Tomo II. Gredos.
  • Platón & García, G. C. (1986). Diálogos. Tomo III. Gredos.
  • Platón & Eggers, L. C. (1988). Diálogos. Tomo IV. Gredos.
  • Platón & Vallejo, C. A. (1988). Diálogos. Tomo V. Gredos.
  • Platón & Lisi, F. L. (1992). Diálogos. Tomo VI. Gredos.
  • Platón & Gómez, C. P. (1992). Diálogos. Tomo VII. Gredos.
  • Platón & Lisi, F. L. (1992). Diálogos. Tomo VIII.  Gredos.
  • Platón & Lisi, F. L. (1999). Diálogos. Tomo IX. Gredos.
  • Reale, G. & Antiseri, D. (1988). Historia del pensamiento filosófico y científico. Tomo I. Herder.
  • Russell, B., Gómez, . S. J., Dorta, A., & Mosterín, J. (2004). Historia de la filosofía occidental. Espasa-Calpe.
  • Sánchez, M. D. (2001). Teoría del conocimiento. Madrid: Dykinson.
  • Sánchez Meca, D. (2013). Historia de la filosofía antigua y medieval: Dykinson.
  • Stevenson, L., Haberman, D. L., Wright, P. T. & Witt, C. (2018). Trece teorías de la naturaleza humana. Cátedra.
  • Störig, H. J. (2012). Historia universal de la filosofía. Tecnos.
  • Verneaux, R. (1988). Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua. Herder.

 

Vídeos:

 

Argumentación

 

Posibles cuestiones del examen argumentativo:

1.- ¿Es posible un conocimiento perfectamente objetivo de algo?

2.- ¿Es el conocimiento algo diferente de una opinión bien fundada?

 

Elementos del texto argumentativo

  • Interpretación y contextualización de la cuestión
    • Maneras de entender o interpretar la pregunta. ¿A qué se refiere la pregunta? Algunos de los conceptos que aparecen en ella se pueden interpretar de diferentes maneras, por lo que se puede referir a muchas cosas. Así que hay que interpretarla, concretarla. En este punto hay que señalar los conceptos que admiten más de una interpretación y escribir cómo se reformularía la pregunta inicial dándole cada una de esas interpretaciones.
    • Implicaciones de tal o cual interpretación de la pregunta. De cada una de las interpretaciones que hemos dado de la pregunta inicial hay que decir qué consecuencias tendría planteárnoslas. Es decir, para qué serviría responder a cada una de esas interpretaciones.
    • Relevancia o importancia de tal o cual interpretación. Hay que decir cuál de las interpretaciones que se han dado de la pregunta inicial sería más interesante o importante, diciendo por qué. Y también por qué las otras no son tan relevantes y por qué.
    • Elección de una interpretación de la pregunta a la que dar respuesta. Aquí hay que decir que se elige dar respuesta a la interpretación que antes se ha dicho que es la más importante. Si se elige otra, sería incoherente, por lo que restaría puntos.
    • Problemas u otras cuestiones asociadas a la interpretación elegida. La interpretación que se ha elegido como la más importante da lugar a otras preguntas relacionadas con ella. Aquí hay que escribir alguna de esas otras preguntas.
  • Tesis (respuesta tentativa a la pregunta)
    • Postura que se va a defender en la disertación. Es decir, aquí hay que responder en una frase clara y concisa a la interpretación que se ha elegido.
  • Argumentos a favor de la tesis (al menos 2)
    • Explicación detallada de cada argumento. Deben ser argumentos que apoyen, sustenten, la tesis dada y deben de estar clara y suficientemente explicados. Se pueden poner ejemplos.
    • Se debe utilizar, al menos, una cita bien referenciada y explicada de una fuente fiable. Se pueden utilizar citas directas e indirectas.
  • Argumentos en contra de la tesis (al menos 2)
    • Explicación detallada de cada argumento. Deben ser argumentos que refuten, nieguen, la tesis dada y deben de estar clara y suficientemente explicados. Se pueden poner ejemplos.
    • Se debe utilizar, al menos, una cita bien referenciada y explicada de una fuente fiable. Se pueden utilizar citas directas e indirectas.
  • Valoración comentada de la potencia e importancia de los argumentos para apoyar o refutar la tesis. Aquí hay que decir qué tipo de argumentos, los a favor de la tesis o los en contra de la tesis, tienen más peso, son más razonables, argumentando por qué.
  • Conclusión
    • Explicación de si se reafirma en la tesis o se cambia de postura. Es decir, hay que explicitar si, dada la valoración hecha antes, se sigue estando de acuerdo con la tesis o si se ha cambiado de opinión porque han resultado más convincentes los argumentos en contra.
    • Consecuencias o implicaciones para el mundo actual de la postura adoptada. Aquí hay que decir qué pasaría o debería pasar en el mundo si es correcta la conclusión final a la que se ha llegado.