La pasión por el conocimiento

Teoría

 

EL CONOCIMIENTO DE DIOS
Las viejas preocupaciones de los filósofos antiguos por la naturaleza, el ser humano, la ética y la política se abordaron desde otro punto de vista en la Edad Media, cuando pasa a entenderse todo bajo la omnipotencia y omnisciencia de Dios.
Agustín de Hipona (354-430)
Como colaboró de manera fundamental a establecer, en sus orígenes, la doctrina del cristianismo, se le considera el más importante de los Padres de la Iglesia.
Trata de conciliar la filosofía de Platón con el dogma de la Iglesia. Para él, la fe (creencia) y la razón (filosofía) colaboran para llegar a la Verdad, es decir, Dios.
Considera que Dios le ha dado al ser humano el libre albedrío, aunque, con ello, también la posibilidad de pecar.
Defiende que Dios no ha creado el mal, pues solo existe el bien.
Tomás de Aquino (1225-1274)
Es considerado la culminación de la Escolástica, esto es, el intento medieval de utilizar la filosofía clásica para comprender el dogma cristiano.
Defiende la teología como el estudio racional, filosófico, de la divinidad.
Se basó, fundamentalmente, en la filosofía de Aristóteles, cuyos textos fueron redescubiertos en Occidente a través de la tradición islámica y judía.
Aporta cinco demostraciones racionales de la existencia de Dios, partiendo de fenómenos observables en el mundo.

 

Guillermo de Ochkam (1285-1347)
Su posición estrictamente racionalista y contraria a la metafísica abre las puertas a la Época Moderna.
Para él, asuntos como la existencia de Dios o la inmortalidad del alma son exclusivos de la fe, puesto que la razón nada puede decir sobre ellos.
Defiende que no existen las esencias o formas extracorpóreas, que serían meros nombres o flatus vocis (palabras sin contenido) de los individuos realmente existentes.
Aboga por tratar de explicar los fenómenos con el mínimo número imprescindible de causas o factores, lo cual se ha dado en llamar navaja de Ockham.
LA EXISTENCIA DE DIOS
Anselmo de Canterbury (1033-1109)
Anselmo de Aosta, arzobispo de Canterbury, ofreció dos demostraciones de la existencia de Dios, una a priori y otra a posteriori, es decir, independientemente de la experiencia y dependiente de la experiencia, respectivamente.
En su obra Monologion argumenta, a posteriori, que las cosas del mundo difieren en perfección y que eso es posible porque participan en mayor o menor grado de una perfección esencial que, en términos absolutos, solo puede ser Dios.
En su obra Proslogion argumenta, a priori, que el ser mayor que puede ser pensado no puede existir solo en la inteligencia, pues le faltaría su existencia más allá de esta, por lo que Dios ha de existir en la realidad, no solo en el pensamiento.

 

Práctica

 

1. Analice los siguientes textos respondiendo a las siguientes preguntas sobre cada uno de ellos:
  • ¿De qué trata el texto?
  • ¿Qué dice el texto?
  • ¿Por qué lo dice?
  • ¿Cómo lo dice?
  • ¿Para qué lo dice?
AGUSTÍN. ¿Estás seguro, al menos, de la existencia de Dios?
EVODIO. Sí, y con una certeza incontestable; pero tampoco en este caso es el examen de la razón, sino la fe, quien me da tal certeza.
AGUSTÍN. Bien. Si alguno de esos insensatos de los que se ha escrito: “El insensato dijo en su corazón: Dios no existe”, viniera a repetirte esa proposición y, rechazando creer contigo lo que tú crees, te manifestara el deseo de conocer si tú crees la verdad, ¿dejarías a ese hombre en su incredulidad o creerías que hay algún medio de persuadirlo de lo que tú crees firmemente? Sobre todo si no tuviera la intención de luchar acérrimamente, sino el deseo sincero de saber.
(Agustín de Hipona, Del libre arbitrio)
Hallamos que en este mundo de lo sensible hay un orden determinado entre las causas eficientes; pero no hallamos que cosa alguna sea su propia causa, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y esto es imposible. Ahora bien, tampoco se puede prolongar indefinidamente la serie de las causas eficientes, porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la intermedia, sea una o muchas, y ésta causa de la última; y puesto que, suprimida una causa, se suprime su efecto, si no existiese una que sea la primera, tampoco existiría la intermedia ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la serie de causas eficientes, no habría causa eficiente primera, y, por tanto, ni efecto último ni causa eficiente intermedia, cosa falsa a todas luces. Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera, a la que todos llaman Dios.
(Tomás de Aquino, Suma teológica)

 

Investigación

 

Pasos para escribir un artículo filosófico (II)
3. ¿Cómo seleccionar, analizar, sacar citas y referenciar los textos?
Sacar notas de las fuentes
Mientras leemos las fuentes que hemos seleccionado es preciso ir sacando notas de todo lo que nos vaya llamando la atención, ya sea porque nos parezca importante, chocante, intrigante, estemos fuertemente en desacuerdo con ello, etc.
Tomar nota consiste en escribir con nuestras propias palabras las ideas que acabamos de leer, así como las opiniones que tenemos sobre ellas o posibles preguntas que nos hayan provocado.

