DAVID HUME (1711 – 1776)
Biografía
David Hume nació en 1711 en Edimburgo, capital de Escocia, en una familia de la baja nobleza. De joven estudió en la Universidad de Edimburgo, donde se interesó especialmente por la filosofía natural, influido por las ideas científicas de Isaac Newton y la corriente empirista que comenzaba a desarrollarse en Inglaterra.
En 1734, con apenas 23 años, Hume se trasladó a Francia, instalándose en La Flèche, un lugar donde siglos antes había estudiado Descartes, el gran filósofo racionalista. Durante este tiempo, Hume escribió su obra fundamental: Tratado de la naturaleza humana (1739-1740). Se trataba de un intento ambicioso por aplicar el método científico al estudio del conocimiento, la mente y la moral humana. Sin embargo, la obra fue un fracaso total en su primera edición: pasó prácticamente desapercibida y Hume llegó a decir que «nació muerta al salir de las prensas».
Para intentar acercar sus ideas al público, en 1740 publicó anónimamente un resumen breve, pero el desánimo fue tal que luego repudió ese texto y lo refundió parcialmente en una obra más accesible y famosa: Investigación sobre el entendimiento humano (1748). Este libro se convirtió en una de las piezas clave de la filosofía moderna y de la Ilustración.
El rechazo social y académico no cesó: Hume fue etiquetado como «el ateo», un título que le perjudicó gravemente. En 1745 no consiguió la cátedra de Ética en Edimburgo y en 1751 tampoco la de Lógica en Glasgow. Sin embargo, en 1752 logró el puesto de bibliotecario en la Facultad de Derecho de Edimburgo, donde permaneció hasta 1763.
Entre 1763 y 1766, Hume trabajó como secretario en la embajada británica en París. Allí entabló amistad con importantes figuras de la Ilustración francesa, como Voltaire y Rousseau. De hecho, Rousseau lo acompañó a Londres tras la estancia de Hume en Francia. Hume se retiró definitivamente a Edimburgo en 1769, donde murió en 1776.
Basado en Tejedor Campomanes, C. (1986). Historia de la filosofía en su marco cultural (ed. COU). Madrid.
Obras
El Tratado de la naturaleza humana (1739-1740) es la obra fundamental de David Hume, quien la escribió antes de cumplir los treinta años. En esta obra, inspirándose en la física newtoniana, Hume rechaza las explicaciones basadas en hipótesis metafísicas y apuesta por un análisis empírico de la mente humana. Hume sostiene que nuestras ideas y pensamientos se derivan de impresiones sensibles, y las relaciones entre ideas obedecen a leyes psicológicas de asociación, semejantes a las leyes naturales que gobiernan el universo. Su ambicioso propósito es fundar una ciencia unificada basada en el estudio de la naturaleza humana, que explique el funcionamiento del entendimiento, la moral, la religión e incluso las matemáticas en relación con nuestra capacidad cognitiva. Sin embargo, la obra fue un fracaso en su época, pasando casi desapercibida y recibiendo muy poca atención crítica.
Ante este fracaso, Hume decidió publicar en 1748 una versión más corta y accesible titulada Investigación sobre el entendimiento humano. En esta obra, abandona el proyecto grandioso del Tratado y se centra en delimitar con precisión las capacidades y límites del conocimiento humano. Aquí introduce la distinción clave entre «cuestiones de hecho» y «relaciones entre ideas», que marcará profundamente la epistemología moderna. Su tono es más escéptico, moderando el pesimismo radical de la primera obra, y su enfoque es crítico y analítico. La Investigación tuvo mejor recepción que el Tratado y es considerada una obra central para entender el empirismo y el escepticismo moderado. Hume busca mostrar que aunque la razón es limitada, nuestras creencias se fundamentan en hábitos de asociación más que en pruebas racionales absolutas.
En 1751-1752, Hume publicó Investigación sobre los principios de la moral, donde examina la naturaleza de la ética desde un punto de vista empirista y sentimentalista, sosteniendo que las emociones y los sentimientos, no la razón, son la base de nuestro sentido moral. En el mismo periodo publica sus Discursos políticos, que analizan la sociedad, el gobierno y la economía con una mirada crítica e ilustrada, influyendo en el pensamiento político moderno.
Historia de Inglaterra (1754-1762) es una obra histórica en varios volúmenes que abarca desde la invasión romana hasta la Revolución de 1688. Aunque es una obra histórica, también refleja su visión filosófica sobre la naturaleza del poder, la política y el progreso social. Fue muy popular y se leyó ampliamente en Europa durante el siglo XVIII y XIX, siendo uno de los textos históricos más influyentes en lengua inglesa en su momento.
En sus Ensayos morales, políticos y literarios, publicados en diferentes momentos, principalmente entre 1741 y 1777, recopila escritos más breves y accesibles que abordan temas muy variados, desde la filosofía moral y política hasta la historia y la crítica literaria. En estos ensayos, Hume expone con claridad y estilo elegante muchas de sus ideas sobre la naturaleza humana, la sociedad, la economía, la política y la religión, consolidando su prestigio como pensador ilustrado. Esta obra fue muy influyente en su tiempo y ayudó a difundir sus ideas más allá del círculo filosófico.
Finalmente, su obra póstuma, Diálogos sobre la religión natural, publicada en 1779, tras su muerte, recoge sus reflexiones críticas sobre los argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios y la religión, y expone su escepticismo religioso. En esta obra, Hume utiliza el diálogo entre personajes para explorar con profundidad las cuestiones teológicas, consolidando su reputación como uno de los filósofos más influyentes en la crítica a la religión racionalista.
Basado en Tejedor Campomanes, C. (1986). Historia de la filosofía en su marco cultural (ed. COU). Madrid.
