Teoría del conocimiento

Teoría

 

TEORÍAS DEL CONOCIMIENTO DE LA MODERNIDAD
Francis Bacon
Francis Bacon (1561-1626) fue un político y filósofo inglés que expuso en su Novum Organum, de 1620, su concepción de la ciencia, según la cual todo conocimiento proviene de la experiencia por generalización inductiva, subrayando la importancia de la observación y la experimentación. No obstante, defendía que la ciencia tenía que librarse de cuatro prejuicios o ídolos que la habían maniatado hasta la fecha: los ídolos de la tribu, los ídolos de la caverna, los ídolos del mercado y los ídolos del teatro. Los ídolos de la tribu tienen sus raíces en la naturaleza humana, y se refieren a la tendencia de nuestro entendimiento a postular más regularidades en la naturaleza de las que realmente hay. Esto ocurre, por ejemplo, cuando percibimos patrones familiares donde, realmente, no están. Es decir, las pareidolías. Esto nos lleva, según Bacon, a generalizar imprudentemente y a sobreestimar el valor de las observaciones que confirman nuestras teorías. Los ídolos de la caverna se refieren al modo de pensar que nos transmiten en nuestra formación y educación y que nos hacen interpretar de manera particular o reduccionista las experiencias que vivimos. Por ejemplo, en las escuelas nos enseñan determinados algoritmos para resolver problemas que ya conocemos, pero no a crear algoritmos para resolver nuevos problemas. Los ídolos del mercado son distorsiones que aparecen cuando los significados de los conceptos científicos quedan reducidos a como vulgarmente se utilizan, restándoles así precisión. Eso suele ocurrir en las obras de divulgación científica, provocando que las personas no utilicen esos conceptos de forma rigurosa. Los ídolos del teatro son los dogmas y métodos recibidos de las diversas filosofías que impiden el desarrollo de nuevos puntos de vista científicos. Es decir, cada corriente filosófica o sistema de pensamiento nos impone una manera determinada de entender el mundo y las preguntas y problemas que son posibles en ese marco, lo que limita el avance de la ciencia. Bacon critica duramente a quienes se dejan llevar concretamente por uno de estos ídolos del teatro: la teoría de la ciencia de Aristóteles. En primer lugar, porque, según él, los aristotélicos generalizan de forma imprudente, saltando rápidamente de unas pocas observaciones a principios generales. En segundo lugar, porque recogen datos de una manera azarosa y poco sistemática, sin utilizar instrumentos científicos ni realizar experimentos.
Otros dos aspectos de la filosofía de la ciencia baconiana tuvieron gran repercusión. Por un lado, su consideración de que el objetivo de la ciencia es esencialmente práctico. Contra la idea aristotélica de que el conocimiento es un fin en sí mismo, Bacon defiende que el conocimiento nos proporciona poder, por ejemplo, el de forzar o transformar la naturaleza en nuestro propio beneficio. Por ello siempre abogó por impulsar el conocimiento científico desde instituciones públicas como las universidades o las sociedades científicas. Por otro lado, Bacon rechazó que las causas finales, teleológicas, tuviesen algún papel explicativo en las ciencias naturales. Desde entonces, las causas eficientes o agentes se han convertido en criterio de demarcación del conocimiento científico, como ya habían apuntado antiguamente los atomistas.
René Descartes
René Descartes (1596-1650) fue un matemático y filósofo francés que es considerado el padre de la filosofía moderna por, principalmente, haber desarrollado un método de conocimiento basado en el poder de la deducción matemática y en la razón conocido como racionalismo. El método deductivo, propio de las matemáticas, ya había sido desarrollado por los grandes geómetras Euclides (300 a. C.) y Arquímedes (287-212 a. C.), pero Descartes le dio un papel central en su teoría del conocimiento para alcanzar verdades universales y necesarias de las que no quepa dudar. Descartes defiende que la ciencia ha de partir no de la experiencia, en la que siempre cabe el engaño, sino intuiciones, esto es, ideas que se presentan de una manera inmediata, clara y distinta a nuestra mente. Por eso distingue, siguiendo a Galileo, entre propiedades primarias y propiedades secundarias. Las propiedades primarias con las características mensurables, matematizables, de los objetos, las cuales son completamente objetivas y encajan perfectamente en