Se pueden seguir los siguientes pasos:

  1. Escribir en nuestro cuaderno el título del libro que vamos a leer.
  2. Después de leer algo que consideramos relevante, escribir en el cuaderno la página del libro donde aparece y, a continuación, las ideas tal y como nosotros las hemos entendido sin mirar de nuevo el texto. No se trata de sacar una cita directa, sino de anotar las ideas que nos ha inspirado el texto.
  3. No preocuparse por la extensión o la corrección sintáctica de lo que hemos escrito. Se trata de anotar nuestras ideas para no olvidarlas, no la redacción definitiva del artículo.
  4. Tras la sesión de lectura, cerrar el libro y ordenar de manera lógica las ideas anotadas.
  5. Con el libro cerrado, escribir en el cuaderno un resumen de lo que te haya parecido importante.

 

Analizar un texto
La lectura de las fuentes puede ser, a veces, difícil. Hay textos muy comprensibles, pero hay otros que necesitamos leer varias veces y despacio para poder entenderlos. No obstante, tanto para los primeros como para los segundos, es siempre útil acercarnos a ellos de una manera analítica.
Analizar un texto filosófico consiste en responder a las siguientes preguntas:
  • ¿De qué trata el texto? El tema general, de qué va, sobre qué problema o cuestión versa. Si el texto coincide con un párrafo, el tema debería aparecer en la primera línea.
  • ¿Qué dice el texto? La tesis, lo que afirma, lo que defiende el texto. Es decir, la respuesta que da el texto al problema que trata.
  • ¿Por qué lo dice? Los argumentos que da para apoyar su postura frente al tema o problema.
  • ¿Cómo lo dice? La forma o estructura argumental que el autor le ha dado al texto para hacerlo más comprensible, atractivo o convincente.
  • ¿Para qué lo dice? Es decir, cuál es el objetivo que tuvo el autor al escribir ese texto, qué quería conseguir con él: convencer, rechazar, afirmar su acuerdo o desacuerdo con algo, etc.

 

Una vez analizado un texto ya sabremos muchas cosas:
  • Si el tema del texto coincide o no con el de nuestra investigación.
  • Si lo que dice es algo original o no, contrario o no a lo que dicen otros autores o nosotros mismos, etc.
  • Si los argumentos que da son válidos, sólidos, fuertes, consistentes, razonables, etc., y si coinciden, complementan o contraponen a otros que conozcamos o se nos hayan ocurrido.
  • Si la forma de argumentar es atractiva y consigue su objetivo, con vistas a si la podríamos adoptar para nuestro artículo o no.
  • Identificar términos técnicos o desconocidos para nosotros que es necesario consultar en un diccionario generalista o especializado. Las diferentes interpretaciones que se han hecho de un término técnico pueden ser objeto de un buen artículo filosófico.

 

Citar un texto
Para referirnos en nuestro artículo a un texto de otro autor, tenemos que citarlo. Con ello conseguimos dos cosas. Por una parte, no confundir al lector, haciéndole pensar que determinada idea, argumento o incluso palabras literales son de nuestra autoría cuando no lo son. Hay que dejar siempre bien claro lo que decimos nosotros y separarlo de lo que dicen otras personas. Por otra parte, hay que ayudar al lector para que pueda localizar la idea, argumento o palabras textuales en su fuente original. De esa manera podrá contrastar si nosotros hemos sido fieles al recoger las ideas de otro autor y quizá servirse allí de otras que no hemos recogido en nuestro artículo. En definitiva, las citas sirven para prestigiar y hacer confiable nuestro trabajo. A grandes rasgos se puede distinguir dos tipos de citas: las indirectas y las directas.
Las citas directas son las que recogen de forma literal las palabras de una obra. Se utilizan para reproducir una definición exacta o un discurso destacado de un autor. De lo contrario, siempre son preferibles las citas indirectas. Si la cita directa tiene menos de 40 palabras, siempre debe ir entrecomillada. Por ejemplo:
Spinoza está en lo cierto cuando dice que «los hombres juzgan de las cosas según la disposición de su cerebro y que más bien las imaginan que las entienden» (Spinoza, 2000, p. 73), porque si no fuera así…
Si las citas directas tienen 40 palabras o más no van entre comillas, pero sí en un párrafo aparte:
De la misma forma opina Spinoza cuando dice lo siguiente:
Estos dichos bastan para mostrar que los hombres juzgan de las cosas según la disposición de su cerebro y que más bien las imaginan que las entienden. Ya que, de haber entendido las cosas, éstas (testigo las Matemáticas), aunque no atrajeran a todos, al menos los convencerían. (Spinoza, 2000, p. 73)
Esto supone que…
Las citas indirectas son aquellas en las que reformulamos con nuestras palabras o parafraseamos las ideas que queremos citar. Estas no van entrecomilladas ni en un párrafo aparte, sino que se integran en la propia redacción. Por ejemplo:
Spinoza apunta lo mismo cuando dice que los seres humanos valoramos las cosas siguiendo nuestra imaginación más que nuestro entendimiento, porque, si no fuera así, pasaría como con las matemáticas, con cuyos resultados todos estamos de acuerdo (Spinoza, 2000, p. 73).
Con las citas indirectas podemos enfocar la idea a citar de la mejor manera posible para integrarla en nuestra estructura argumentativa.

