JEAN-JACQUES ROUSSEAU (1712 – 1778)

Biografía

Jean-Jacques Rousseau nació en 1712 en la ciudad-Estado calvinista e independiente de Ginebra. Hijo del relojero Isaac Rousseau y de Suzanne Bernard, quien falleció nueve días después de su nacimiento, por lo que fue criado y educado por su padre hasta los diez años. Heredó de su padre la condición de ciudadano con plenos derechos, lo que le permitía participar en la asamblea soberana de la ciudad. Según el propio Rousseau, la educación que recibió de su padre fue irregular, pero le inculcó el patriotismo republicano y el interés por la historia de las antiguas repúblicas, en especial gracias a la lectura de autores como Plutarco. Cuando su padre huyó para evitar un arresto, Jean-Jacques quedó bajo el cuidado de un pastor en Bossey y, más tarde, fue aprendiz de grabador. A los dieciséis años abandonó Ginebra y cayó bajo la influencia de Françoise-Louise de la Tour, baronesa de Warens, una noble convertida al catolicismo. Ella le envió a Turín, donde trabajó como criado en una casa noble y se convirtió al catolicismo en 1728.

Tras un breve intento de formación como sacerdote católico, inició otra etapa como músico itinerante, copista y profesor de música. En 1731 volvió junto a la baronesa de Warens, primero en Chambéry y después como su administrador y, por un tiempo, su amante. Permaneció con ella hasta finales de los años treinta, y en 1740 se trasladó a Lyon para trabajar como preceptor, lo que le puso en contacto con pensadores como Condillac y d’Alembert, figuras destacadas de la Ilustración francesa. En 1742 viajó a París con un proyecto de notación musical numérica que presentó a la Academia de Ciencias, sin éxito. En esta época conoció a Denis Diderot y, poco después, trabajó como secretario del embajador francés en Venecia. Desde 1744 se estableció en París, dedicándose sobre todo a la música y colaborando en la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert.

En 1745 inició una relación con Thérèse Levasseur, una lavandera analfabeta que sería su pareja y luego su esposa. Según Rousseau, tuvieron cinco hijos, todos ellos abandonados al poco de nacer en un hospicio, lo que, en la Francia del siglo XVIII, equivalía casi a condenarlos a muerte. Rousseau lo justificó diciendo que allí recibirían mejor educación que en manos de su familia política. No obstante, este hecho fue usado por Voltaire para atacarlo. En 1749, camino de visitar a Diderot en Vincennes, leyó por casualidad el anuncio de un concurso convocado por la Academia de Dijon sobre si las artes y las ciencias habían mejorado o corrompido las costumbres. Rousseau relató que en ese momento tuvo una especie de revelación: el ser humano es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe. En su Discurso sobre las ciencias y las artes defendió la tesis contraria a la opinión común y ganó el primer premio, iniciando su fama y abriendo una línea de pensamiento que desarrollaría más adelante.

En cualquier caso, la música siguió siendo su principal interés. En 1752 estrenó con gran éxito su ópera Le Devin du Village, que permanecería en cartel durante un siglo. Poco después se implicó en la «querella de los bufones», una polémica sobre la superioridad de la música italiana frente a la francesa, enfrentándose a Rameau y defendiendo la primacía de la melodía y la expresión emocional sobre la armonía y las bases matemáticas de la música. En 1754 recuperó la ciudadanía ginebrina al reconvertirse al calvinismo, y en 1755 publicó su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, donde desarrolló su teoría sobre la evolución social y la psicología moral. La distancia entre Rousseau y los enciclopedistas se hizo evidente, sobre todo tras su Carta a d’Alembert sobre los espectáculos (1758), en la que criticaba la idea de construir un teatro en Ginebra, por considerar que debilitaba el compromiso cívico.

Entre 1761 y 1762 alcanzó el punto culminante de su obra. Publicó la novela epistolar Julia o la nueva Eloísa, de gran éxito, y casi simultáneamente El contrato social y Emilio o de la educación, textos fundamentales de su pensamiento político y pedagógico. Sin embargo, estas obras le acarrearon graves problemas: fueron condenadas en París y en Ginebra por sus planteamientos religiosos. En 1763 renunció a la ciudadanía ginebrina y huyó para evitar su arresto, refugiándose en Suiza y, más tarde, en Inglaterra invitado por David Hume.

Su estancia en Inglaterra (1766-1767) se vio empañada por una creciente desconfianza que le llevó a creer que Hume conspiraba contra él. Pasó catorce meses en Staffordshire trabajando en sus Confesiones, donde ya se apreciaba su paranoia hacia antiguos amigos como Diderot o Grimm. De regreso a Francia, se dedicó a escribir obras autobiográficas como los Diálogos y Las ensoñaciones del paseante solitario, además de tratados políticos como sus Consideraciones sobre el gobierno de Polonia. También cultivó la botánica y mantuvo correspondencia con figuras como el compositor Christoph Gluck. Murió en 1778 y, en 1794, durante la Revolución francesa, sus restos fueron trasladados con honores al Panteón de París.

 

Obras

En 1750, Rousseau presenta el Discurso sobre las ciencias y las artes, donde respondía negativamente a la pregunta de la Academia de Dijon sobre si el progreso cultural mejoraba las costumbres. Allí sostiene que el avance de las ciencias y las artes había corrompido la moral, fomentando la vanidad y la desigualdad, y alejando al ser humano de su bondad natural. Este texto marcó el inicio de su enfrentamiento con una parte importante del pensamiento ilustrado, situándolo en una posición crítica frente al optimismo del progreso.