el procedimiento que tiene la razón para resolver cualquier tipo de problema como, por ejemplo, los geométricos, en los que llega a verdades incontrovertibles. Las propiedades secundarias son aquellas que, de hecho, no pertenecen a los objetos, sino al sujeto que los percibe. Son subjetivas, como ocurre con el calor y el frío o los colores. Un mismo objeto puede parecerle frío a una persona y caliente a otra, por lo que no podemos aceptar las ideas de frío o calor como base de nuestro conocimiento, ya que nunca podríamos estar seguros de que su verdad sea universal y necesaria. Más bien lo contrario. Según Descartes, una vez que tenemos una intuición, debemos analizarla en sus partes para luego sintetizarlas. Finalmente, hay que hacer un recuento o enumeración de haber seguido correctamente todos los pasos dados. De esta manera, para Descartes, los seres humanos pueden alcanzar un conocimiento perfecto sobre absolutamente todo, como si fuéramos el mismo Dios. De hecho, otra característica importante del racionalismo cartesiano es la defensa de la existencia de ideas innatas como la de Dios, Infinito o Perfección, es decir, de intuiciones que tenemos desde que nacemos, de manera que nuestro conocimiento de la realidad externa a nuestra mente no sería más que un reflejo o representación del conocimiento que ya tenemos en nuestro interior, y la razón sería el mecanismo que hace posible que reconozcamos tal paralelismo. Por lo tanto, según Descartes, solo podemos decir que algo externo a nuestra mente es real y verdadero si encaja con el proceder de nuestra razón.
En otra de sus obras, El mundo o Tratado de la luz, Descartes utiliza otro método de conocimiento para tratar de demostrar que su modelo de sistema solar era el correcto: el método hipotético-deductivo. Descartes comienza hipotetizando una serie de principios y leyes particulares, que él considera perfectas intuiciones, de las cuales se deduce directamente un sistema heliocéntrico similar al que postulaba Galileo. Luego pasa a comparar ese sistema con el que defiende que empíricamente podemos llegar a observar, llegando a la conclusión de que coinciden. Es decir, argumenta que el modelo de universo que él construye de manera exclusivamente racional, coincide con el de nuestra experiencia, por lo que este último es correcto. No obstante, esta obra, escrita alrededor de 1633, no vio la luz hasta la muerte de Descartes, pues tenía miedo de correr la misma suerte que Galileo, quien fue condenado por la Inquisición ese mismo año.
David Hume
El pensador escocés David Hume (1711-1776) es el máximo representante del empirismo, una corriente filosófica que se puede rastrear desde Aristóteles y que se caracteriza por defender que el origen de todos nuestros conocimientos es la experiencia y negar la existencia de ideas innatas. Hume distingue dos tipos de percepciones: las impresiones y las ideas. Las impresiones son los datos que recibimos por medio de los sentidos. Las ideas son copias de impresiones que guardamos en nuestra memoria, por lo que no las experimentamos de forma tan vívida. Partiendo de eso, Hume defiende que solo hay dos tipos de conocimiento: las relaciones entre ideas y las cuestiones de hecho. Las relaciones entre ideas son juicios que formamos con ideas de tipo lógico-matemático, siguiendo el principio de no contradicción, de manera que son siempre verdaderas como, por ejemplo, los conocimientos que tenemos sobre geometría, aritmética, lógica, etc. Las cuestiones de hecho son juicios que formamos relacionando ideas sobre hechos del mundo entre sí, por lo que su verdad puede cambiar en tanto cambien los hechos del mundo.
La teoría del conocimiento de Hume y, en concreto, su consideración de que solo las ideas que provienen de impresiones y no de, por ejemplo, la imaginación, son verdaderas, tiene dos consecuencias importantes. En primer lugar, le lleva a criticar la idea de causalidad (pues no procede de ninguna impresión) y, con ello, a negar la posibilidad de alcanzar un conocimiento perfecto de lo que pueda ocurrir en el futuro, pues de él no cabe impresión posible. Lo único que podemos hacer es inferir, en base al pasado, que sea más o menos probable tal o cual hecho futuro, pero nunca con total certeza. En segundo lugar, también le permite cuestionar la existencia de las tres substancias cartesianas (Dios, alma y mundo) y, por lo tanto, cualquier conocimiento sobre ellas.