Su filosofía
El empirismo
El empirismo es una corriente filosófica que se desarrolla a lo largo de dos siglos. Aunque se podría presentar mejor dentro del pensamiento de la Ilustración, porque John Locke fue uno de sus precursores y George Berkeley y David Hume vivieron en el siglo XVIII, suele tratarse en paralelo con el racionalismo. Esto hace que se separe del contexto histórico y cultural donde realmente surge. Por eso, es importante tener en cuenta no solo la época del Barroco, sino también la Ilustración. Además, la situación sociopolítica de Inglaterra en esos siglos es muy particular y distinta a la del resto de Europa.
En Europa continental predominaba el absolutismo, mientras que en Inglaterra ocurrió una revolución burguesa. Entre 1640 y 1650, en ciudades como Londres, Ámsterdam, París o Barcelona, hubo un movimiento revolucionario contra la monarquía absoluta. Se luchaba por derechos individuales, control de los gastos públicos, eliminar los monopolios estatales y permitir que el pueblo participara en las leyes. Esta revolución social la lideraba la burguesía, una clase que tenía dinero y sabía el poder que eso le daba. Pero la burguesía solo triunfó en los lugares donde logró aliarse con la nobleza, como en Inglaterra.
Durante el reinado de los Estuardo, con Jacobo I y Carlos I, el Parlamento luchaba contra el poder absoluto de los reyes. En 1628, el Parlamento consiguió la Petición de derechos, pero Carlos I disolvió el Parlamento. Entre 1642 y 1648 hubo una guerra civil que terminó con la ejecución de Carlos I, la abolición de la monarquía y la proclamación de la República, que estuvo dominada por Oliver Cromwell, un puritano.
Después, con la restauración de los Estuardo, siguieron las demandas parlamentarias, como el Habeas corpus de 1679, que protegía contra detenciones arbitrarias. En 1680 aparecieron los dos grandes partidos políticos: los «whigs», que defendían la primacía del Parlamento, y los «tories», conservadores que apoyaban a los Estuardo, la Iglesia anglicana y la monarquía de derecho divino. Cuando Jacobo II intentó restaurar el catolicismo, todos se unieron contra él.
En 1688 ocurrió la «Gloriosa Revolución», cuando Jacobo II tuvo que huir porque «whigs» y «tories» pidieron ayuda a Guillermo III de Orange, que se convirtió en rey. A partir de entonces, la monarquía pasó a ser parlamentaria y constitucional, con la supremacía del Parlamento y la Declaración de derechos. Tras el reinado de Ana, la corona pasó a la casa de Hannover, donde se sentaron las bases del parlamentarismo moderno. Durante Jorge III, las colonias americanas se independizaron en 1776.
En resumen, la revolución significó la victoria de las libertades políticas, religiosas y económicas. La principal beneficiada fue la burguesía, junto a la Iglesia anglicana. El puritanismo, que había liderado la revolución, perdió protagonismo y muchos puritanos emigraron a América. Tampoco se cumplieron las demandas de grupos más radicales, como los Niveladores y los Cavadores. Inglaterra se convirtió en la primera potencia comercial y capitalista. Su sistema político parlamentario, basado en el «pacto social» y no en la monarquía divina, fue un modelo a seguir. Los pensadores ingleses como Locke y Newton fueron grandes inspiradores de la Ilustración europea.
Los antecedentes del empirismo están en la tradición filosófica inglesa, especialmente en los pensadores de Oxford. Por ejemplo, Roger Bacon ya había dicho que sin experiencia no se puede saber bien nada. También el nominalismo tuvo mucha influencia. Pero no todo el pensamiento inglés fue empirista: en Cambridge había un grupo neoplatónico y después un foco cartesiano.
En general, el empirismo se opone al racionalismo en muchos aspectos, y sus propios autores a menudo discuten entre sí. Esta oposición es clara si se considera que el racionalismo se basó en el modelo matemático de la ciencia moderna, mientras que el empirismo puso énfasis en la experiencia.
Para el empirismo, el problema principal es el conocimiento: de dónde viene y cómo es válido. Locke cuenta que empezó a pensar en esto porque, al discutir con amigos sobre otro tema, se dieron cuenta de que no podían avanzar por falta de claridad sobre lo que la mente podía entender. Por eso decidieron que antes de cualquier investigación había que examinar qué objetos estaban al alcance del entendimiento.
Las ideas principales del empirismo son las siguientes:
a) El conocimiento tiene su origen en la experiencia. La mente es como una «tabla rasa», es decir, un papel en blanco sin ideas previas. Locke pregunta cómo la mente llega a tener tantas ideas variadas y responde que es por la experiencia. Esta es la base de todo nuestro saber. Pero el empirismo no es lo mismo que el sensismo, que reduce todo el conocimiento a la sensación externa. Los empiristas también reconocen una experiencia interna y diferentes facultades del conocimiento.
Esta primera idea implica rechazar las ideas innatas, que defienden los racionalistas. Locke dedicó un libro entero a demostrar que no existen. No obstante, Leibniz señaló en sus Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano que no estaban tan alejados, porque Locke acepta que hay ideas que no vienen de los sentidos, sino de la reflexión. Es decir, el empirismo de Locke no es absoluto y contiene elementos racionalistas.
b) El conocimiento humano tiene límites: no puede ir más allá de la experiencia. Esto diferencia al empirismo del racionalismo, que cree que la razón puede conocerlo todo si se usa bien. Para Hume, no podemos ir más allá de lo que la experiencia nos da. Esto reduce el campo de la filosofía y la certeza del conocimiento. Para muchos temas, solo hay conocimiento probable. Hume, por ejemplo, es escéptico con la metafísica. Solo las matemáticas ofrecen conocimientos ciertos, mientras que la física es solo probable, y el resto es ilusión. Él dice que si revisáramos los libros de teología o metafísica, veríamos que no tienen ni razonamientos abstractos ni sobre hechos, por lo que solo contienen errores e ilusiones.