Cinco años después, en 1755, publicó el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, donde desarrolló una hipótesis histórica y filosófica sobre el paso del estado de naturaleza a la sociedad civil. Defendía que el hombre primitivo era bueno, pacífico y movido por la compasión, pero que la aparición de la propiedad privada había originado desigualdades morales y materiales, así como rivalidades, envidia y guerras. Con este texto trazó las bases de su análisis político y social, y lanzó una de las críticas más radicales a las estructuras de poder y a las convenciones sociales de su época.

En 1761 alcanzó una gran popularidad con Julia o La nueva Eloísa, una novela epistolar que narraba una historia amorosa enmarcada en la naturaleza y que exaltaba la fuerza de los sentimientos frente a las rígidas normas de la sociedad burguesa. Aunque se trataba de ficción, en ella se filtraban ideas clave de su pensamiento: la oposición entre naturaleza y artificio, la defensa de la autenticidad y la denuncia de las convenciones sociales opresivas.

Al año siguiente, en 1762, Rousseau publicó casi simultáneamente dos de sus obras más influyentes. En Emilio o De la educación, propuso un modelo educativo que respetaba el desarrollo natural del niño, apostaba por el aprendizaje a través de la experiencia y rechazaba la instrucción autoritaria. En El contrato social, expuso su teoría política más elaborada: la legitimidad del poder deriva de un pacto entre iguales basado en la voluntad general, entendida como expresión del interés común, y la libertad consiste en obedecer leyes que uno mismo, como parte del cuerpo político, ha contribuido a crear. Ambas obras fueron censuradas y Rousseau se vio obligado a huir.

En sus años de exilio, Rousseau escribió también Diálogos: Rousseau juez de Jean-Jacques (1772-1776), una obra singular en la que, adoptando una forma literaria de conversación entre un tal «Rousseau» y un tal «François», reflexiona sobre su propia vida, defiende su integridad frente a las acusaciones y busca clarificar sus ideas ante un público que, según él, había sido manipulado contra él. Estos diálogos son tanto un ejercicio de autodefensa como una meditación filosófica sobre la verdad, la reputación y el juicio público.

En 1772 redactó el Consideraciones sobre el gobierno de Polonia, un ensayo político a petición de la Confederación de Bar, en el que ofrecía propuestas para regenerar el Estado polaco, preservando su libertad frente a potencias extranjeras. Inspirado por su ideal de república de pequeña escala, defendía un sistema político descentralizado, basado en la educación cívica y en una participación ciudadana activa, con un fuerte énfasis en el patriotismo y en la cohesión social. Este texto muestra su interés por adaptar sus principios de El contrato social a contextos históricos concretos.

En sus últimos años, marcado por el aislamiento y los conflictos con antiguos amigos y protectores, escribió textos profundamente personales. Las Confesiones (entre 1765 y 1770) ofrecieron un relato autobiográfico sin precedentes en su franqueza, revelando su vida, sus emociones y sus contradicciones. Más tarde, en Las ensoñaciones del paseante solitario (entre 1776 y 1778), se adentró en reflexiones íntimas sobre la naturaleza, la soledad, la memoria y el sentido de la existencia. En estas obras finales, su pensamiento se aleja del debate político y social para centrarse en una exploración interior, dejando un testimonio único de la relación entre un filósofo y su tiempo.

Además de su producción filosófica y política, Rousseau tuvo una actividad musical considerable. Compuso varias obras, entre ellas la ópera en un acto El adivino del pueblo (1752), que obtuvo un éxito notable en Fontainebleau en presencia de Luis XV. También escribió piezas para voz y clave, así como música instrumental, y elaboró un Diccionario de música (1767) que refleja su conocimiento y sus ideas sobre la teoría musical. Aunque su obra como compositor no alcanzó la misma relevancia que la filosófica, formó parte esencial de su vida y de su identidad intelectual, y le permitió mantenerse económicamente en épocas de dificultad, copiando partituras para subsistir.

 

Su filosofía

La Ilustración y Rousseau

La Ilustración fue un movimiento intelectual que surgió en Europa durante los siglos XVII y XVIII. Su objetivo principal era promover el progreso de la civilización a través de la razón y la ciencia. Los pensadores ilustrados creían que, mediante el uso de la razón, la humanidad podría alcanzar el conocimiento, la libertad y la felicidad. La Enciclopedia, dirigida por Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert, fue una de las obras más emblemáticas de este movimiento. Publicada entre 1751 y 1772, reunía el saber acumulado hasta la fecha y lo presentaba de forma accesible, con el fin de difundir el conocimiento y combatir la ignorancia y la superstición .

Jean-Jacques Rousseau fue una figura central en la Ilustración, pero su enfoque era distinto al de otros pensadores como Voltaire o Diderot. Mientras que estos confiaban en la razón como herramienta para alcanzar la verdad y el progreso, Rousseau destacaba la importancia del sentimiento, la moral y la comunidad. Contrapuso a los ideales racionalistas de la Ilustración el énfasis en la felicidad, el corazón y la fe, proponiendo una «religión natural» basada en la moral común y la ley moral del pueblo.

Rousseau se distingue dentro de la Ilustración por cuestionar las ideas predominantes de sus contemporáneos sobre cómo debe organizarse la sociedad. Mientras que muchos ilustrados confiaban en la razón y la ciencia como bases suficientes para construir un orden social justo, Rousseau sostiene que la organización social tiene un fundamento moral y ético previo. Según él, las leyes y el derecho positivo no son meras creaciones racionales o arbitrarias, sino que deben derivar de una voluntad general que refleje la voluntad y el bien común de todos los ciudadanos. Esta voluntad general no es solo una suma de intereses particulares, sino un compromiso ético que da sentido y legitimidad a la comunidad política.