 


Similitudes entre racionalismo y empirismo
Racionalismo y empirismo comparten un suelo común que los diferencia de la filosofía antigua y medieval: el giro epistemológico, esto es, la consideración de que el ámbito del conocimiento es algo previo al ámbito de la realidad. Pueden, por tanto, ser señaladas ciertas semejanzas de base entre racionalismo y empirismo:
  • Ambas corrientes comparten la idea de que la primacía en el ámbito del conocimiento la tiene el sujeto, no el objeto.
  • Tanto racionalistas como empiristas subrayan la importancia del problema del método.
  • El conocimiento no es conocimiento de cosas, sino de ideas. No conocemos directamente la realidad, sino a través de las representaciones (ideas) que de ella tiene la mente.
Diferencias entre racionalismo y empirismo
La idea de que el conocimiento tiene su origen con la experiencia marca una radical oposición frente al racionalismo cartesiano. Mientras que el ideal de conocimiento de René Descartes eran las matemáticas, porque podían ser construidas enteramente sin recurrir a la experiencia —esto es, con el solo uso de la razón y la evidencia—, para los empiristas, el modelo del conocimiento son las ciencias experimentales (física), las cuales dependen de la experiencia para la investigación de la naturaleza. Por lo tanto, el método de la inducción será la vía a través de la cual acceder a la realidad natural, mientras que la deducción solo será válida en el campo de las matemáticas y de la lógica. De este modo, el campo del conocimiento se reduce notablemente entre los pensadores empiristas y también se reduce la certidumbre del conocimiento: sobre muchas cuestiones solo cabe un conocimiento probable. Para David Hume, en efecto, solo las matemáticas nos ofrecen conocimientos absolutamente ciertos y necesarios. La física es únicamente una ciencia probable. El resto, ilusiones. Además, el empirismo implica la negación de las ideas innatas de los racionalistas. El entendimiento, señala John Locke (1632-1704), es como «una habitación vacía, un papel en blanco, un cuarto oscuro»; es una tabula rasa donde la experiencia graba sus caracteres. Todo conocimiento, por tanto, solo puede provenir de la experiencia. Por último, cabe señalar el límite que la experiencia impone a la razón, la cual pasa a configurarse como razón crítica, esto es, el conocimiento humano no es algo ilimitado, sino que tiene en la misma experiencia su frontera insuperable. Esta tesis marca claramente las diferencias con la razón dogmática que defiende el racionalismo: para este la razón carece de límites, ya que si sigue un método adecuado, puede llegar a conocerlo absolutamente todo.


 

Immanuel Kant
El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) trató de resolver el conflicto entre las posiciones racionalistas y empiristas proponiendo una teoría del conocimiento en la que se pueden encontrar elementos de ambas: el Idealismo trascendental. Antes de abordar su sistema, hay que señalar que Kant establece una distinción entre diferentes maneras como los seres humanos podemos usar la razón. En primer lugar, podemos utilizar la razón para tratar de conocer algo, es decir, de manera epistemológica. Al estudio de ese uso dedica la obra Crítica de la razón pura. En segundo lugar, podemos utilizar la razón para averiguar cómo debemos de comportarnos con los demás, es decir, para resolver problemas éticos. Al estudio de ese uso dedica la obra Crítica de la razón práctica. En tercer lugar, podemos utilizar la razón para tratar de responder a la pregunta sobre qué podemos esperar del futuro, tanto en sentido religioso como estético. Al estudio de ese uso dedica la obra Crítica del juicio.

 