c) Todo conocimiento es conocimiento de ideas. Tanto empiristas como racionalistas coinciden en que la mente conoce ideas, no las cosas mismas. Pensar es relacionar ideas entre sí. Locke dice que la mente solo contempla sus ideas y que el conocimiento consiste en ver la conexión o desconexión entre ellas. Berkeley llevó esta idea al extremo y negó que el mundo material exista tal y como lo percibimos. Por eso, los empiristas estudian cómo se asocian las ideas en la mente. Creen que cualquier idea compleja se explica por la unión de ideas simples. En definitiva, aceptan el nominalismo, que dice que las ideas universales son solo ideas particulares agrupadas bajo una palabra.
d) El empirismo propone un concepto de razón diferente al de los racionalistas. La razón depende de la experiencia y es limitada, pero sigue siendo la guía del ser humano y debe servir a fines prácticos. Como consideran imposible la metafísica, los empiristas se centran en cuestiones políticas, morales, religiosas y pedagógicas. Por primera vez, la razón es crítica porque examina sus propios límites y posibilidades.
La teoría del conocimiento de Hume
En sus obras principales, el Tratado de la naturaleza humana y la Investigación sobre el conocimiento humano, Hume desarrolla un empirismo mucho más profundo y riguroso que el que plantearon Locke o Berkeley.
Hume establece una serie de principios básicos para su empirismo. El primero es el principio empirista, que dice que aunque parezca que nuestra mente puede pensar libremente, en realidad está limitada porque todo nuestro pensamiento se basa en lo que percibimos, ya sea por los sentidos externos o por nuestra percepción interna. Por eso, según Hume, la razón nunca puede crear una idea completamente nueva sin que antes haya sido percibida a través de los sentidos.
El segundo principio es el de inmanencia. Esto significa que solo podemos tener en la mente imágenes o percepciones, y que los sentidos son solo canales que transmiten esas imágenes, pero no conectan directamente la mente con el objeto real. Hume cambia la manera de clasificar los contenidos de la conciencia con respecto a Locke y dice que todo contenido mental es una percepción, que puede ser de dos tipos: impresiones e ideas. La diferencia entre ellas está en la fuerza o vivacidad; las impresiones son percepciones intensas, como cuando vemos, oímos o sentimos emociones, mientras que las ideas son percepciones menos intensas. Según este principio de inmanencia, la diferencia entre las percepciones no depende de si son inmediatas o mediatas a los objetos, sino de su vivacidad. En el Tratado, Hume también distingue las percepciones en simples y complejas, y divide las impresiones en impresiones de sensación y de reflexión, siguiendo en parte las clasificaciones de Locke. Hume critica a Locke por usar el término «idea» de forma demasiado general y ambigua.
El tercer principio es el de la «copia» o correspondencia. Esto quiere decir que todas nuestras ideas son copias de nuestras impresiones. No podemos pensar en algo que no hayamos sentido antes a través de los sentidos internos o externos. Cuando Hume dice que no existen ideas innatas, se refiere a que todas las ideas son copias de impresiones previas. Pero si por innato entendemos algo natural o propio, entonces sí que todas nuestras percepciones son innatas. Sin embargo, si por innato se entiende algo original y no copiado, entonces solo las impresiones pueden ser llamadas así.
Este principio de copia es muy importante para Hume porque le sirve como criterio para saber si una idea es significativa o no. Él mismo explica que cuando una idea parece confusa o dudosa, basta preguntarse de qué impresión proviene. Si no se puede encontrar ninguna impresión que corresponda a esa idea, entonces esa idea no tiene significado. Por ejemplo, Hume aplica este método a conceptos filosóficos como «sustancia» o «esencia» y concluye que son ideas sin base real.
El cuarto principio es el de la asociación de ideas. Las ideas no están sueltas en la mente, sino que tienden a unirse y a relacionarse. Por un lado, la imaginación puede combinar ideas libremente, pero además existe una especie de atracción natural entre ellas que produce efectos en nuestro pensamiento similares a las leyes naturales, aunque no se conozcan completamente sus causas. Hume identifica tres leyes básicas de esta asociación: la semejanza, la contigüidad y la causa-efecto. Estas leyes ya se conocían desde Platón y Aristóteles, pero Hume fue quien las sistematizó mejor y las usó más en su filosofía. Por ejemplo, una pintura nos hace pensar en el objeto que representa (semejanza), mencionar una habitación nos lleva a pensar en otras que están cerca (contigüidad), y pensar en una herida nos hace recordar el dolor (causa-efecto).
El quinto principio es la negación de las ideas generales o nominalismo. Hume sostiene que no existen ideas generales o abstractas como tales. En realidad, cuando hablamos de un término general, como «caballo», lo que hacemos es recordar varias ideas particulares que se parecen en algunos detalles. Así, la palabra «caballo» nos hace imaginar un animal blanco o negro, pero también podemos recordar otros caballos de distintos colores o tamaños. Estas ideas particulares se van evocando según el contexto, y pensamos como si la idea general estuviera presente, pero en realidad son solo ideas particulares conectadas.
A continuación, Hume presenta una distinción fundamental, conocida como la «tenaza de Hume», entre dos tipos de verdades o conocimientos: las relaciones entre ideas y las cuestiones de hecho. Esta distinción es muy importante y aparece con fuerza en la Investigación. Se basa en la idea de Leibniz, quien dijo que hay verdades necesarias, las de razón, que no pueden ser falsas y son innatas, y verdades contingentes, las de hecho, que podrían ser falsas y dependen de la realidad.
Las relaciones entre ideas son afirmaciones que se conocen por sí mismas, como las matemáticas o la lógica, que no requieren la experiencia, y su negación implica una contradicción. Por ejemplo, que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos es una verdad necesaria que se conoce solo pensando. Es un tipo de conocimiento demostrativo. En cambio, las cuestiones de hecho dependen de la experiencia y la realidad. Por ejemplo, que el sol salga mañana es una cuestión de hecho, y su negación no es contradictoria, por eso no podemos demostrar con certeza que ocurrirá. Su conocimiento es meramente probabilístico.