En cuanto a la moralidad, Rousseau insiste en que esta solo puede existir dentro de una sociedad concreta. Para él, la moralidad es un fenómeno social, que depende de la interacción entre los individuos como ciudadanos que comparten valores, normas y fines comunes. Esto choca con algunos ilustrados que defendían una moral basada en principios universales o en una ética más individualista y racionalista. Rousseau argumenta que sin un marco social donde se ejerza la participación activa y el compromiso con el bien común, no puede haber moral auténtica, ni siquiera buena o mala: solo existen actos aislados sin un verdadero sentido ético.

Además, Rousseau rechaza la idea que algunos ilustrados tenían sobre el modelo político ideal, que tendía hacia grandes Estados centralizados con estructuras burocráticas complejas. Él defiende que la verdadera democracia solo es posible en comunidades pequeñas y cohesionadas, similares a las ciudades-Estado de la Grecia clásica, como la ciudad de Ginebra donde nació o incluso la isla de Córcega. En estas comunidades reducidas, los ciudadanos pueden participar directamente en la toma de decisiones, vivir una experiencia política genuina y mantener una cohesión moral y social que se pierde en los grandes Estados modernos. Por eso, Rousseau no ve factible extender su modelo a escala de los grandes territorios que dominaban Europa en su época.

En definitiva, Rousseau es un ilustrado heterodoxo que, frente a la fe ciega en la razón y el progreso técnico, enfatiza la importancia del sentimiento, la moralidad comunitaria y la participación directa para construir una sociedad justa. Su crítica apunta a que la Ilustración, aunque valiosa, no debe olvidar que la política y la ética son inseparables y que el tamaño y la naturaleza de la comunidad condicionan la posibilidad de una verdadera democracia y moralidad social.

 

El pensamiento político de Rousseau

Se pueden distinguir dos etapas en la obra política de Rousseau. La primera, de carácter formativo, corresponde aproximadamente a los años 1754 y 1755. En ese momento comenzó a dar forma a sus ideas propias en oposición a las de Diderot. La segunda etapa es la de preparación y publicación de la versión definitiva de El contrato social, que apareció en 1762. Ninguna de sus obras se puede reducir a un sistema lógico completamente coherente. Pero, la diferencia entre sus escritos iniciales y El contrato social radica en que, en los primeros, Rousseau estaba rompiendo con una filosofía social con la que no coincidía, mientras que en el segundo intentaba expresar, con la máxima claridad posible, una filosofía alternativa de su propia creación.

La corriente de pensamiento de la que Rousseau se separó era el individualismo sistemático que, en su época, se asociaba a Locke. Esta doctrina sostenía que el valor de una comunidad radica en la felicidad y satisfacción que proporciona a sus miembros, especialmente en la protección del derecho a poseer y disfrutar de la propiedad. Según esta visión, los seres humanos cooperan movidos por un egoísmo ilustrado y por un cálculo detallado de los beneficios personales. La comunidad, desde esta perspectiva, es esencialmente utilitarista: no tiene valor propio, aunque sirva para proteger ciertos valores; su base es el egoísmo generalizado y su función principal es aportar comodidad y seguridad a sus integrantes. Rousseau identificó esta forma de pensar tanto en Locke como en Hobbes. Contra este último, argumentó que la supuesta «guerra de todos contra todos» del estado de naturaleza no describe en realidad a los hombres como individuos aislados, sino a las «personas públicas» o «seres morales» que llamamos soberanos. Es decir, que las luchas no se dan entre individuos, sino entre ciudadanos o súbditos.

El pensador que más ayudó a Rousseau a liberarse de este individualismo fue Platón. Con él comenzó una nueva etapa de influencia clásica en la filosofía política, que se transmitió después a través del hegelianismo y que tenía un carácter auténticamente griego. De Platón tomó, en primer lugar, la idea de que la sujeción política es ante todo un asunto ético y solo secundariamente un problema de derecho o poder. En segundo lugar, y de forma más importante, asumió la convicción implícita en la filosofía de la ciudad-Estado de que la comunidad es el principal medio para moralizar a las personas y, por ello, representa el valor moral más alto.

La filosofía contra la que Rousseau reaccionó partía de individuos ya formados, con intereses propios, capacidad de cálculo, deseo de felicidad, idea de propiedad, habilidad para comunicarse, comerciar y pactar, y la posibilidad de crear un gobierno que hiciera cumplir esos pactos. Platón llevó a Rousseau a plantearse de dónde provenían todas estas capacidades si no era de la sociedad misma. Según esta visión, fuera de la sociedad no hay nada moral: es en ella donde los individuos adquieren sus facultades mentales y morales y se convierten en verdaderamente humanos. La categoría moral fundamental no es el hombre aislado, sino el ciudadano.

A esta conclusión también contribuyó su condición de ciudadano de Ginebra. Aunque en su juventud este hecho no parezca haber influido de manera directa en él, más tarde lo racionalizó e idealizó. Esto se aprecia en la dedicatoria del Discurso sobre el origen de la desigualdad, escrita en un momento en el que pensaba establecerse de nuevo en Ginebra. Su idealización de la ciudad-Estado fue una de las razones por las que su pensamiento político no se ajustó de forma estrecha a la política real de su tiempo. Al elaborar sus teorías, no tenía en mente al Estado en su escala nacional, y al tratar problemas concretos, sus opiniones se alejaban de sus planteamientos teóricos. Rousseau no fue nacionalista, aunque su filosofía sí favoreció el desarrollo del nacionalismo. Al recuperar la intensidad afectiva y la reverencia propias de la ciudadanía en la ciudad-Estado, facilitó que ese sentimiento se aplicara, al menos en el plano emocional, a la ciudadanía en un Estado nacional.

