JOSÉ ORTEGA Y GASSET (1883 – 1955)
Esquema
OBJETIVISMO
- hasta la publicación de Meditaciones del Quijote (1914)
- dos problemas preocupan a los intelectuales españoles:
- problema de la decadencia de España: pérdida de las últimas colonias en 1898 y desfase científico-tecnológico respecto a otros países europeos
- posición de Miguel de Unamuno: España es potencia mundial en cultura y arte (valor de la subjetividad), así que «que inventen ellos»
- posición de Ortega: España necesita una filosofía objetiva sobre la que fundar ciencia y tecnología y así salir de la decadencia
- problema de si existe una filosofía propiamente española, como sí la hay griega, alemana, francesa, inglesa…
- posición de Julián Sanz del Río: busca en Alemania una doctrina filosófica política y educativa, adoptando la de K.C.F. Krause, sobre la que Francisco Giner de los Ríos funda la Institución Libre de Enseñanza
- posición de Ortega: no hay que importar el pensamiento, sino producirlo en España
- según Ortega, falta “objetivismo” para que florezcan la ciencia y la teoría en España
- La ciencia es fruto del método (definir, compartimentar, dividir, analizar), hábito crítico (contrastar el pensamiento con la verdad y la razón) y racionalidad (contra la irracionalidad)
- Ortega propugna el objetivismo, ir a las cosas mismas, contra el subjetivismo
- es necesario un distanciamiento, una objetivación, perspectiva, abstracción teórica: crear teoría
- la teoría hay que encuadrarla en un sistema donde adquiera sentido y donde se dé la verdad
- Ortega propugna el objetivismo, ir a las cosas mismas, contra el subjetivismo
- La ciencia es fruto del método (definir, compartimentar, dividir, analizar), hábito crítico (contrastar el pensamiento con la verdad y la razón) y racionalidad (contra la irracionalidad)
- problema de la decadencia de España: pérdida de las últimas colonias en 1898 y desfase científico-tecnológico respecto a otros países europeos
PERSPECTIVISMO
- desde las Meditaciones del Quijote (1914) hasta 1924
- “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”
- circunstancias mayúsculas: el hombre encuadrado en una cultura (el hombre occidental se explica a partir del judeocristianismo y la filosofía griega)
- circunstancias minúsculas: circunstancias más cercanas e individuales; confieren sentido a la persona
- circunstancialismo como método de conocimiento
- hay que partir de lo más cercano, conocido y objetivo para uno a lo más difícil y objetivo para todos
- solo hay una Verdad, pero múltiples perspectivas complementarias (solo Dios puede alcanzar la Verdad absoluta, pues solo él tiene todas las perspectivas)
- el racionalismo, para el que solo hay un camino hacia la verdad: el método matemático de la razón
- no hay una perspectiva única y privilegiada: todas las perspectivas conforman la verdad absoluta
- el escepticismo, para el que la verdad objetiva no existe, pues solo hay verdades relativas que pueden ser contradictorias
- la verdad objetiva existe y todas las perspectivas son complementarias
- el racionalismo, para el que solo hay un camino hacia la verdad: el método matemático de la razón
RACIOVITALISMO
- desde 1924, cuando publica en la Revista de Occidente su artículo “Ni vitalismo ni racionalismo” hasta su muerte
- No vitalismo:
- en biología se llama vitalistas a los que creen en un principio vital no reductible a explicaciones físico-químicas, es decir, defienden que hay una diferencia entre materia inerte y materia viva, pero no postulan ningún principio explicativo de la vida
- desde la teoría del conocimiento se dice vitalistas a quienes afirman que el conocimiento es un proceso biológico explicable por la biología
- según el vitalismo bergsoniano (del filósofo francés Henri Bergson), la razón no puede decir cómo es la vida sin reducirla, pero hay un modo intuitivo y vital de conocimiento que nos permite conocerla
- la postura de Ortega es reconocer la primacía del conocimiento racional, pero que ha de tratar de conocer la vida como problema esencial y radical que es (es lo que más directamente nos afecta)
- hay que hacer teoría de la vida, pero sin ahogarla
- No racionalismo:
- Ortega no está contra la razón, que considera una función vital
- está contra el racionalismo (“misticismo de la razón”, fe) y su absolutización, pues esta lleva al irracionalismo
- todo análisis racional topa con un límite irracional
- el racionalismo no reconoce los límites de la razón, identificando la razón y la realidad, lo que le lleva a caer en irracionalismo
- Raciovitalismo:
- “razón vital”, “razón histórica” o “raciovitalismo”