Después de esta distinción, Hume estudia la naturaleza de la evidencia en las cuestiones de hecho. Acepta que la percepción y la memoria nos aseguran la realidad del presente y del pasado, porque tenemos impresiones y recuerdos claros. Pero el problema es el futuro, ya que no podemos tener impresiones directas de lo que aún no ha ocurrido, aunque parezca evidente que ciertos sucesos sucederán.
Hume explica que todo razonamiento sobre hechos futuros se basa en la relación de causa y efecto, porque solo gracias a esta relación podemos anticipar algo que no hemos percibido aún. Por ejemplo, sabemos que una bola de billar moverá a otra porque la primera choca con la segunda. Pero este conocimiento no viene de la razón pura, sino de la experiencia. El efecto es distinto de la causa y no puede deducirse solo racionalmente, sino que hay que observarlo en la práctica.
Además, todos los argumentos basados en la experiencia se apoyan en la semejanza que observamos entre los objetos naturales, que nos lleva a esperar que efectos similares sigan a causas similares. Si hemos visto muchas veces que una bola mueve a otra o que el fuego quema, creemos que siempre será así. Pero este razonamiento implica una suposición muy fuerte: que el futuro será igual que el pasado. Esa suposición es indemostrable y no se puede justificar racionalmente, porque lo contrario siempre es posible.
Entonces, ¿qué nos hace confiar en que el futuro se parecerá al pasado? Hume responde que es la costumbre o el hábito. Es decir, nuestra experiencia repetida nos lleva a esperar que las cosas sigan igual, aunque no tengamos una garantía racional. Esta creencia firme pero no racional es la que nos guía en la vida cotidiana y en la ciencia.
Este análisis muestra cómo Hume limita el papel de la razón y señala que, en cuestiones prácticas, actuamos más por hábito o instinto que por certeza racional. No podemos tener certeza absoluta sobre lo que sucede en el mundo, solo creencias que se basan en experiencias pasadas y en la repetición.
La creencia, para Hume, es un sentimiento vivo que diferencia las ideas verdaderas de las meras ficciones de la imaginación. Por ejemplo, cuando vemos fuego, el hábito nos hace anticipar sin razonamiento que sentiremos quemaduras. Esta conexión causa-efecto va acompañada de un sentimiento tan intenso que nos hace actuar como si fuera una verdad evidente.
Gracias al hábito y a la creencia, la humanidad ha podido sobrevivir. En este sentido, no nos diferenciamos mucho de los animales. Hume concluye diciendo que parece haber una «armonía preestablecida» entre la naturaleza y nuestras ideas, aunque no sepamos cómo funciona exactamente. Además, esta conexión causa-efecto funciona gracias a un instinto o tendencia natural, y no a un razonamiento consciente y complicado. El hábito es esa propensión a repetir actos sin necesidad de pensar en ellos.
La ciencia para Hume
Aunque no trata de forma sistemática la cuestión de la ciencia, Hume tiene un pensamiento original sobre el papel de las matemáticas, la física y la metafísica.
En primer lugar, para Hume, las matemáticas tratan sobre relaciones entre ideas, como los números o las figuras geométricas. Estas verdades parecen absolutamente seguras y conocidas «a priori», pero Hume adopta una posición peculiar: considera que su necesidad no proviene de una estructura lógica independiente de la mente, sino de leyes psicológicas que rigen el funcionamiento del entendimiento. Así, el hecho de que dos más dos sea igual a cuatro no sería una verdad eterna inscrita en la realidad, sino el resultado de cómo nuestra mente compara y asocia ideas según principios como la semejanza. Las matemáticas, por tanto, no están basadas en un mundo de ideas puras, sino en el modo en que la mente humana opera.
En segundo lugar, la física se ocupa de hechos, es decir, de acontecimientos que podemos observar y reducir a leyes. Su utilidad consiste en permitirnos prever y controlar sucesos futuros a partir de sus causas. Sin embargo, Hume insiste en que, cuando hablamos de causas, no debemos pensar que existe una conexión necesaria en la naturaleza. Nunca observamos directamente una fuerza o un vínculo que obligue a un efecto a seguir a su causa; lo único que percibimos es que ciertos eventos se han presentado juntos de forma habitual en el pasado. Esa conjunción constante genera en nuestra mente la expectativa de que se repetirá en el futuro, pero no nos da certeza absoluta. De ahí que las leyes físicas, lejos de ser necesarias, solo sean probables, aunque esa probabilidad sea suficiente para manipular la realidad y desenvolvernos en ella.
Por último, la metafísica es para Hume un terreno estéril, lleno de nociones sin respaldo empírico. Su escepticismo, inspirado en Pirrón, es moderado: no niega la existencia del mundo exterior, pero sí recuerda que no tenemos ninguna garantía racional absoluta de él. La vida cotidiana y la fuerza de nuestras impresiones nos llevan naturalmente a creer en las cosas, pero la reflexión filosófica debe mantenernos alejados de afirmaciones dogmáticas. En este sentido, rechaza el concepto de «substancia» —ya sea material o espiritual—, pues no tenemos ninguna impresión que lo respalde. Lo mismo ocurre con el «yo» y la «identidad personal»: lo que llamamos «yo» no es una entidad permanente, sino un conjunto cambiante de percepciones que se suceden como escenas en un teatro. No hay un núcleo inmutable que las soporte, solo la costumbre que nos lleva a imaginarnos como una unidad constante. Así, la metafísica, al basarse en conceptos sin impresión correspondiente, se revela como una ilusión más que como un saber verdadero.
