El desencantamiento del mundo
Teoría
EL IRRACIONALISMO
Durante siglos, aunque sobre todo a partir de la Ilustración, se ha mantenido una concepción racional del mundo, es decir, se ha considerado que la realidad, lo que existe, es racional, por lo que cabe conocerlo y comprenderlo. Pero en el siglo XIX surgen pensadores que cuestionan tal cosmovisión por antropocéntrica y defienden que el universo no tiene nada de racional. Para ellos, la razón solamente es un mecanismo humano que nos permitiría, de manera siempre precaria, tranquilizarnos ante el sinsentido de la existencia. De hecho entienden que sería la parte más instintiva, pasional o sentimental del ser humano la que nos informaría de lo que el mundo es en realidad.
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Arthur Schopenhauer fue un filósofo alemán del siglo XIX conocido por su filosofía pesimista. Su obra más importante es El mundo como voluntad y representación. En ella argumenta que el mundo es una representación subjetiva creada por nuestra razón y que la realidad subyacente tras esa representación es la voluntad. La voluntad, según Schopenhauer, es ciega, irracional y absurda, y es la fuente de todo sufrimiento en el mundo. De hecho, entiende que la vida es como un péndulo que va de la experiencia dolorosa de no tener aquello que se desea, un breve momento de felicidad cuando se alcanza, y el hastío o aburrimiento que se experimenta poco después, hasta que surge un nuevo dolor. La única forma de escapar del sufrimiento, según Schopenhauer, es a través de la negación del deseo y la voluntad, aunque también creía que el arte y la contemplación estética pueden proporcionar un escape temporal del sufrimiento al permitirnos experimentar una forma pura de belleza que trasciende nuestra existencia individual.
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Kierkegaard fue un filósofo danés que centró su pensamiento en la existencia humana, la subjetividad y la angustia existencial. Para Kierkegaard, la vida consiste fundamentalmente en elegir. Es a través de nuestras elecciones como vamos desarrollando nuestra existencia, conformando lo que somos. Algunas de tales decisiones son profundamente morales. De ahí que debamos elegir muchas veces entre lo que nos proporciona placer y lo que consideramos justo. Sin embargo, para Kierkegaard, cada uno de nosotros somos los únicos responsables de nuestras decisiones.
Kierkegaard distingue tres estadios o esferas de la existencia humana: el estadio estético, el estadio ético y el estadio religioso. En el estadio estético, el hombre mira únicamente por sí mismo, de forma egoísta. Es alguien que se deja llevar por las sensaciones, coleccionando instantes, construyéndose a sí mismo desde la nada. Pero este estadio es una ilusión, porque esa pretendida autodeterminación e individualismo lleva a la repetición sin sentido y a la melancolía. En el estadio ético se sale de ese egoísmo para entrar en el ámbito de la responsabilidad y el deber. Kierkegaard considera el matrimonio el emblema del estadio ético, pues representa la asunción de un compromiso y unas limitaciones diarias y cotidianas. Pero el estadio ético tampoco permite todavía una vida realmente auténtica. Para pasar a ese estadio, el religioso, hay que dar un salto de fe, abandonándose a uno mismo y a todo lo que nos rodea para abrazar a Dios. El estadio religioso está presidido no ya por el placer o por el deber, sino por el amor.
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El pensamiento del filósofo alemán Friedrich Nietzsche estuvo fuertemente influenciado por el de Schopenhauer. Sobre todo, en su primera gran obra, El nacimiento de la tragedia, donde argumenta que en la tragedia griega se expresaban dos tipos de impulsos: los dionisíacos y los apolíneos. El impulso dionisíaco, representado por el dios Dionisos y, en las tragedias, por el coro, expresa el caos, la irracionalidad, el dolor y sinsentido de la vida, mientras que el impulso apolíneo, representado por el dios Apolo y, en las tragedias, por el héroe, expresa el orden, la racionalidad, la moderación, esto es, el sueño, la ficción necesaria para afrontar la vida. Según Nietzsche, la tragedia griega logró un equilibrio entre estos dos impulsos opuestos y creó una forma de arte que permitía a los espectadores experimentar la verdadera realidad sin verse angustiados por ello. Sin embargo, Nietzsche argumentó que este equilibrio se perdió con el triunfo de la racionalidad y la negación del elemento dionisiaco llevada a cabo por Eurípides, Sócrates y Platón. En concreto, estos dos últimos serían los responsables de la creación de una ficción antivital y cobarde que promovería un resentimiento patológico y dañino hacia la vida, que acabaría configurando el sistema moral cristiano: una moral de esclavos.