El Discurso sobre el origen de la desigualdad

En el Discurso sobre el origen de la desigualdad (1754), Rousseau se pregunta qué hay de realmente natural y qué es artificial en la naturaleza humana. En términos generales, responde que los hombres tienen una reacción innata de rechazo ante el sufrimiento ajeno. Por eso sostiene que los hombres son «naturalmente» buenos. El ser humano egoísta y calculador que describe Thomas Hobbes no existe en la naturaleza humana, sino solo en una sociedad corrompida. Según Rousseau, los filósofos pueden entender bien cómo es un ciudadano de Londres o París, pero no cómo es un hombre en su estado natural.

¿Cómo es realmente el hombre natural? Rousseau dice que la respuesta no puede extraerse de la historia, porque aunque alguna vez existieran hombres naturales, hoy en día no hay ninguno. Si hay que imaginarlo, se trata de un animal que se guía solo por instintos. Cualquier pensamiento, según Rousseau, es «depravado». El hombre natural carecería totalmente de lenguaje, salvo por gritos instintivos, y sin lenguaje no puede haber ideas generales. Por eso, este hombre no es ni moral ni vicioso. Tampoco es ni feliz ni desgraciado. No tendría propiedad, pues esta surge de ideas, necesidades previstas, conocimiento e industria, que no son naturales, sino producto del lenguaje, el pensamiento y la sociedad. Elementos como el egoísmo, el gusto, la preocupación por la opinión de otros, las artes, la guerra, la esclavitud, el vicio, el afecto conyugal o paternal solo existen cuando los hombres conviven en grupos sociales.

El sentimiento es, según Rousseau, la base verdadera de la sociabilidad y de la moralidad. No es la razón ni el cálculo egoísta lo que une a las personas, sino esta empatía natural que les hace cooperar y cuidar unos de otros. Recordemos que, para Hobbes, los seres humanos actúan principalmente por interés propio y miedo. En su estado natural, son egoístas y buscan protegerse de la violencia y el caos. Así, para evitar la «lucha de todos contra todos», las personas hacen un contrato social basado en un cálculo racional: ceden parte de su libertad a un poder soberano a cambio de seguridad y orden. Por lo tanto, la sociedad surge como un acuerdo práctico y egoísta, fruto de la razón y el interés personal. Pero, para Rousseau, la sociedad no es solo un pacto frío y racional, sino una comunidad fundada en un vínculo emocional que precede a cualquier reflexión.

El problema es que la verdadera desigualdad surge con la aparición de la sociedad y la vida en común. Cuando los seres humanos empiezan a convivir, a relacionarse y a crear cosas, aparece la idea de propiedad. Alguien dice «esto es mío», y con eso nace la primera desigualdad, porque lo que uno tiene otro no lo tiene. Además, esta propiedad implica que algunos tengan más que otros, lo que genera ventajas y privilegios, y, con ellos, las bases para la opresión y la explotación. Rousseau explica que la desigualdad moral y política se funda en esta desigualdad material. La aparición de las leyes y las instituciones sirve, de hecho, para perpetuar estas desigualdades, consolidando el poder de unos pocos sobre la mayoría.

Esta interpretación de la sociedad es un reflejo de cómo él veía a la sociedad francesa de su época, esto es, como un instrumento de explotación. Para él, la pobreza extrema de una clase solo servía para alimentar el lujo parasitario de otra. Las artes son como «guirnaldas de flores sobre las cadenas de los hombres» porque están fuera del alcance de la mayoría que sostiene con su trabajo esas riquezas. Además, la explotación económica genera como resultado natural el despotismo político.

Pero, ante esta sociedad corrompida, Rousseau no defiende abolirla, destruirla, sino que intenta imaginar una sociedad sencilla e idealizada, que esté en un justo medio entre la pereza primitiva y el egoísmo civilizado. La conclusión de que las sociedades actuales están pervertidas y deben simplificarse no contradice la idea de que alguna forma de sociedad es la única fuerza moralizadora en la vida humana. La sociedad sencilla que Rousseau admira está muy lejos del instinto natural, como él mismo intentó demostrar con insistencia.

El contrato social

El contrato social (1762) comienza con la frase más citada de Rousseau: «El hombre ha nacido libre, y en todas partes se encuentra encadenado». Según Rousseau, el ser humano es esencialmente libre, y lo fue en el estado de naturaleza. Sin embargo, el supuesto progreso de la civilización ha reemplazado esa libertad por la sumisión a otros, mediante la dependencia, las desigualdades económicas y sociales, y la tendencia a evaluarnos comparándonos con los demás. Dado que un retorno al estado de naturaleza no es ni posible ni deseable, la finalidad de la política debe ser devolvernos la libertad, reconciliando lo que somos por naturaleza con la forma como convivimos en sociedad. De este modo, el problema filosófico fundamental que Rousseau pretende resolver es el siguiente: ¿cómo podemos ser libres y vivir juntos? O, formulado de otra manera: ¿cómo vivir en sociedad sin sucumbir a la fuerza y a la coacción de otros?

Rousseau adopta el esquema argumentativo de Hobbes, postulando un hipotético estado de naturaleza, es decir, una situación que nunca se ha dado en la historia en la que los seres humanos viviríamos fuera de toda sociedad. Pero, en ese estado, dice Rousseau, llega un momento en que los obstáculos para sobrevivir son mayores que la fuerza que cada persona tiene por sí misma. En ese punto, la humanidad no podría continuar así y se vería obligada a cambiar su modo de vida. Pero, como cada individuo no puede generar nuevas fuerzas, la única solución es unir las que tenemos entre todos y coordinarlas para que actúen juntas y superen las resistencias, funcionando como un solo individuo.