Consecuencias metafísicas de su crítica a la causalidad
La existencia del mundo externo a nuestra mente
Comencemos aplicando el criterio de Hume al problema de si existe una realidad distinta de nuestras impresiones y que esté fuera de ellas. Locke defendía que los cuerpos, es decir, la realidad exterior, existen realmente y son diferentes de nuestras sensaciones. Para justificarlo, usaba una inferencia causal: la realidad fuera de nosotros es la causa de nuestras impresiones o sensaciones. Sin embargo, Hume considera que esta inferencia no es válida. Él explica que no se puede pasar de una impresión a otra impresión, sino que lo que se hace es pasar de las impresiones a una supuesta realidad que está más allá de ellas, y de la que no tenemos ninguna impresión ni experiencia. Por eso, la creencia en que existe una realidad corporal distinta de nuestras impresiones no se puede justificar usando la idea de causa.
La existencia de Dios
Algo parecido ocurre con la existencia de Dios. Tanto Locke como Berkeley usaban el principio de causalidad para apoyar que Dios existe. Pero, para Hume, esta inferencia también es injustificada por la misma razón: no va de una impresión a otra, sino de nuestras impresiones a la idea de Dios, que no es algo que podamos percibir directamente.
Si ni la existencia de un mundo externo distinto de nuestras impresiones ni la existencia de Dios pueden justificarse racionalmente, surge entonces la pregunta: ¿de dónde vienen nuestras impresiones? Locke decía que vienen del mundo exterior, y Berkeley que vienen de Dios. Pero el empirismo de Hume no permite responder a esta pregunta. Simplemente, no sabemos ni podemos saber de dónde proceden. Intentar contestarla es pretender ir más allá de nuestras impresiones, y para Hume estas impresiones son el límite de nuestro conocimiento. Tenemos impresiones, pero no sabemos su origen, eso es todo.
La identidad personal o «yo»
Pasando al tema del «yo» y la identidad personal, de las tres substancias que planteaba Descartes (Dios, el mundo y el alma), Hume se ocupa solo del «yo» como realidad distinta de nuestras ideas e impresiones. Antes, Descartes, Locke y Berkeley consideraban indudable que el «yo» es una substancia que conoce y que es diferente de sus ideas y sensaciones. Esta idea no se apoyaba en una inferencia causal, sino en una intuición inmediata, como la famosa frase «pienso, luego existo». Sin embargo, la crítica de Hume también afecta a esta idea del «yo» como realidad distinta de nuestras impresiones e ideas. Para Hume, la existencia del «yo» como substancia permanente, que es el sujeto de todos nuestros actos mentales, no se puede justificar apelando a esa intuición. Eso se debe a que solo tenemos intuición de nuestras ideas e impresiones, y ninguna impresión es constante ni permanente, sino que unas van sucediendo a otras sin parar.
Hume dice que el «yo» o persona no es ninguna impresión, sino algo a lo que se supone que nuestras ideas e impresiones se refieren. Si alguna impresión diera lugar a la idea del «yo», esa impresión tendría que permanecer igual durante toda nuestra vida, porque se supone que el «yo» existe así. Pero no hay impresiones constantes o invariables. Por ejemplo, dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones, van apareciendo unas tras otras y nunca están todas juntas al mismo tiempo. Más adelante, Hume añade que si alguien, tras una reflexión profunda y sin prejuicios, cree que tiene una idea distinta del «yo», él no puede discutir con esa persona. Solo puede admitir que quizá esa persona tenga razón y que en ese punto sean esencialmente distintos. Tal vez esa persona perciba algo simple y permanente que llama «yo», pero Hume está seguro de que él no encuentra nada así en sí mismo.
Por tanto, no existe el «yo» como una sustancia separada de nuestras impresiones e ideas que sea el sujeto permanente de nuestros actos mentales. Esta conclusión tan firme de Hume tiene un problema: no explica bien la conciencia que todos tenemos de nuestra propia identidad personal. Cada persona se reconoce a sí misma a través de las diferentes ideas e impresiones que va teniendo. Por ejemplo, quien lee estas líneas sabe que es el mismo que antes estaba contemplando un paisaje o escuchando música tranquila. Pero si solo conocemos ideas e impresiones, y estas son tan diferentes entre sí, ¿cómo podemos ser conscientes de que somos el mismo sujeto?
Para explicar esta conciencia de identidad, Hume recurre a la memoria. Gracias a la memoria, reconocemos la conexión entre las distintas impresiones que se suceden en el tiempo. Pero el error está en que confundimos la sucesión de impresiones con la identidad. Aunque partiendo de sus ideas Hume debería haber aceptado esta conclusión, él mismo se dio cuenta de que su explicación no satisface completamente. Por eso adoptó una actitud escéptica ante este problema.
La moral humeana
Un código moral es un conjunto de juicios con los que expresamos aprobación o desaprobación hacia determinadas conductas y actitudes. Por ejemplo, solemos aprobar la generosidad y la benevolencia, mientras que rechazamos y condenamos el crimen y la opresión. La mayoría de los filósofos que han reflexionado sobre la moral se han preguntado por el origen y el fundamento de estos juicios morales. En otras palabras, buscan saber por qué aprobamos la benevolencia y por qué reprobamos el crimen o la opresión.
Desde la Antigüedad griega, una respuesta habitual a esta cuestión ha sido que la diferencia entre lo moralmente bueno y lo moralmente malo, entre las conductas virtuosas y las viciosas, se basa en la razón. Según esta postura, la razón puede conocer el orden natural y, a partir de ese conocimiento, determinar qué conductas y actitudes están de acuerdo con él. Así, nuestros juicios morales tendrían como fundamento el reconocimiento racional de la concordancia o la discordancia entre la conducta humana y ese orden natural.
Hume, sin embargo, sostiene que la razón, es decir, el conocimiento intelectual, no es ni puede ser el fundamento de nuestros juicios morales. Su argumento principal se puede formular así: la razón no puede determinar nuestras acciones ni impedir que las realicemos. En cambio, los juicios morales sí influyen directamente en nuestra conducta, ya que nos llevan a actuar de una manera o nos frenan para que no actuemos de otra. Por lo tanto, no pueden proceder de la razón.