Nietzsche criticará, por tanto, la cosmovisión imperante en Occidente, tachándola de nihilista, aunque señala también su propio derrumbe, la muerte de Dios, y anuncia la llegada del «superhombre» o übermensch. Este sería un ser libre y autónomo, capaz de crear sus propios valores y de vivir de acuerdo con su propia voluntad de poder, sin estar atado a las limitaciones impuestas por la moral y la religión. Según Nietzsche, el superhombre, que se asemejaría a un niño en tanto que es capaz de crear y experimentar sin miedo, abrazaría el eterno retorno de lo mismo. Este es una idea abismática que tiene el siguiente sentido moral: “lo que quieras, has de quererlo de tal manera que quieras también su eterno retorno”.
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Práctica
En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente, cuán lamentable y sombrío, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada. Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza tan despreciable e insignificante que, con un mínimo soplo de aquel poder del conocimiento, no se hinche inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuadra quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los hombres, el filósofo, quiere que desde todas partes, los ojos del universo tengan telescópicamente puesta su mirada sobre sus acciones y pensamientos.(Nietzsche, F., Sobre verdad y mentira en sentido extramoral)
1.- Analice el texto de Nietzsche.
Investigación
Pasos para escribir un artículo filosófico (II)
3. ¿Cómo seleccionar, analizar, sacar citas y referenciar los textos?
Sacar notas de las fuentes
Mientras leemos las fuentes que hemos seleccionado es preciso ir sacando notas de todo lo que nos vaya llamando la atención, ya sea porque nos parezca importante, chocante, intrigante, estemos fuertemente en desacuerdo con ello, etc.
Tomar nota consiste en escribir con nuestras propias palabras las ideas que acabamos de leer, así como las opiniones que tenemos sobre ellas o posibles preguntas que nos hayan provocado.
Se pueden seguir los siguientes pasos:
- Escribir en nuestro cuaderno el título del libro que vamos a leer.
- Después de leer algo que consideramos relevante, escribir en el cuaderno la página del libro donde aparece y, a continuación, las ideas tal y como nosotros las hemos entendido sin mirar de nuevo el texto. No se trata de sacar una cita directa, sino de anotar las ideas que nos ha inspirado el texto.
- No preocuparse por la extensión o la corrección sintáctica de lo que hemos escrito. Se trata de anotar nuestras ideas para no olvidarlas, no la redacción definitiva del artículo.
- Tras la sesión de lectura, cerrar el libro y ordenar de manera lógica las ideas anotadas.
- Con el libro cerrado, escribir en el cuaderno un resumen de lo que te haya parecido importante.
Analizar un texto
La lectura de las fuentes puede ser, a veces, difícil. Hay textos muy comprensibles, pero hay otros que necesitamos leer varias veces y despacio para poder entenderlos. No obstante, tanto para los primeros como para los segundos, es siempre útil acercarnos a ellos de una manera analítica.
Analizar un texto filosófico consiste en responder a las siguientes preguntas:
- ¿De qué trata el texto? El tema general, de qué va, sobre qué problema o cuestión versa. Si el texto coincide con un párrafo, el tema debería aparecer en la primera línea.
- ¿Qué dice el texto? La tesis, lo que afirma, lo que defiende el texto. Es decir, la respuesta que da el texto al problema que trata.
- ¿Por qué lo dice? Los argumentos que da para apoyar su postura frente al tema o problema.
- ¿Cómo lo dice? La forma o estructura argumental que el autor le ha dado al texto para hacerlo más comprensible, atractivo o convincente.
- ¿Para qué lo dice? Es decir, cuál es el objetivo que tuvo el autor al escribir ese texto, qué quería conseguir con él: convencer, rechazar, afirmar su acuerdo o desacuerdo con algo, etc.
Una vez analizado un texto ya sabremos muchas cosas:
- Si el tema del texto coincide o no con el de nuestra investigación.
- Si lo que dice es algo original o no, contrario o no a lo que dicen otros autores o nosotros mismos, etc.
- Si los argumentos que da son válidos, sólidos, fuertes, consistentes, razonables, etc., y si coinciden, complementan o contraponen a otros que conozcamos o se nos hayan ocurrido.
- Si la forma de argumentar es atractiva y consigue su objetivo, con vistas a si la podríamos adoptar para nuestro artículo o no.
- Identificar términos técnicos o desconocidos para nosotros que es necesario consultar en un diccionario generalista o especializado. Las diferentes interpretaciones que se han hecho de un término técnico pueden ser objeto de un buen artículo filosófico.