 

¿Cómo referenciar los textos?
Después de cada cita, ya sea directa o indirecta, hay que indicar el origen del texto citado. Hay muchos estilos para hacerlo: el APA, el Harvard, el Chicago, el Vancouver. Algunos utilizan una llamada numérica en el texto para luego poner la referencia a pie de página, mientras que otras introducen esa información en el cuerpo del texto. En los ejemplos de arriba se ha utilizado el estilo APA (American Psychological Association), que consiste en indicar en el texto y entre paréntesis el autor, la fecha de la obra citada y la página donde aparece el texto: (Autor, año, página).
Esas indicaciones precisan, además, de su referencia en una bibliografía. La bibliografía es un compendio de todas las obras citadas en un artículo, que deben presentarse en orden alfabético del primer apellido del autor. Siguiendo las normas del formato APA (7ª edición), las referencias bibliográficas deben seguir esta forma:
  • Apellido, A. A. (fecha). Título del libro en cursiva. Editorial.

Por ejemplo:

  • Spinoza, B. (2000). Ética demostrada según el orden geométrico. Trotta.

 

Bibliografía

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  • Agustín & Encuentra, O. A. (2010). Confesiones. Madrid: Gredos.
  • Agustín. (1946). Obras completas de San Agustín III. Obras filosóficas. Madrid: BAC.
  • Anselmo de Canterbury. Obras completas I: BAC.
  • Anselmo de Canterbury. Obras completas II: BAC.
  • Anselmo de Canterbury. Proslogion.
  • Anselmo de Canterbury. Monologium.
  • Beuchot, M. (2013). Historia de la filosofía medieval: FCE.
  • Bréhier, E. (1988). Historia de la filosofía I: Tecnos.
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  • Copleston, F. C. (1994). Historia de la filosofía IIII: Ariel.
  • Honderich, T. & García, T. C. (2001). Enciclopedia Oxford de filosofía.
  • Kenny, A. (2005). Breve historia de la filosofía occidental: Paidós.
  • Martínez Marzoa, F. (2000). Historia de la filosofia vol. 1: Itsmo.
  • Ockham, W. (1972). Tratado sobre los principios de la teología: Aguilar.
  • Ockham, W. (2008). Sobre el gobierno tiránico del papa: Tecnos.
  • Ramon Guerrero, R. (2002). Historia de la filosofía medieval: Akal.
  • Reale, G. & Antiseri, D. (1988). Historia del pensamiento filosófico y científico. Tomo I.
  • Russell, B., Gómez, . S. J., Dorta, A., & Mosterín, J. (2004). Historia de la filosofía occidental. Pozuelo de Alarcón (Madrid): Espasa-Calpe.
  • Sabine, G. H. (1979). Historia de la teoría política. Madrid: FCE.
  • Sánchez, Meca. D. (2001). Teoría del conocimiento: Dykinson.
  • Sánchez Meca, D. (2013). Historia de la filosofía antigua y medieval: Dykinson.
  • Stevenson, L., Haberman, D. L., Wright, P. T. & Witt, C. (2018). Trece teorías de la naturaleza humana. Madrid: Cátedra.
  • Störig, H. J. (2012). Historia universal de la filosofía. Madrid: Tecnos.
  • Tomás. (2009). Suma de teología. Vol. I. Madrid: BAC.
  • Tomás. (1993). Suma de teología: Vol. II. Madrid: BAC.
  • Tomás. (1990). Suma de teología: Vol. III. Madrid: BAC.
  • Tomás. (1994). Suma de teología. Vol. IV. Madrid: BAC.

Examen