La idea de que «los juicios morales determinan o impiden nuestra conducta» es evidente: si aprobamos moralmente una acción, nos sentimos inclinados a realizarla, y si la desaprobamos, nos vemos movidos a evitarla. En cuanto a la afirmación de que «la razón no puede determinar ni impedir nuestras acciones», Hume la justifica a partir de su teoría del conocimiento. Para él, el conocimiento puede referirse a relaciones entre ideas o a hechos.
Las relaciones entre ideas —como en las matemáticas— son útiles para la vida, pero por sí mismas no nos impulsan a actuar. Por ejemplo, las matemáticas pueden aplicarse a la técnica, pero solo cuando ya se persigue un fin que no proviene de las matemáticas mismas. El conocimiento de hechos, por su parte, se limita a mostrar cómo es la realidad. Sin embargo, los hechos, por sí solos, no son juicios morales.
Hume lo explica con un ejemplo. Si tomamos una acción que consideramos viciosa, como un asesinato voluntario, y la examinamos desde todos los puntos de vista posibles, solo encontraremos hechos: pasiones, motivos, decisiones y pensamientos. No hay un hecho concreto que corresponda al «vicio» mismo. Este no aparece mientras miramos el objeto desde fuera. Solo surge cuando dirigimos nuestra reflexión hacia nuestro interior y sentimos una desaprobación moral hacia esa acción. Ese sentimiento es un hecho, pero un hecho del corazón, no de la razón. El fundamento del juicio moral está, pues, en el sentimiento, no en el objeto observado.
Hume sostiene que el fundamento de los juicios morales no está en la razón ni en el conocimiento, ya sea de relaciones entre ideas o de hechos, sino en el sentimiento. Según él, si la razón no puede determinar nuestra conducta, son los sentimientos los que realmente nos llevan a actuar. El sentimiento moral consiste en una experiencia de aprobación o desaprobación que sentimos hacia ciertas acciones y formas de ser de las personas.
Para Hume, el sentimiento moral es natural y desinteresado. Que sea natural significa que forma parte de nuestra naturaleza humana. No lo aprendemos de manera artificial ni nos lo imponen desde fuera: surge de forma espontánea cuando percibimos ciertas acciones o actitudes. Igual que sentimos alegría o tristeza sin necesidad de un razonamiento previo, sentimos aprobación o desaprobación moral de manera inmediata.
Que sea desinteresado quiere decir que no lo experimentamos buscando un beneficio personal. No aprobamos la generosidad porque nos vaya a favorecer directamente, ni reprobamos la crueldad solo cuando nos afecta. Estos sentimientos morales pueden dirigirse hacia personas o situaciones que no tienen ninguna relación con nosotros, porque nacen de una sensibilidad moral común a todos los seres humanos.
Con esta teoría, Hume se vincula a una corriente de pensamiento desarrollada en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XVIII por filósofos moralistas como el séptimo conde de Shaftesbury y Francis Hutcheson. Esta corriente ha llegado incluso hasta nuestros días en la forma del llamado emotivismo moral.
No obstante, a Hume se le acusó en su época de sostener una forma de relativismo moral. La crítica partía de una sospecha comprensible: si, como él defendía, los juicios morales no proceden de la razón, sino del sentimiento, parecería que cada persona podría juzgar lo correcto y lo incorrecto según sus propias emociones individuales. Esto haría que la moralidad quedara reducida a algo subjetivo y variable, dependiente del gusto o la impresión de cada uno, sin un fundamento común que permitiera acuerdos universales.
Sin embargo, Hume no acepta esa interpretación y ofrece varios argumentos para demostrar que su teoría no conduce al relativismo. En primer lugar, subraya que todos los seres humanos compartimos una misma naturaleza. Esta naturaleza común implica que, ante ciertos hechos básicos, experimentamos reacciones emocionales semejantes: aprobamos la generosidad y desaprobamos la crueldad, sentimos compasión ante el sufrimiento ajeno o admiración por los actos valientes. Esta coincidencia no se debe a un razonamiento previo, sino a que la estructura de nuestra mente y de nuestras pasiones es similar en todos nosotros.
En segundo lugar, Hume explica que la clave para que la moral no dependa de cada individuo está en la simpatía. La simpatía es la capacidad natural que tenemos para compartir, de manera imaginativa y vivencial, las emociones y pasiones de los demás. Cuando observamos a alguien sufrir, nuestra mente, por asociación y semejanza, «contagia» en nosotros una impresión de ese sufrimiento, como si lo experimentásemos. Esto genera un terreno común emocional, que hace posible que nuestras evaluaciones morales no se aíslen en la subjetividad, sino que se apoyen en sentimientos compartidos socialmente.
Por último, Hume sostiene que estos sentimientos morales no son inmutables ni ciegos. Aunque surgen de nuestra naturaleza, pueden ser educados y refinados. A través de la experiencia, la convivencia y la cultura, aprendemos a adoptar lo que él llama un «punto de vista general», que corrige los sesgos derivados de la cercanía personal o del interés propio. Del mismo modo, distingue entre virtudes naturales, como la benevolencia, que brotan espontáneamente, y virtudes artificiales, como la justicia, que dependen de normas colectivas y pueden transmitirse y afianzarse mediante la educación.
De este modo, la teoría moral de Hume no desemboca en un relativismo puro, sino que se apoya en una base común inscrita en nuestra naturaleza, reforzada por la capacidad de simpatía y modulada por la educación moral. La moral, para él, no es una invención arbitraria de cada individuo, sino una construcción natural y social que se nutre de emociones compartidas y cultivadas.
El tratamiento humeano de la religión
La concepción deísta de Dios y la idea de una religión natural se basan en la suposición de que existe una naturaleza humana de carácter racional. Sin embargo, Hume cuestiona profundamente esta idea. Para él, esa «naturaleza humana racional» no es algo real ni fundamental. De hecho, su disolución implica negar tanto el deísmo como la religión natural, y abre paso a una nueva forma de enfrentar el problema de Dios y a una explicación diferente del fenómeno religioso.