Esa unión, no obstante, no puede hacerse de cualquier manera. El reto es hacerlo sin perder la libertad y la fuerza propias, que son esenciales para sobrevivir. Rousseau plantea el problema así: es preciso encontrar una forma de asociación que proteja a cada persona y sus bienes, y que permita que, al unirse todos, cada uno se obedezca únicamente a sí mismo y conserve la misma libertad que tenía antes. Esa asociación debe fundarse, por lo tanto, en un contrato o pacto social.

En el fondo, el pacto se reduce a una sola cláusula: cada individuo debe entregar completamente su persona, su fuerza y sus libertades a la comunidad. Al hacerlo todos en igualdad de condiciones, nadie tiene interés en perjudicar a otro. Porque, si la entrega no fuera total y alguno se guardase parte de sus fuerzas, querría con ellas dominar a los demás, haciendo que cada uno volviese a velar por su supervivencia con sus propias fuerzas y libertades, lo que nos devolvería al estado de naturaleza y haría que la asociación se volviera inútil o tiránica. Es decir, con ese contrato viciado, la sociedad que surgiría de él no sería otra que justamente la que denuncia Rousseau por desigual e injusta: la sociedad de su época.

Así que el contrato debe suponer la entrega individual y completa a todos, de manera que nadie se someta a una persona en particular (a un Leviatán, como en el modelo de Hobbes), sino al conjunto de la comunidad. Así, cada uno recibe lo equivalente a lo que cede y gana más fuerza para conservarlo. Por tanto, el pacto social significa que todos ponemos nuestra persona y nuestro poder bajo la autoridad de la «voluntad general», y aceptamos a cada miembro como parte indivisible del todo.

De este acuerdo nace una nueva entidad colectiva, con unidad, vida y voluntad propias. Esta entidad recibe distintos nombres: «ciudad» en la antigüedad, «República» o «cuerpo político» en general, «Estado» cuando se habla de ella de forma pasiva, «Soberano» cuando actúa, y «poder» al compararla con otros Estados. El conjunto de sus miembros se llama «Pueblo», individualmente son «Ciudadanos» cuando participan en la soberanía y «Súbditos» cuando obedecen las leyes. Aunque estos términos a veces se usen como sinónimos, según Rousseau, es importante saber diferenciarlos.

Si en el estado de naturaleza, el ser humano se guía principalmente por el instinto de conservación y por impulsos inmediatos, al vivir en sociedad, esos instintos son sustituidos por principios de justicia que regulan la convivencia. Gracias a estas reglas, aparece también el sentido moral: la capacidad de distinguir lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo, y de actuar no solo por interés personal, sino por respeto a los demás y al bien común. Es decir, para Rousseau, la libertad, la igualdad y la propiedad no son derechos naturales, es decir, no pertenecen al hombre por el mero hecho de existir en el estado de naturaleza, como defendía Locke. Sino que son derechos civiles, que surgen únicamente cuando existe la sociedad y el contrato social. La comunidad, al organizarse políticamente, los reconoce, los garantiza y los regula, de manera que forman parte de la condición de ser ciudadano y no simplemente de ser un individuo humano.

En definitiva, el pacto social básico es el compromiso de unirse y constituir un pueblo, una colectividad que no es una simple suma de intereses y voluntades particulares, sino algo cualitativamente distinto. Este acto fundacional, en el que las personas se convierten en un pueblo, es «el verdadero fundamento de la sociedad». Mediante la renuncia colectiva a los derechos y libertades individuales propios del estado de naturaleza, y la cesión de esos derechos al conjunto, se forma una nueva «persona» política. El «Soberano» surge así cuando individuos libres e iguales deciden crearse a sí mismos como un solo cuerpo orientado al bien común. Del mismo modo que la voluntad individual busca el interés particular, la voluntad general, una vez formada, se dirige al bien común, entendido y acordado colectivamente. En este marco, las obligaciones son recíprocas: el «Soberano» está comprometido con el bien de los individuos, y cada individuo lo está con el bien del todo. Por eso, nadie puede decidir unilateralmente si le conviene cumplir con sus deberes hacia el «Soberano» y, al mismo tiempo, aprovecharse de los beneficios de la «Ciudadanía». Es necesario que todos se ajusten a la «voluntad general», lo que significa, en palabras de Rousseau, que se les debe «obligar a ser libres».

Hay que subrayar que, para Rousseau, la verdadera libertad no es seguir los impulsos inmediatos, sino vivir bajo leyes que uno mismo se ha dado junto con los demás. En el estado de naturaleza, cada persona actúa según sus deseos y fuerza, pero eso puede llevar a la dominación de los más fuertes sobre los más débiles y, así, a la desigualdad. En cambio, en el contrato social, la libertad consiste en obedecer la «voluntad general», es decir, el querer de la «Ciudadanía», el de la sociedad en su conjunto, que no es otra cosa que el bien común. Cuando una persona incumple las leyes que ha aceptado al firmar el pacto social, en realidad está yendo contra la «voluntad general» que él mismo, como ciudadano, ha contribuido a crear. Por eso, si el Estado le obliga a cumplirlas, no le está quitando libertad, sino devolviéndosela: le hace actuar de acuerdo con la decisión común que lo protege y lo mantiene como miembro igual de la comunidad. Si alguien quisiera beneficiarse de los derechos y la seguridad que le da el pacto social, pero negarse a cumplir sus obligaciones, rompería el equilibrio que permite la vida en común. Por lo tanto, «obligarle a ser libre» significa impedirle esa contradicción: si forma parte de la comunidad, debe comportarse como ciudadano y no como un individuo que busca solo su interés particular.