- la realidad (la vida) tiene primacía ontológica sobre el pensamiento o razón, el cual sirve para tratar de explicar la realidad
- la vida es la realidad radical
- la vida humana es personal, inmersa en circunstancias y libre (está siempre en potencia)
- el pensamiento es un instrumento para conocer la realidad que se manifiesta en:
- ideas (razón): pensamientos construidos conscientes, que podemos criticar porque no los tenemos totalmente interiorizados
- creencias (vida): pensamientos que forman parte de nuestra vida de manera tal que no somos conscientes de ellas, por lo que no las cuestionamos
- las ideas y las creencias han de ser armonizadas ejerciendo la crítica
- el filósofo es quien introduce la duda necesaria para la crítica
- la lucha de esta armonización se da en la Historia, pues el hombre es continuo cambio
- cómo avanza la Historia: en cada periodo coexisten tres generaciones (15 años), cada una con sus ideas y creencias propias. Hay dos tipos de épocas:
- épocas acumulativas, en las que se aceptan y se asumen como propias las ideas y creencias de la generación más vieja
- épocas polémicas, cuando hay una lucha entre generaciones por imponer sus propias ideas y creencias
- se trata de épocas en las que hay una crisis histórica donde reina la confusión y desorientación
- algunos buscan coordenadas, para situarse, en el pasado (ideas y creencias de lo más viejos)
- otros se vuelcan en la acción, “hacer por hacer”, pero sin un objetivo claro
- lo correcto, según Ortega, es adoptar convicciones nuevas, propias de una generación joven y creadora
- el pensamiento es un instrumento para conocer la realidad que se manifiesta en:
- la vida humana es personal, inmersa en circunstancias y libre (está siempre en potencia)
Texto
ORTEGA Y GASSET, El tema de nuestro tiempo, cap. 10
Capítulo X. LA DOCTRINA DEL PUNTO DE VISTA
Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de la cultura; únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes -el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura- quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y preparar una síntesis más ente, lo dicho hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.
Recuérdese el comienzo de este estudio. La tradición moderna nos ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la operación inversa: desvanece el valor objetivo de la cultura para dejar paso a la vida. Ambas soluciones, que a las generaciones anteriores parecían suficientes, no encuentran eco en nuestra sensibilidad. Una y otra viven a costa de cegueras complementarias. Como nuestro tiempo no padece esas obnubilaciones, como se ve con toda claridad en el sentido de ambas potencias litigantes, ni se aviene a aceptar que la verdad, que la justicia, que la belleza no existen, ni a olvidarse de que para existir necesitan el soporte de la vitalidad.
Aclaremos este punto concretándonos a la porción mejor definible de la cultura: el conocimiento.
El conocimiento es la adquisición de verdades, y en la verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del Racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y mañana -por tanto, ultravital y extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra: historia.
La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada ser tomase por la pretendida realidad.
Es interesante advertir cómo en estos últimos tiempos, sin común acuerdo ni premeditación, psicología, «biología» y teoría del conocimiento, al revisar los hechos de que ambas actitudes partían, han tenido que rectificarlos, coincidiendo en una nueva manera de plantear la cuestión.
El sujeto, ni es un medio transparente, un “yo puro” idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más ni más por ella, como acontecería al imaginario ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la infinidad de los elementos que integran la realidad, el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas -fenómenos, hechos, verdades- quedan fuera, ignoradas, no percibidas.
Un ejemplo elemental y puramente fisiológico se encuentra en la visión y en la audición. El aparato ocular y el auditivo de la especie humana reciben ondas vibratorias desde cierta velocidad mínima hasta cierta velocidad máxima. Los colores y sonidos que queden más allá o más acá de ambos límites le son desconocidos. Por tanto, su estructura vital influye en la recepción de la realidad; pero esto no quiere decir que su influencia o intervención traiga consigo una deformación. Todo un amplio repertorio de colores y sonidos reales, perfectamente reales, llega a su interior y sabe de ellos.