Como ya sabemos por su teoría del conocimiento, Hume otorga un papel fundamental a la experiencia, rechazando cualquier conocimiento que esté más allá de lo empírico. Desde este punto de vista, la idea de una naturaleza humana racional como base para explicar la religión queda descartada. Lo que se ha considerado como naturaleza humana no es más que un conjunto complejo de impulsos, instintos y pasiones, organizados de alguna forma por principios cuya propia naturaleza es, en última instancia, inexplicable. Según Hume, la razón es algo tan desconocido para nosotros en su estructura interna como lo son el instinto o la vegetación. Incluso la palabra «naturaleza» que usamos cotidianamente es, en el fondo, un concepto impreciso y misterioso.
Entonces, ¿a qué se reduce la religión y cómo podemos explicarla? Para Hume, la religión no nace de la razón ni puede fundamentarse racionalmente. Su origen está en los sentimientos; en particular, surge del temor, la ignorancia y el miedo a lo desconocido. Por eso, la religión tiene una base psicológica y, en cierto sentido, patológica. En su obra Historia natural de la religión, Hume dice que las creencias y principios religiosos no son más que «sueños de hombres enfermos». Así, lo que antes se entendía como una religión natural fundada en una naturaleza humana racional, se transforma en una «historia natural de la religión», donde lo natural se entiende como un conjunto de instintos y sentimientos cuyo resultado es la religión.
No obstante, Hume tampoco da una respuesta definitiva y cerrada al problema de la religión y de Dios. Más bien, lo ve como un enigma complejo, un misterio que no se puede explicar completamente.
Por otra parte, en su Investigación sobre el entendimiento humano, Hume dedica un capítulo a los milagros, en el que sostiene que los milagros son eventos que, por definición, violan las leyes naturales. Esto significa que un milagro es una acción o suceso que ocurre de manera contraria a lo que la experiencia y la ciencia han demostrado que siempre sucede en la naturaleza. Por ejemplo, si una ley natural dice que el fuego quema, un milagro sería que alguien pueda tocar el fuego sin quemarse.
Hume argumenta que, para creer en un milagro, debemos considerar dos cosas: la evidencia a favor de que el milagro ocurrió y la experiencia universal que nos dice que las leyes naturales no se rompen. Él sostiene que la experiencia muestra que las leyes naturales son muy firmes y constantes, porque están confirmadas por una gran cantidad de observaciones repetidas a lo largo del tiempo. Por otro lado, la evidencia de un milagro suele basarse en testimonios humanos, que pueden ser erróneos, engañosos o incluso intencionadamente falsos.
Entonces, para Hume, la regla es que siempre será más probable que el testimonio que afirma un milagro sea falso o equivocado, antes que aceptar que una ley natural haya sido rota. Él dice que ninguna cantidad de testimonios puede superar la fuerza de la evidencia basada en la experiencia constante de esas leyes. Por tanto, desde un punto de vista racional, no es lógico creer en milagros, porque la probabilidad de que los testimonios estén equivocados es siempre mayor que la de que se haya violado una ley natural.
Además, Hume señala que muchas veces los relatos de milagros provienen de personas que no son confiables o que tienen intereses particulares, y que estos relatos suelen surgir en contextos donde la gente ya está predispuesta a creer en lo sobrenatural.
Por lo tanto, para Hume, los milagros no tienen una base racional para ser aceptados. La experiencia y el conocimiento de las leyes naturales nos enseñan que estos hechos no ocurren, y la evidencia humana que los apoya nunca es suficiente para superar ese conocimiento. Por eso, aunque la religión y la cultura puedan hablar de milagros, desde un punto de vista crítico y filosófico, es más razonable dudar de ellos.
El pensamiento político de Hume
David Hume aborda la política principalmente desde una perspectiva empirista y pragmática. Para él, la política no es una ciencia exacta ni una cuestión de principios abstractos universales, sino un arte basado en la experiencia histórica y en la observación de la naturaleza humana. Hume sostiene que las instituciones políticas y las leyes deben construirse teniendo en cuenta cómo realmente son las personas, con sus pasiones, intereses y limitaciones, más que sobre ideales utópicos.
En su obra Ensayos morales, políticos y literarios (1741-1742), Hume destaca la importancia del orden social y la estabilidad. Considera que el respeto a la tradición, a las costumbres y a las instituciones establecidas es fundamental para mantener la paz y evitar el caos. Cree que las leyes deben ser prácticas y adaptadas a las circunstancias concretas de cada sociedad, no dictadas por doctrinas rígidas o teorías abstractas.
Hume también defiende la separación de poderes y la moderación política como mecanismos para prevenir abusos y proteger la libertad. A diferencia de otros pensadores de su época, no se muestra partidario de revoluciones radicales, sino que prefiere reformas graduales que respeten la continuidad histórica.
Además, pone atención en la economía política como base del bienestar social. Según Hume, la prosperidad económica fortalece el poder político y la estabilidad, por eso defiende la libertad económica y la propiedad privada.
En resumen, la política para Hume es un ejercicio pragmático basado en el conocimiento empírico de la naturaleza humana y la experiencia histórica, orientado a mantener el orden, la estabilidad y la prosperidad social mediante instituciones moderadas y adaptadas a la realidad.
Basado en Tejedor Campomanes, C. (1986). Historia de la filosofía en su marco cultural (ed. COU). Madrid y en Navarro Cordón, J. M., & Calvo Martínez, T. (1988). Historia de la filosofía. Madrid.