Esta concepción conduce a una forma de democracia muy exigente y directa. En ella no es posible delegar la voluntad propia en otra persona para que actúe en nuestro lugar, como ocurre en las democracias representativas. La «voluntad general» requiere la reunión periódica de todos los ciudadanos en asamblea para decidir colectivamente —y con un alto grado de consenso— las leyes que rigen la convivencia. Como esta voluntad solo existe en la suma de voluntades particulares, es indispensable que estas se reúnan regularmente para mantenerla viva. Esto implica que un sistema democrático coherente con la «voluntad general» solo puede funcionar en Estados relativamente pequeños, donde los ciudadanos puedan reconocerse entre sí y reunirse sin grandes dificultades. No es viable en territorios extensos, con poblaciones dispersas o con condiciones geográficas tan diversas que impidan la unidad bajo leyes comunes. Según Rousseau, aunque estas condiciones para la verdadera democracia sean estrictas, constituyen el único camino para recuperar la libertad que nos corresponde por naturaleza y salvarnos como comunidad política.

No obstante, hay un gran problema con el concepto de «voluntad general» dado que, para Rousseau, esta no equivale a la suma de las voluntades individuales ni necesariamente a una decisión unánime de los ciudadanos en la asamblea. Es decir, no se trata de lo que cada persona crea que es lo mejor, sino de lo que es objetivamente bueno para el conjunto de la comunidad. Por eso, una decisión que exprese la voluntad general puede no coincidir con la opinión de todos los ciudadanos e incluso oponerse al deseo de algunos. Esto da paso a otro problema importante: si la voluntad general no se identifica directamente con lo que todos piensan o votan, surge la pregunta de quién determina cuál es realmente esa voluntad. En teoría, debería nacer de la deliberación libre y racional de los ciudadanos, orientada siempre al interés común. Sin embargo, en la práctica existe el riesgo de que un grupo, un partido o un gobernante se atribuya el derecho de definirla y la utilice para imponer decisiones que no representan verdaderamente el sentir de la comunidad ni el verdadero bien para el conjunto de la sociedad.

Emilio o Sobre la educación

Las ideas de Rousseau sobre la educación se explican principalmente en su obra Emilio o Sobre la educación (1762). En este texto, plantea la idea de la «educación negativa», que consiste en una educación centrada en el niño. La idea fundamental es que la educación debe realizarse, en la medida de lo posible, en consonancia con el desarrollo natural de las capacidades del niño, mediante un proceso de descubrimiento autónomo. Esto contrasta con un modelo educativo tradicional, donde el profesor es una autoridad que transmite conocimientos y habilidades según un currículo previamente establecido. Rousseau basa esta idea en su tesis sobre la bondad natural del ser humano, que expone al inicio del libro, y su proyecto educativo consiste en proteger y fomentar esa bondad natural del niño, a la vez que lo aísla de las voluntades dominantes de los demás.

Hasta la adolescencia, el programa educativo consiste en una serie de manipulaciones del entorno por parte del tutor. El niño no recibe órdenes directas sobre qué hacer o pensar, sino que es guiado para que saque sus propias conclusiones a partir de sus exploraciones en un ambiente cuidadosamente preparado. La primera etapa comienza en la infancia, donde Rousseau se preocupa principalmente por evitar que el niño asuma que las relaciones humanas son esencialmente de dominación y subordinación. Esto puede ocurrir fácilmente por la dependencia del niño hacia el cuidado parental y su capacidad para llamar la atención llorando. Aunque el niño debe protegerse de daños físicos, Rousseau insiste en que debe acostumbrarse a usar sus fuerzas corporales y, por eso, recomienda que se le deje la mayor libertad posible, evitando confinamientos o restricciones.

A partir de los doce años aproximadamente, el programa pasa a la adquisición de habilidades y conceptos abstractos. Esto no se logra mediante libros o lecciones formales, sino a través de la experiencia práctica. La tercera fase coincide con la pubertad y la juventud temprana. En este momento, la etapa de aislamiento termina y el niño comienza a interesarse por los demás, especialmente por el sexo opuesto, y por cómo es visto. Aquí el gran riesgo es que el amor propio se convierta en un deseo excesivo de reconocimiento, sin valorar a los demás y exigiendo subordinación. La tarea del tutor es asegurarse de que las relaciones del alumno con otros se basen primero en la compasión, de modo que, a través de la idea del sufrimiento ajeno, el cuidado y la gratitud, el alumno encuentre un lugar seguro para reconocer su propio valor moral, con un amor propio no competitivo.

La última etapa de la educación implica que el tutor deje de manipular el entorno del niño para convertirse en un consejero de confianza para el joven adulto autónomo. Este adulto encuentra una pareja que puede ser otra fuente de reconocimiento seguro y no competitivo. Esta fase final también incluye la instrucción sobre la naturaleza del mundo social, incluyendo las doctrinas de la filosofía política de Rousseau.

 

 

Basado en Sabine, G. H. (1979). Historia de la teoría política, FCE; en Bertram, Christopher, «Jean Jacques Rousseau», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Summer 2024 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.); y en Delaney, J. J. (2018). «Rousseau, Jean-Jacques». Internet Encyclopedia of Philosophy.