Usos de la razón según Kant
Uso teórico (Crítica de la razón pura): ¿qué puedo conocer?
  • consiste en la determinación teórica, científica, de la ontología y la epistemología
Uso práctico (Crítica de la razón práctica): ¿qué debo hacer?
  • se centra en cómo hemos de comportarnos
Uso teleológico (Crítica del Juicio): ¿qué me cabe esperar?
  • trata de determinar a dónde se dirige nuestra existencia
En la Crítica de la razón pura, de 1781, Kant tiene como propósito averiguar cómo es posible que la ciencia alcance conocimientos universales y necesarios y si la filosofía también podría alcanzarlos. Para ello hace unas distinciones clave. En primer lugar, sobre la verdad de los juicios, separando los a priori, cuya verdad es independiente de la experiencia, universal y necesaria, de los a posteriori, cuya verdad es dependiente de la experiencia, particular y contingente. En segundo lugar, sobre la relación entre el sujeto y el predicado, separando los analíticos, cuyo predicado está incluido en el sujeto, por lo que no son informativos, de los sintéticos, cuyo predicado no está incluido en el sujeto, por lo que son informativos. Tales distinciones le permiten a Kant defender que los conocimientos científicos son sintéticos a priori, pues proporcionan nueva información al tiempo que su verdad es independiente de la experiencia, universal y necesaria. La pregunta a responder entonces es si la filosofía puede crear ese tipo de juicios respecto a los temas que son objeto de su estudio: Dios, el alma y el mundo.
Para responder a ello, Kant argumenta que no podemos tener conocimiento de cómo son las cosas en sí mismas (los noúmenos), sino solo de cómo se nos aparecen a nosotros (los fenómenos o intuiciones sensibles), ya que tanto nuestra experiencia como nuestro conocimiento de algo no derivan únicamente de los datos que captan nuestros sentidos, sino también de un conjunto de herramientas que nos permiten ordenarlos. Por un lado, nuestra sensibilidad, esto es, nuestra facultad de percibir algo, construye los fenómenos que percibimos estructurando los datos de los sentidos en dos formas: el espacio y el tiempo. Es decir, el espacio y el tiempo no son cosas que nosotros percibimos del mundo externo, sino que son herramientas de nuestra sensibilidad que nos permiten ordenar el caos de sensaciones que captan nuestros sentidos. Y justamente del análisis de esas formas es posible el conocimiento geométrico y aritmético. Por otro lado, nuestro entendimiento, esto es, nuestra facultad de conocer algo (referir conceptos a aquello que percibimos), construye conceptos empíricos como árbol o nube estructurando los fenómenos que percibimos en 12 categorías: de la cantidad (unidad, pluralidad, totalidad), de la cualidad (realidad, negación, limitación), de la relación (sustancia/accidente; causa/efecto; agente/paciente), de la modalidad (posibilidad, existencia, necesidad). El análisis de cómo se relacionan esas categorías con las cosas que percibimos permite el conocimiento de los principios de la física. Finalmente, Kant señala que tenemos tres Ideas (Dios, alma y mundo) que no señalan ni se corresponden con nada empírico. Tales ideas, que coinciden con las substancias cartesianas, son las que, desde el racionalismo, se entendían como el objeto de conocimiento de la filosofía. Pero, según Kant, como no tienen ningún correlato empírico, sobre ellas no cabe ningún conocimiento científico. Es decir, que la filosofía no puede alcanzar verdades universales y necesarias como las que, según Kant, influido por los grandes avances en la física de Isaac Newton, obtiene la ciencia.