Citar un texto
Para referirnos en nuestro artículo a un texto de otro autor, tenemos que citarlo. Con ello conseguimos dos cosas. Por una parte, no confundir al lector, haciéndole pensar que determinada idea, argumento o incluso palabras literales son de nuestra autoría cuando no lo son. Hay que dejar siempre bien claro lo que decimos nosotros y separarlo de lo que dicen otras personas. Por otra parte, hay que ayudar al lector para que pueda localizar la idea, argumento o palabras textuales en su fuente original. De esa manera podrá contrastar si nosotros hemos sido fieles al recoger las ideas de otro autor y quizá servirse allí de otras que no hemos recogido en nuestro artículo. En definitiva, las citas sirven para prestigiar y hacer confiable nuestro trabajo. A grandes rasgos se puede distinguir dos tipos de citas: las indirectas y las directas.
Las citas directas son las que recogen de forma literal las palabras de una obra. Se utilizan para reproducir una definición exacta o un discurso destacado de un autor. De lo contrario, siempre son preferibles las citas indirectas. Si la cita directa tiene menos de 40 palabras, siempre debe ir entrecomillada. Por ejemplo:
Spinoza está en lo cierto cuando dice que «los hombres juzgan de las cosas según la disposición de su cerebro y que más bien las imaginan que las entienden» (Spinoza, 2000, p. 73), porque si no fuera así…
Si las citas directas tienen 40 palabras o más no van entre comillas, pero sí en un párrafo aparte:
De la misma forma opina Spinoza cuando dice lo siguiente:Estos dichos bastan para mostrar que los hombres juzgan de las cosas según la disposición de su cerebro y que más bien las imaginan que las entienden. Ya que, de haber entendido las cosas, éstas (testigo las Matemáticas), aunque no atrajeran a todos, al menos los convencerían. (Spinoza, 2000, p. 73)Esto supone que…
Las citas indirectas son aquellas en las que reformulamos con nuestras palabras o parafraseamos las ideas que queremos citar. Estas no van entrecomilladas ni en un párrafo aparte, sino que se integran en la propia redacción. Por ejemplo:
Spinoza apunta lo mismo cuando dice que los seres humanos valoramos las cosas siguiendo nuestra imaginación más que nuestro entendimiento, porque, si no fuera así, pasaría como con las matemáticas, con cuyos resultados todos estamos de acuerdo (Spinoza, 2000, p. 73).
Con las citas indirectas podemos enfocar la idea a citar de la mejor manera posible para integrarla en nuestra estructura argumentativa.
¿Cómo referenciar los textos?
Después de cada cita, ya sea directa o indirecta, hay que indicar el origen del texto citado. Hay muchos estilos para hacerlo: el APA, el Harvard, el Chicago, el Vancouver. Algunos utilizan una llamada numérica en el texto para luego poner la referencia a pie de página, mientras que otras introducen esa información en el cuerpo del texto. En los ejemplos de arriba se ha utilizado el estilo APA (American Psychological Association), que consiste en indicar en el texto y entre paréntesis el autor, la fecha de la obra citada y la página donde aparece el texto: (Autor, año, página).
Esas indicaciones precisan, además, de su referencia en una bibliografía. La bibliografía es un compendio de todas las obras citadas en un artículo, que deben presentarse en orden alfabético del primer apellido del autor. Siguiendo las normas del formato APA (7ª edición), las referencias bibliográficas deben seguir esta forma:
- Apellido, A. A. (fecha). Título del libro en cursiva. Editorial.
Por ejemplo:
- Spinoza, B. (2000). Ética demostrada según el orden geométrico. Trotta.
Bibliografía
- Abbagnano, N. (1994). Historia de la filosofía. Vol 3. Barcelona: Hora.
- Copleston, F. C. (1996). Historia de la filosofía VII. Barcelona: Ariel.
- Hottois, G. & Galmarini, M. A. (1999). Historia de la filosofía del Renacimiento a la posmodernidad. Madrid: Cátedra.
- Magee, B. (1991). Schopenhauer. Madrid: Cátedra.
- Moreno, C. L. F. (2010). Schopenhauer. Estudio introductorio. Madrid: Gredos.
- Reale, G. & Antiseri, D. (1988). Historia del pensamiento filosófico y científico. Tomo III. Barcelona: Herder.
- Russell, B., Gómez, . S. J., Dorta, A., & Mosterín, J. (2004). Historia de la filosofía occidental. Pozuelo de Alarcón (Madrid): Espasa-Calpe.
- Safranski, R. (1992). Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía. Madrid: Alianza.
- Sánchez, M. D. (2001). Teoría del conocimiento. Madrid: Dykinson.
- Stevenson, L., Haberman, D. L., Wright, P. T. & Witt, C. (2018). Trece teorías de la naturaleza humana. Madrid: Cátedra.
- Störig, H. J. (2012). Historia universal de la filosofía. Madrid: Tecnos.