 

Apuntes para clase

Salón de Madame Geoffrin (1812). Charles Gabriel Lemonnier

 

ROUSSEAU Y LA ILUSTRACIÓN

  • la Ilustración busca el progreso de la civilización por medio de la razón y la ciencia
    • Enciclopedia D’Alembert y Diderot
  • Rousseau, como ilustrado heterodoxo, contrapone a los ideales racionalistas de la Ilustración el sentimiento (felicidad), el corazón, la fe (religión natural) y la ley moral de la gente común
    • con Platón entiende que la organización social es, en primer lugar, ética, y de ella se deriva el derecho positivo
    • con Platón también piensa que solo puede haber moral dentro de una sociedad, como ciudadanos, ya sea esta moral buena o mala
    • como en la Grecia clásica, Rousseau basa su modelo social en una ciudad-Estado (del tamaño de Ginebra, donde nació, o Córcega), nunca a la escala estatal de su época

 

DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD (1754)

  • ataque contra la propiedad privada: es el origen de la desigualdad y la guerra
    • todos los derechos (incluso el de propiedad) tienen lugar dentro de la comunidad
  • qué hay de natural y artificial en el hombre
    • los hombres son naturalmente buenos (vs. Hobbes, no viven en lucha de todos contra todos) y compasivos
    • la base de la sociabilidad es el sentimiento y no la razón (vs. Hobbes)
    • pero el ingenuo amor por sí mismo primigenio del hombre en la naturaleza (en la que vive más bien aislado) se va convirtiendo en orgulloso y envidioso a medida que aumentan las relaciones entre los hombres
    • el hombre natural no se puede encontrar en la Historia, sino que se trata de una postulación hipotética:
      • sería un animal con una conducta, en principio, completamente instintiva
      • no tiene lenguaje ni conceptos
        • por lo que no es moral ni vicioso, ni desgraciado ni feliz
        • es el lenguaje, el pensamiento, la sociedad, la que trae las ideas, los conceptos, el egoísmo, la propiedad, la esclavitud, el derecho, etc.
          • y con ello la desigualdad material entre los hombres
        • la sociedad actual está pervertida; es mísera y déspota:
          • Rousseau plantea una sociedad ideal sencilla, a caballo entre el instinto y la civilización

 

EL CONTRATO SOCIAL (1762)

  • se postula un momento en el que la fuerza de cada individuo en el estado de naturaleza le es insuficiente para sobrevivir
    • por eso se habría hecho necesario sumar las fuerzas y libertades individuales
    • para que esa asociación no fuera injusta y sirviera a la protección de cada asociado, tendría que basarse en un pacto o contrato social
  • el contrato social sería una alienación querida y libre en favor no de voluntades individuales, sino de la voluntad general
    • la sociedad sustituye el instinto natural por la justicia y proporciona a los hombres su sentido moral
    • la sociedad crea los derechos a la libertad, igualdad y propiedad (no son Derechos Naturales del hombre, sino de los ciudadanos)
  • la voluntad general es el bien colectivo de la comunidad, que no se corresponde con el conjunto de intereses privados de sus miembros
    • persigue el bien común y no el particular
    • no tiene por qué corresponder con las decisiones del pueblo
  • la soberanía pertenece solo al pueblo como cuerpo social
    • el gobierno asambleario (por democracia directa no representativa) tiene poderes delegados por el pueblo

 

EMILIO O SOBRE LA EDUCACIÓN (1762)

  • puesto que hemos de gobernarnos según nuestra propia naturaleza, la educación ha de concordar con la naturaleza humana, aunque ésta se integre en una sociedad corrupta, vil, etc.
  • importancia de que los niños exploren y aprendan por sí mismos, viajen, etc.
  • la enseñanza moral es práctica porque la moral es cuestión de sentimientos y fe (religión natural)
    • se debe promover en el niño el desarrollo de la amistad y la piedad

 

Texto

JEAN-JACQUES ROUSSEAU, El contrato social.

Capítulo VI. Del pacto social.
Supongo a los hombres llegados a un punto en que los obstáculos que perjudican a su conservación en el estado de naturaleza logran vencer, mediante su resistencia, a la fuerza que cada individuo puede emplear para mantenerse en dicho estado. Desde este momento, el estado primitivo no puede subsistir, y el género humano perecería si no cambiase de manera de ser.
Ahora bien; como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino unir y dirigir las que existen, no tienen otro medio de conservarse que formar por agregación una suma de fuerzas que pueda exceder a la resistencia, ponerlas en juego por un solo móvil y hacerlas obrar en armonía.
Esta suma de fuerzas no puede nacer sino del concurso de muchos; pero siendo la fuerza y la libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su conservación, ¿cómo va a comprometerlos sin perjudicarse y sin olvidar los cuidados que se debe? Esta dificultad, referida a nuestro problema, puede anunciarse en estos términos:
“Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por virtud de la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre como antes”. Tal es el problema fundamental, al cual da solución el Contrato social.
Las cláusulas de este contrato se hallan determinadas hasta tal punto por la naturaleza del acto, que la menor modificación las haría vanas y de efecto nulo; de suerte que, aun cuando jamás hubiesen podido ser formalmente enunciadas, son en todas partes las mismas y doquiera están tácitamente admitidas y reconocidas, hasta que, una vez violado el pacto social, cada cual vuelve a la posesión de sus primitivos derechos y a recobrar su libertad natural, perdiendo la convencional, por la cual renunció a aquélla.
Estas cláusulas, debidamente entendidas, se reducen todas a una sola, a saber: la enajenación total de cada asociado con todos sus derechos a toda la humanidad; porque, en primer lugar, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos, y siendo la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los demás.
Es más: cuando la enajenación se hace sin reservas, la unión llega a ser lo más perfecta posible y ningún asociado tiene nada que reclamar, porque si quedasen reservas en algunos derechos, los particulares, como no habría ningún superior común que pudiese fallar entre ellos y el público, siendo cada cual su propio juez en algún punto, pronto pretendería serlo en todos, y el estado de naturaleza subsistiría y la asociación advendría necesariamente tiránico o vana.
En fin, dándose cada cual a todos, no se da a nadie, y como no hay un asociado, sobre quien no se adquiera el mismo derecho que se le concede sobre sí, se gana el equivalente de todo lo que se pierde y más fuerza para conservar lo que se tiene.
Por tanto, si se elimina del pacto social lo que no le es de esencia, nos encontramos con que se reduce a los términos siguientes: Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y nosotros recibimos además a cada miembro como parte indivisible del todo.
Este acto produce inmediatamente, en vez de la persona particular de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, el cual recibe de este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta persona pública que así se forma, por la unión de todos los demás, tomaba en otro tiempo el nombre de ciudad y toma ahora el de República o de cuerpo político, que es llamado por sus miembros Estado, cuando es pasivo; Soberano, cuando es activo; poder, al compararlo a sus semejantes; respecto a los asociados, toman colectivamente el nombre de Pueblo, y se llaman en particular Ciudadanos, en cuanto son participantes de la autoridad soberana, y Súbditos, en cuanto sometidos a las leyes del Estado. Pero estos términos se confunden frecuentemente y se toman unos por otros; basta con saberlos distinguir cuando se emplean en toda su precisión.