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Práctica

1. Vea el siguiente vídeo y responda a este cuestionario:

2.- Responda este cuestionario sobre las similitudes y diferencias entre el racionalismo y el empirismo.
3.- ¿Cuál es su posición respecto al origen y naturaleza del conocimiento? ¿Cómo podemos saber si ahí delante hay una silla?
4.- Lea atentamente estos textos y responda a las preguntas:
Hasta ahora la cosa solía hacerse de la siguiente manera: de la sensación y de los particulares se volaba a las proposiciones más generales, como polos fijos en torno a los cuales giran las disputas; de ellos se derivaban las demás proposiciones por otras intermedias. Es una vía sin duda muy rápida, pero apresurada; impracticable con la naturaleza, aunque apta y apropiada para las disputas. Según nosotros, sin embargo, los axiomas deben extraerse con moderación y gradualmente para que sólo al final se llegue a los más generales. Pero estas proposiciones generalísimas no resultan meramente nocionales, sino bien determinadas y de tal clase naturaleza las reconoce como verdaderamente las más conocidas para ella y las más adheridas a la médula de las cosas. Sin embargo, introducimos una gran modificación en la forma misma de la inducción y en el juicio que ella lleva a cabo. Pues la inducción de que hablan los dialécticos, la que procede por enumeración simple, es algo pueril y sus conclusiones son precarias y están expuestas al peligro de una instancia contradictoria. Además, solo contempla los hechos acostumbrados y no obtiene ningún resultado. Por eso las ciencias necesitan de una forma de inducción tal que disuelva y separe la experiencia, concluyendo necesariamente tras las debidas exclusiones y rechazos. Y si el modo de juicio tan divulgado de los dialécticos ha exigido tanto esfuerzo y ha puesto a prueba tantos ingenios, ¿cuánto más no se habrá de laborar en este otro, que no solo es extraído de los lugares más recónditos de la mente, sino también de las mismas vísceras de la naturaleza?
Bacon, F. (2011). La gran restauración (Novum Organum), pp. 30-31.
  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios, siendo un estado mucho mejor regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran número de preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro siguientes, supuesto que tomase una firme y constante resolución de no dejar de observarlos una vez siquiera.
Fue el primero no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda.
El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinare en cuantas partes fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.
Y el último, hacer en todos unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.
Esas largas series de trabadas razones muy plausibles y fáciles, que los geómetras acostumbran emplear, para llegar a sus más difíciles demostraciones, habíanme dado ocasión de imaginar de todas las cosas de que el hombre puede adquirir conocimiento se siguen unas a otras en igual manera, y que, con solo abstenerse de admitir como verdadera una que no lo sea y guardar siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber ni ninguna, por lejos que se halle situada o por oculta que esté, que no se llegue a alcanzar y descubrir.
Descartes, R. & Flórez, M. C. (2011). Discurso del método. Descartes, p. 114.
  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Comencemos considerando las cosas más comunes y que creemos comprender con mayor distinción, a saber, los cuerpos que tocamos y que vemos. No me refiero a los cuerpos en general, porque estas nociones generales son de ordinario más confusas, sino a uno cualquiera en particular. Tomemos, por ejemplo, este pedazo de cera que acaba de ser sacado de la colmena: aún no ha perdido la dulzura de la miel que contenía, mantiene todavía algo del perfume de las flores de donde fue recogido; su color, su figura, su tamaño son visibles; es duro, frío, se toca y, si lo golpeas, dará algún sonido. En fin, todas las cosas que pueden distintamente hacer parte de un cuerpo, se encuentran en él.
Pero he aquí que, mientras hablo, lo acercan al fuego: lo que quedaba en él de sabor se esfuma, el olor se desvanece, su color cambia, su figura se pierde, su tamaño aumenta, se vuelve líquido, se calienta, apenas se puede tocar, y, aunque se golpee, no dará sonido alguno. ¿Permanece la misma cera después de este cambio? Hay que confesar que permanece; y nadie lo puede negar. ¿Qué es entonces lo que se conoce en este pedazo de cera con tanta distinción? No puede ser ciertamente nada de aquello que he notado en él por medio de mis sentidos, puesto que todas las cosas que caían bajo el gusto, o el olfato, o la vista, o el tacto, o el oído, han cambiado, y sin embargo permanece la misma cera. Tal vez era lo que pienso ahora, a saber, que la cera no era ni esa dulzura de la miel, ni ese agradable olor de las flores, ni esa blancura, ni esa figura, ni ese sonido, sino únicamente un cuerpo que poco antes se me aparecía bajo esas formas y que ahora se hace notar bajo otras. Pero, hablando con precisión ¿qué es lo que imagino cuando la concibo de esa manera? Considerémoslo con atención y, apartando todas las cosas que no pertenecen a la cera, veamos lo que queda. Ciertamente no queda sino algo extenso, flexible y mudable. Pero ¿qué es flexible y mudable? ¿No es acaso que imagino que esta cera que es redonda, es capaz de volverse cuadrada y de pasar del cuadrado a una figura triangular? Cierto que no, no es eso, puesto que la concibo capaz de recibir una infinidad de cambios semejantes, y no podría sin embargo recorrer esa infinidad con mi imaginación y, por consiguiente, esa concepción que tengo de la cera no se lleva a cabo por la facultad de imaginar.
¿Qué es ahora esa extensión? ¿No es ella también desconocida, puesto que en la cera que se funde aumenta, y se vuelve todavía mayor cuando está fundida por completo, y aún mucho más cuando aumenta el calor? Y yo no concebiría con claridad y según la verdad lo que es la cera, si no pensara que es capaz de recibir más variaciones según la extensión, de las que alguna vez haya podido imaginar. Es necesario, por lo tanto, aceptar que yo no podría ni siquiera concebir con la imaginación lo que es esta cera, y que únicamente mi entendimiento lo concibe; me refiero a este pedazo de cera en particular, porque en cuanto a la cera en general, es aún más evidente. Ahora bien, ¿qué es esa cera que no puede ser concebida sino por el entendimiento? Ciertamente es la misma que veo, que toco, que imagino, y la misma que conozco desde el comienzo. Pero lo que hay que tener en cuenta es que su percepción, o bien, la acción por la cual se la percibe, no es una visión, ni un tacto, ni una imaginación, y nunca lo ha sido, aunque antes parecía así, sino únicamente una inspección del espíritu, que puede ser imperfecta y confusa, como lo era antes, o bien clara y distinta, como lo es ahora, según que mi atención se centre más o menos en las cosas que hay en ella, o de las cuales está compuesta.