Como son los colores y sonidos acontece con las verdades. La estructura psíquica de cada individuo viene a ser un órgano perceptor, dotado de una forma determinada que permite la comprensión de ciertas verdades y está condenado a inexorable ceguera para otras. Así mismo, para cada pueblo y cada época tienen su alma típica, es decir, una retícula con mallas de amplitud y perfil definidos que le prestan rigurosa afinidad con ciertas verdades e incorregible ineptitud para llegar a ciertas otras. Esto significa que todas las épocas y todos los pueblos han gozado su congrua porción de verdad, y no tiene sentido que pueblo ni época algunos pretendan oponerse a los demás, como si a ellos les hubiese cabido en el reparto la verdad entera. Todos tienen su puesto determinado en la serie histórica; ninguno puede aspirar a salirse de ella, porque esto equivaldría a convertirse en un ente abstracto, con íntegra renuncia a la existencia.
Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus detalles, para el otro se halla en el último, y queda oscuro y borroso. Además, como las cosas puestas unas detrás se ocultan en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase falso el paisaje ajeno?. Evidentemente, no; tan real es el uno como el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla sometido a las mismas condiciones que los otros dos. Ahora bien, ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.
Lo que acontece con la visión corpórea se cumple igualmente en todo lo demás. Todo conocimiento es desde un punto de vista determinado. La species aeternitatis, de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones.
Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y, lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.
La individualidad de cada sujeto era el indominable estorbo que la tradición intelectual de los últimos tiempos encontraba para que el conocimiento pudiese justificar su pretensión de conseguir la verdad. Dos sujetos diferentes -se pensaba- llegarán a verdades divergentes. Ahora vemos que la divergencia entre los mundos de dos sujetos no implica la falsedad de uno de ellos. Al contrario, precisamente porque lo que cada cual ve es una realidad y no una ficción, tiene que ser su aspecto distinto del que otro percibe. Esa divergencia no es contradicción, sino complemento. Si el universo hubiese presentado una faz idéntica a los ojos de un griego socrático que a los de un yanqui, deberíamos pensar que el universo no tiene verdadera realidad, independiente de los sujetos. Porque esa coincidencia de aspecto ante dos hombres colocados en puntos tan diversos como son la Atenas del siglo V y la Nueva York del XX indicaría que no se trataba de una realidad externa a ellos, sino de una imaginación que por azar se producía idénticamente en dos sujetos.
Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo -persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere un dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada.
El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tornan, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la Única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde «lugar ninguno». El utopista -y esto ha sido en esencia el racionalismo- es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.
Hasta ahora la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tienen que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.
Cuando hoy miramos las filosofías del pasado, incluyendo las del último siglo, notamos en ellas ciertos rasgos de primitivismo. Empleo esta palabra en el estricto sentido que tiene cuando es referida a los pintores del quattrocento. ¿Por qué llamamos a éstos “primitivos”? ¿En qué consiste su primitivismo? En su ingenuidad, en su candor -se dice-. Pero ¿cuál es la razón del candor y de la ingenuidad, cuál su esencia? Sin duda, es el olvido de sí mismo. El pintor primitivo pinta el mundo desde su punto de vista -bajo el imperio de las ideas, valoraciones, sentimientos que le son privados-, pero cree que lo pinta según él es. Por lo mismo, olvida introducir en su obra su personalidad; nos ofrece aquélla como si se hubiera fabricado a si misma, sin intervención de un sujeto determinado, fijo en un lugar del espacio y en un instante del tiempo. Nosotros, naturalmente, vemos en el cuadro el reflejo de su individualidad y vemos, a la par, que él no la veía, que se ignoraba a si mismo y se creía una pupila anónima abierta sobre el universo. Esta ignorancia de sí mismo es la fuente encantadora de la ingenuidad.