 

Capítulo VII. Del soberano.
Se ve por esta fórmula que el acto de asociación encierra un compromiso recíproco del público con los particulares, y que cada individuo, contratando, por decirlo así, consigo mismo, se encuentra comprometido bajo una doble relación, a saber: como miembro del Soberano, respecto a los particulares, y como miembro del Estado, respecto al Soberano. Mas no puede aplicarse aquí la máxima del derecho civil de que nadie se atiene a los compromisos contraídos consigo mismo; porque hay mucha diferencia entre obligarse con uno mismo o con un todo de que se forma parte.
Es preciso hacer ver, además, que la deliberación pública, que puede obligar a todos los súbditos respecto al soberano, a causa de las dos diferentes relaciones bajo las cuales cada uno de ellos es considerado, no puede por la razón contraria obligar al Soberano para con él mismo, y, por tanto, que es contrario a la naturaleza del cuerpo político que el soberano se imponga una ley que no puede infringir. No siéndole dable considerarse más que bajo una sola y misma relación, se encuentra en el caso de un particular que contrata consigo mismo; de donde se ve que no hay ni puede haber ninguna especie de ley fundamental obligatoria para el cuerpo del pueblo, ni siquiera el contrato social. Lo que no significa que este cuerpo no pueda comprometerse por completo con respecto a otro, en lo que no derogue este contrato; porque, en lo que respecta al extranjero, es un simple ser, un individuo.
Pero el cuerpo político o el soberano, no derivando su ser sino de la santidad del contrato, no puede nunca obligarse, ni aun respecto a otro, a nada que derogue este acto primitivo, como el de enajenar alguna parte de sí mismo o someterse a otro soberano. Violar el acto por el cual existe sería aniquilarlo, y lo que no es nada no produce nada.
Tan pronto como esta multitud se ha reunido así en un cuerpo, no se puede ofender a uno de los miembros ni atacar al cuerpo, ni menos aún ofender al cuerpo sin que los miembros se resistan. Por tanto, el deber, el interés, obligan igualmente a las dos partes contratantes a ayudarse mutuamente, y los mismos hombres deben procurar reunir bajo esta doble relación todas las ventajas que dependan de ella.
Ahora bien; no estando formado el soberano sino por los particulares que lo componen, no hay ni puede haber interés contrario al suyo; por consiguiente, el poder soberano no tiene ninguna necesidad de garantía con respecto a los súbditos, porque es imposible que el cuerpo quiera perjudicar a todos sus miembros, y ahora veremos cómo no puede perjudicar a ninguno en particular. El soberano, sólo por ser lo que es, es siempre lo que debe ser.
Mas no ocurre lo propio con los súbditos respecto al soberano, de cuyos compromisos, a pesar del interés común, nada respondería si no encontrase medios de asegurarse de su fidelidad.
En efecto, cada individuo puede como hombre tener una voluntad particular contraria o disconforme con la voluntad general que tiene como ciudadano; su interés particular puede hablarle de un modo completamente distinto de como lo hace el interés común; su existencia, absoluta y naturalmente independiente, le puede llevar a considerar lo que debe a la causa común, como una contribución gratuita, cuya pérdida será menos perjudicial a los demás que oneroso es para él el pago, y considerando la persona moral que constituye el Estado como un ser de razón, ya que no es un hombre, gozaría de los derechos del ciudadano sin querer llenar los deberes del súbdito, injusticia cuyo progreso causaría la ruina del cuerpo político.
Por tanto, a fin de que este pacto social no sea una vana fórmula, encierra tácitamente este compromiso: que sólo por sí puede dar fuerza a los demás, y que quienquiera se niegue a obedecer la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo. Esto no significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre, pues es tal la condición, que dándose cada ciudadano a la patria le asegura de toda dependencia personal; condición que constituye el artificio y el juego de la máquina política y que es la única que hace legítimos los compromisos civiles, los cuales sin esto serían absurdos, tiránicos y estarían sujetos a los más enormes abusos.

 

Fragmentos del texto

Los siguientes fragmentos del texto deben ser impresos, analizados a mano siguiendo estas instrucciones, calificados primero por su autor/a y luego por un compañero/a siguiendo la rúbrica aportada y, finalmente, entregados al profesor para su revisión.

 

El contrato social 1               El contrato social 2

 

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