Descartes, R. & Flórez, M. C. (2011). Meditaciones metafísicas. Segunda meditación. Descartes, pp. 174-176.
  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Todas las ideas, especialmente las abstractas, son naturalmente débiles y oscuras. La mente no tiene sino un dominio escaso sobre ellas; tienden fácilmente a confundirse con otras ideas semejantes; y cuando hemos empleado muchas veces un término cualquiera, aunque sin darle un significado preciso, tendemos a imaginar que tiene una idea determinada anexa. En cambio, todas las impresiones, es decir, toda sensación -bien externa bien interna-, es fuerte y vivaz: los límites entre ellas se determinan con mayor precisión, y tampoco es fácil caer en error o equivocación con respecto a ellas. Por tanto, si albergamos la sospecha de que un término filosófico se emplea sin significado o idea alguna (como ocurre con demasiada frecuencia), no tenemos más que preguntarnos de qué impresión se deriva esta supuesta idea, y si es imposible asignarle una; esto serviría para confirmar nuestra sospecha.
Hume, D. (1988). Investigación sobre el conocimiento humano, p. 37.
  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Estamos impelidos solo por la costumbre a suponer que el futuro se asemeja al pasado. Cuando veo una bola de billar que se mueve hacia otra, mi mente es llevada inmediatamente por el hábito hasta el efecto corriente y se anticipa a mi vista concibiendo en movimiento la segunda bola. No hay nada en estos objetos considerados en abstracto, y en independencia de la experiencia, que me conduzca a establecer una conclusión tal. E incluso después de haber tenido experiencia de muchos efectos repetidos de esta clase, no hay ningún argumento que me empuje a suponer que el efecto se adecuará a la experiencia pasada. Los poderes por medio de los que operan los cuerpos nos son totalmente desconocidos. Solo percibimos sus cualidades sensibles y ¿qué razón tenemos para pensar que los mismos poderes irán unidos siempre a las mismas cualidades sensibles?
Por consiguiente, no es la razón la guía de la vida sino la costumbre. Solo ella mueve a la mente, en todos los casos, a suponer que el futuro se asemeja al pasado. Por muy fácil que pueda parecer este paso, la razón nunca sería capaz de darlo en toda la eternidad.
Hume, D. (2012). Resumen del «Tratado de la naturaleza humana». David Hume, p. 521.
  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, completamente aislado, que se levanta enteramente por encima de lo que enseña la experiencia, con meros conceptos (no aplicándolos a la intuición, como hacen las matemáticas), donde, por tanto, la razón ha de ser discípula de sí misma, no ha tenido hasta ahora la suerte de poder tomar el camino seguro de la ciencia. Y ello a pesar de ser más antigua que todas las demás y de que seguiría existiendo aunque éstas desaparecieran totalmente en el abismo de una barbarie que lo aniquilara todo. Efectivamente, en la metafísica, la razón se atasca continuamente, incluso cuando, hallándose frente a leyes que la experiencia más ordinaria confirma, ella se empeña en conocerlas a priori. Incontables veces hay que volver atrás en la metafísica, ya que se advierte que el camino no conduce a donde se quiere ir. Por lo que toca a la unanimidad de lo que sus partidarios afirman, está aún tan lejos de ser un hecho, que más bien es un campo de batalla realmente destinado, al parecer, a ejercitar las fuerzas propias en un combate donde ninguno de los contendientes ha logrado jamás conquistar el más pequeño terreno ni fundar sobre su victoria una posesión duradera. No hay, pues, duda de que su modo de proceder ha consistido, hasta la fecha, en un mero andar a tientas y, lo que es peor, a base de simples conceptos.
Kant, I. & Ribas, P. (2005). Crítica de la razón pura, pp. 14-15.
  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Pues ¿cómo podría ser despertada a actuar la facultad de conocer sino mediante objetos que afectan a nuestros sentidos y que ora producen por sí mismos representaciones, ora ponen en movimiento la capacidad del entendimiento para comparar estas representaciones, para enlazarlas o separarlas y para elaborar de este modo la materia bruta de las impresiones sensibles con vistas a un conocimiento de los objetos denominado experiencia? Por consiguiente, en el orden temporal, ningún conocimiento precede a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella.
Pero, aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia. En efecto, podría ocurrir que nuestro mismo conocimiento empírico fuera una composición de lo que recibimos mediante las impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer produce (simplemente motivada por las impresiones) a partir de sí misma. En tal supuesto, no distinguiríamos esta adición respecto de dicha materia fundamental hasta tanto que un prolongado ejercicio nos hubiese hecho fijar en ella y nos hubiese adiestrado para separarla.
Consiguientemente, al menos una de las cuestiones que se hallan más necesitadas de un detenido examen y que no pueden despacharse de un plumazo es la de saber si existe semejante conocimiento independiente de la experiencia e, incluso, de las impresiones de los sentidos. Tal conocimiento se llama a priori y se distingue del empírico, que tiene fuentes a posteriori, es decir, en la experiencia.
Kant, I. & Ribas, P. (2005). Crítica de la razón pura, pp. 27-28.
  1. ¿Cuál es la pregunta que trata de responder este texto?
  2. Explique con sus palabras la tesis que se defiende en el texto.
  3. Muestre las ideas y la estructura argumental de que se sirve el autor para defender esa tesis.
  4. ¿Qué otra posible respuesta puede darse o se ha dado en la historia de la filosofía a la pregunta que trata de responder este texto? Dé al menos dos argumentos para apoyarla.