Mas la complacencia que el candor nos proporciona incluye y supone la desestima del candoroso. Se trata de un benévolo menosprecio. Gozamos del pintor primitivo, como gozamos del alma infantil, precisamente, porque nos sentimos superiores a ellos. Nuestra visión del mundo es mucho más amplia, más compleja, más llena de reservas, encrucijadas, escotillones. Al movernos en nuestro ámbito vital sentimos éste como algo ilimitado, indomable, peligroso y difícil. En cambio al asomamos al universo del niño o del pintor primitivo vemos que es un pequeño circulo, perfectamente concluso y dominable, con un repertorio reducido de objetos y peripecias. La vida imaginaria que llevamos durante el rato de esa contemplación nos parece un juego fácil que momentáneamente nos liberta de nuestra grave y problemática existencia. La gracia del candor es, pues, la delectación del fuerte en la flaqueza del débil.
El atractivo que sobre nosotros tienen las filosofías pretéritas es del mismo tipo. Su claro y sencillo esquematismo, su ingenua ilusión de haber descubierto toda la verdad, la seguridad con que se asientan en fórmulas que suponen inconmovibles nos dan la impresión de un orbe concluso, definido y definitivo, donde ya no hay problemas, donde todo está ya resuelto. Nada más grato que pasear unas horas por mundos tan claros y tan mansos. Pero cuando tomamos a nosotros mismos y volvemos a sentir el universo con nuestra propia sensibilidad, vemos que el mundo definido por esas filosofías no era, en verdad el mundo, sino el horizonte de sus autores. Lo que ellos interpretaban como limite del universo, tras el cual no había nada más, era sólo la línea curva con que su perspectiva cerraba su paisaje. Toda filosofía que quiere curarse de ese inveterado primitivismo, de esa pertinaz utopía, necesita corregir ese error, evitando que lo que es blando y dilatable horizonte se anquilose en mundo.
Ahora bien; la reducción o conversión del mundo a horizonte no resta lo más mínimo de realidad a aquél; simplemente lo refiere al sujeto viviente, cuyo mundo es, lo dota de una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida, que va de pueblo en pueblo, de generación en generación, de individuo en individuo, apoderándose de la realidad universal.
De esta manera, la peculiaridad de cada ser, su diferencia individual, lejos de estorbarle para captar la verdad, es precisamente el órgano por el cual puede ver la porción de realidad que le corresponde. De esta manera, aparece cada individuo, cada generación, cada época como un aparato de conocimiento insustituible. La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora bien: esta suma de las perspectivas individuales, este conocimiento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omnisciencia, esta verdadera «razón absoluta» es el sublime oficio que atribuimos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no porque posea un mirador fuera del área humana que le haga ver directamente la realidad universal, como si fuera un viejo racionalista. Dios no es racionalista. Su punto de vista es el de cada uno de nosotros; nuestra verdad parcial es también verdad para Dios. ¡De tal modo es verídica nuestra perspectiva y auténtica nuestra realidad! Sólo que Dios, como dice el catecismo, está en todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista y en su ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes. Dios es el símbolo del torrente vital, al través de cuyas infinitas retículas va pasando poco a poco el universo, que queda así impregnado de vida, consagrado, es decir, visto, amado, odiado, sufrido y gozado.
Sostenía Malebranche que si nosotros conocemos alguna verdad es porque vemos las cosas en Dios, desde el punto de vista de Dios. Más verosímil me parece lo inverso: que Dios ve las cosas al través de los hombres, que los hombres son los órganos visuales de la divinidad.
Por eso conviene no defraudar la sublime necesidad que de nosotros tiene, e hincándonos bien en el lugar que nos hallarnos, con una profunda fidelidad a nuestro organismo, a lo que vitalmente somos, abrir bien los ojos sobre el contorno y aceptar la faena que nos propone el destino: el tema de nuestro tiempo.
Fragmentos del texto
Los siguientes fragmentos del texto deben ser impresos, analizados a mano siguiendo estas instrucciones, calificados primero por su autor/a y luego por un compañero/a siguiendo la rúbrica aportada y, finalmente, entregados al profesor para su revisión.
El tema de nuestro tiempo 1 El tema de nuestro tiempo 2
Otros recursos
AUDIOS:
– Ortega y Gasset habla sobre el concepto de Historia en el Centro de Estudios Históricos de Madrid (1931-1933):
– Ortega y Gasset habla sobre la vida como quehacer en el Centro de Estudios Históricos de Madrid (1931-1933):