Apuntes para clase

TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
- Empirismo:
- negación de las ideas innatas: no existen más que percepciones
- principio del empirismo: la validez de una idea reside en la existencia previa de una impresión de la cual deriva
- hay dos tipos de percepciones:
- impresiones (conocimiento por medio de los sentidos):
- son los datos inmediatos de la experiencia
- génesis y fundamento del conocimiento
- tienen mayor grado de fuerza y viveza que las ideas
- ideas (representaciones o copias de las impresiones en el pensamiento)
- principios de asociación de ideas [leyes de atracción -Newton- entre las ideas]:
- semejanza [cuadro, foto]
- contigüidad en el tiempo o en el espacio
- causa – efecto
- principios de asociación de ideas [leyes de atracción -Newton- entre las ideas]:
- impresiones (conocimiento por medio de los sentidos):
- tipos o modos de conocimiento:
- conocimiento de relaciones de ideas (no se refiere a hechos, sino a las relaciones que se pueden establecer entre las ideas)
- son juicios necesariamente verdaderos porque se basan en el principio de no contradicción [no admiten contradicción] (“el todo es mayor que sus partes”)
- son juicios «a priori»: su verdad es universal y necesaria
- son juicios analíticos (independientes de la experiencia, no informativos)
- conocimiento de cuestiones de hecho (se refiere a hechos del mundo)
- parte de la experiencia, de nuestras impresiones
- son juicios sintéticos (dependientes de la experiencia, informativos)
- son juicios «a posteriori»: su verdad es contingente, meramente probable
- conocimiento de relaciones de ideas (no se refiere a hechos, sino a las relaciones que se pueden establecer entre las ideas)
CRÍTICA DE LA CAUSALIDAD
- la idea de causa y el conocimiento de hechos
- nuestro conocimiento de hechos queda limitado a nuestras impresiones actuales y a nuestros recuerdos (ideas)
- no podemos tener conocimiento de hechos futuros, pues de ellos no tenemos impresiones
- nuestra certeza acerca de lo que acontecerá en el futuro se basa en una inferencia causal
- la idea de causa es la base de todas nuestras inferencias acerca de hechos de los que no tenemos ninguna impresión
- la relación causa – efecto se concibe normalmente como una conexión necesaria (no puede no darse) entre dos eventos
- por lo tanto podríamos conocer con certeza que el efecto tendrá lugar a partir de la causa
- pero no tenemos impresión que corresponda a esta idea de conexión necesaria entre dos fenómenos o eventos
- lo único observado es una sucesión constante en el pasado de la causa al efecto
- no podemos asegurar la conexión necesaria; no sabemos que exista relación necesaria entre causa y efecto; es simplemente una creencia
- tal creencia en la conexión necesaria es tomada como certera (con certeza) por el hábito o costumbre de observar la relación causal
- límites de la inferencia causal
- la creencia y certeza respecto a hechos no observados, en todo caso, nos ayudan a vivir siempre que la inferencia causal se haga entre impresiones [fuego-calor]
- pero no se puede pasar de una impresión a algo de lo cual nunca hemos tenido impresión [como las vías de Santo Tomás]
- la creencia y certeza respecto a hechos no observados, en todo caso, nos ayudan a vivir siempre que la inferencia causal se haga entre impresiones [fuego-calor]
- nuestro conocimiento de hechos queda limitado a nuestras impresiones actuales y a nuestros recuerdos (ideas)
CRÍTICA DE LA SUBSTANCIA
- crítica a las substancias cartesianas (metafísicas): mundo, Dios, yo
- mundo (realidad exterior): la creencia en la existencia de una realidad corpórea más allá de las impresiones (que sería la causa de éstas, para Locke) es injustificable
- no tenemos impresiones de tal realidad
- que sea la causa de nuestras impresiones es una afirmación injustificable
- Dios: no se puede demostrar la existencia de lo no percibido desde lo percibido (como sí creía Santo Tomás)
- nuestras impresiones son el límite de nuestro conocimiento: no podemos saber de dónde proceden [Putnam: cerebros en una cubeta; Matrix]
- yo (identidad personal): solo podemos tener percepciones de nuestras ideas e impresiones (las cuales no son permanentes, sino concretas y variables, a diferencia de nuestro “yo”)
- la memoria reúne las distintas impresiones sucesivas haciéndonos creer en el “yo”
- mundo (realidad exterior): la creencia en la existencia de una realidad corpórea más allá de las impresiones (que sería la causa de éstas, para Locke) es injustificable
ÉTICA
- crítica del racionalismo moral
- el racionalismo moral, defendido por los filósofos anteriores, consiste en considerar que la distinción entre lo bueno y lo malo está basada en el entendimiento, en la razón, es decir, que los juicios morales son conocimientos
- Hume dice que la razón o el conocimiento intelectual no puede determinar nuestro comportamiento
- la moralidad no es una relación de ideas: estas son juicios que formamos y no se aplican por sí mismas a la vida
- la cantidad y el número no permiten juzgar las acciones
- tales relaciones no fundamentan lo bueno y lo malo
- la moralidad no es una cuestión de hecho: los hechos no son juicios morales
- en los hechos no hay valores: que algo sea bueno o malo no es una cualidad de los objetos
- la moralidad no es una relación de ideas: estas son juicios que formamos y no se aplican por sí mismas a la vida
- la moralidad es un sentimiento, no se funda en la razón (emotivismo moral)
- los sentimientos son las fuerzas que nos determinan a obrar, (“la razón es esclava de las pasiones”)
- el sentimiento moral es un sentimiento de aprobación o reprobación que experimentamos respecto de ciertas acciones y hechos
- el sentimiento moral es natural y desinteresado
- contra el relativismo moral:
- como humanos tenemos una misma naturaleza por la que compartimos sentimientos básicos ante hechos similares
- la simpatía (capacidad para compartir las pasiones o sentimientos de los demás)
- las pasiones o sentimientos se pueden educar
Texto
Fragmentos del texto
Los siguientes fragmentos del texto deben ser impresos, analizados a mano siguiendo estas instrucciones, calificados primero por su autor/a y luego por un compañero/a siguiendo la rúbrica aportada y, finalmente, entregados al profesor para su revisión.
Investigación sobre el entendimiento humano 1
Investigación sobre el entendimiento humano 2