 

Artículo

 

Pasos para escribir un artículo filosófico (III)

 

3. ¿Cómo seleccionar y analizar los textos?
Sacar notas de las fuentes
Mientras leemos las fuentes que hemos seleccionado es preciso ir sacando notas de todo lo que nos vaya llamando la atención, ya sea porque nos parezca importante, chocante, intrigante, estemos fuertemente en desacuerdo con ello, etc.
Tomar nota consiste en escribir con nuestras propias palabras las ideas que acabamos de leer, así como las opiniones que tenemos sobre ellas o posibles preguntas que nos hayan provocado.
Se pueden seguir los siguientes pasos:
  1. Escribir en nuestro cuaderno el título del libro que vamos a leer.
  2. Después de leer algo que consideramos relevante, escribir en el cuaderno la página del libro donde aparece y, a continuación, las ideas tal y como nosotros las hemos entendido sin mirar de nuevo el texto. No se trata de sacar una cita directa, sino de anotar las ideas que nos ha inspirado el texto.
  3. No preocuparse por la extensión o la corrección sintáctica de lo que hemos escrito. Se trata de anotar nuestras ideas para no olvidarlas, no la redacción definitiva del artículo.
  4. Tras la sesión de lectura, cerrar el libro y ordenar de manera lógica las ideas anotadas.
  5. Con el libro cerrado, escribir en el cuaderno un resumen de lo que te haya parecido importante.

 

Analizar un texto
La lectura de las fuentes puede ser, a veces, difícil. Hay textos muy comprensibles, pero hay otros que necesitamos leer varias veces y despacio para poder entenderlos. No obstante, tanto para los primeros como para los segundos, es siempre útil acercarnos a ellos de una manera analítica.
Analizar un texto filosófico consiste en responder a las siguientes preguntas:
  • ¿De qué trata el texto? El tema general, de qué va, sobre qué problema o cuestión versa. Si el texto coincide con un párrafo, el tema debería aparecer en la primera línea.
  • ¿Qué dice el texto? La tesis, lo que afirma, lo que defiende el texto. Es decir, la respuesta que da el texto al problema que trata.
  • ¿Por qué lo dice? Los argumentos que da para apoyar su postura frente al tema o problema.
  • ¿Cómo lo dice? La forma o estructura argumental que el autor le ha dado al texto para hacerlo más comprensible, atractivo o convincente.
  • ¿Para qué lo dice? Es decir, cuál es el objetivo que tuvo el autor al escribir ese texto, qué quería conseguir con él: convencer, rechazar, afirmar su acuerdo o desacuerdo con algo, etc.
Una vez analizado un texto ya sabremos muchas cosas:
  • Si el tema del texto coincide o no con el de nuestra investigación.
  • Si lo que dice es algo original o no, contrario o no a lo que dicen otros autores o nosotros mismos, etc.
  • Si los argumentos que da son válidos, sólidos, fuertes, consistentes, razonables, etc., y si coinciden, complementan o contraponen a otros que conozcamos o se nos hayan ocurrido.
  • Si la forma de argumentar es atractiva y consigue su objetivo, con vistas a si la podríamos adoptar para nuestro artículo o no.
  • Identificar términos técnicos o desconocidos para nosotros que es necesario consultar en un diccionario generalista o especializado. Las diferentes interpretaciones que se han hecho de un término técnico pueden ser objeto de un buen artículo filosófico.

 

Recursos

 

Bibliografía:
  • Abbagnano, N. (1994). Historia de la filosofía. Vol 2. Barcelona: Hora.
  • Ayer, A. J. (1988). Hume: Alianza.
  • Bacon, F. (1988). El avance del saber. Alianza.
  • Bacon, F. (2011). La gran restauración (Novum Organum). Tecnos.
  • Bennett, J. (1988). Locke, Berkeley, Hume: Temas centrales. México: UAM.
  • Clarke, D. M. (1986) La filosofía de la ciencia de Descartes. Madrid: Alianza.
  • Copleston, F. C. (1996). Historia de la filosofía IV. Barcelona: Ariel.
  • Copleston, F. C. (1993). Historia de la filosofía V. Barcelona: Ariel.
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Eres empirista si crees que al nacer, la mente es un folio vacío

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Argumentación

 

Posible cuestión del examen argumentativo:
1.- ¿De dónde provienen las ideas que tenemos?

 

Elementos del texto argumentativo
  • Interpretación y contextualización de la cuestión
    • Maneras de entender o interpretar la pregunta. ¿A qué se refiere la pregunta? Algunos de los conceptos que aparecen en ella se pueden interpretar de diferentes maneras, por lo que se puede referir a muchas cosas. Así que hay que interpretarla, concretarla. En este punto hay que señalar los conceptos que admiten más de una interpretación y escribir cómo se reformularía la pregunta inicial dándole cada una de esas interpretaciones.
    • Implicaciones de tal o cual interpretación de la pregunta. De cada una de las interpretaciones que hemos dado de la pregunta inicial hay que decir qué consecuencias tendría planteárnoslas. Es decir, para qué serviría responder a cada una de esas interpretaciones.
    • Relevancia o importancia de tal o cual interpretación. Hay que decir cuál de las interpretaciones que se han dado de la pregunta inicial sería más interesante o importante, diciendo por qué. Y también por qué las otras no son tan relevantes y por qué.
    • Elección de una interpretación de la pregunta a la que dar respuesta. Aquí hay que decir que se elige dar respuesta a la interpretación que antes se ha dicho que es la más importante. Si se elige otra, sería incoherente, por lo que restaría puntos.
    • Problemas u otras cuestiones asociadas a la interpretación elegida. La interpretación que se ha elegido como la más importante da lugar a otras preguntas relacionadas con ella. Aquí hay que escribir alguna de esas otras preguntas.
  • Tesis (respuesta tentativa a la pregunta)
    • Postura que se va a defender en la disertación. Es decir, aquí hay que responder en una frase clara y concisa a la interpretación que se ha elegido.
  • Argumentos a favor de la tesis (al menos 2)
    • Explicación detallada de cada argumento. Deben ser argumentos que apoyen, sustenten, la tesis dada y deben de estar clara y suficientemente explicados. Se pueden poner ejemplos.
    • Se debe utilizar, al menos, una cita bien referenciada y explicada de una fuente fiable. Se pueden utilizar citas directas e indirectas.
  • Argumentos en contra de la tesis (al menos 2)
    • Explicación detallada de cada argumento. Deben ser argumentos que refuten, nieguen, la tesis dada y deben de estar clara y suficientemente explicados. Se pueden poner ejemplos.
    • Se debe utilizar, al menos, una cita bien referenciada y explicada de una fuente fiable. Se pueden utilizar citas directas e indirectas.
  • Valoración comentada de la potencia e importancia de los argumentos para apoyar o refutar la tesis. Aquí hay que decir qué tipo de argumentos, los a favor de la tesis o los en contra de la tesis, tienen más peso, son más razonables, argumentando por qué.
  • Conclusión
    • Explicación de si se reafirma en la tesis o se cambia de postura. Es decir, hay que explicitar si, dada la valoración hecha antes, se sigue estando de acuerdo con la tesis o si se ha cambiado de opinión porque han resultado más convincentes los argumentos en contra.
    • Consecuencias o implicaciones para el mundo actual de la postura adoptada. Aquí hay que decir qué pasaría o debería pasar en el mundo si es correcta la conclusión final a la que se ha llegado.