PLATÓN (427/428 a. C. – 347 a. C.)

Biografía

Platón se llamaba originalmente Aristocles, pero más tarde fue apodado «Platón», que significa «el de anchas espaldas» o «el de ancha frente». Nació probablemente en Atenas, en el año 427 a. C. Pertenecía a una familia de la aristocracia. Según Diógenes Laercio, su madre descendía de Solón, y este, a su vez, de Neleo y del dios Neptuno. Su padre también descendía de un rey legendario, Codro, que era considerado hijo de Neptuno. Estos supuestos orígenes divinos eran habituales entre los aristócratas, que buscaban así justificar su superioridad social y su excelencia heredada, conocida como areté.

Es posible que Platón asistiera en Atenas a las clases de Cratilo, discípulo de Heráclito. Pero el momento decisivo de su vida fue en el año 407, a la edad de veinte años, cuando conoció a Sócrates. Esta relación se mantuvo hasta la muerte de este último.

La vida política de Atenas atravesaba entonces un periodo muy agitado. En el año 404, tras la guerra del Peloponeso, Esparta impuso un gobierno oligárquico conocido como el de los Treinta Tiranos. Entre ellos estaban Cármides y Critias, dos parientes de Platón. Cinco años después, en el 399, cuando se restableció la democracia, Sócrates fue condenado a muerte. Esa decisión mostró la debilidad de la nueva democracia y su deriva hacia la demagogia. Todo esto marcó profundamente a Platón y orientó para siempre su pensamiento. Él mismo lo cuenta en la Carta VII.

De joven, Platón se sentía atraído por la política. Su entorno familiar le hacía desconfiar de la democracia. De hecho, algunos de los Treinta Tiranos eran parientes o conocidos suyos, y le invitaron a participar en el nuevo gobierno. Platón confiesa que se hizo muchas ilusiones. Pero pronto se desengañó: el régimen impuso un gobierno del terror, y él se alejó. Cuando volvió la democracia, volvió también su esperanza. Pero pronto empezaron los abusos. Aunque los nuevos gobernantes actuaron con moderación al principio, también cometieron actos de venganza. Entre ellos, la condena de Sócrates. Fue una nueva desilusión para Platón que cambió su vida.

Al ver cómo funcionaba la política, Platón fue comprendiendo que era muy difícil gobernar bien. Las leyes y las costumbres estaban tan corrompidas que perdió la esperanza. Al principio sentía un fuerte deseo de actuar por el bien común, pero acabó decepcionado, concluyendo que todos los Estados de su tiempo estaban mal gobernados, y era imposible mejorarlos sin un cambio radical. Por eso, comenzó a valorar la filosofía como única salida. Según él, solo la filosofía puede mostrar qué es verdaderamente justo en la vida pública y en la vida privada. Es decir, los males no desaparecerán mientras no gobiernen los verdaderos filósofos, o mientras los que gobiernan no se conviertan, por obra divina, en auténticos filósofos.

Este es el núcleo del proyecto filosófico de Platón. Su pensamiento tiene una clara finalidad política. También sus actos reflejan ese objetivo. Fundó la Academia para formar a esos futuros gobernantes-filósofos. Y viajó dos veces a Sicilia con la esperanza de influir en los tiranos de Siracusa y aplicar sus ideas. Como no podía hacer que los filósofos gobernaran, trató de convertir en filósofos a quienes ya gobernaban. Pero fracasó en ambos intentos. El primero fue con Dionisio I, cuando Platón tenía unos cuarenta años. El segundo fue con Dionisio II, cuando ya había cumplido los sesenta.

Entre estos dos viajes, fundó su escuela en Atenas, la Academia. En ella daba mucha importancia a la filosofía, pero también a las matemáticas y la astronomía. Todo esto formaba parte de un plan de educación gradual. El objetivo de Platón era claro: crear un Estado donde nunca pudiera repetirse algo como la condena de Sócrates. Sócrates era, según él mismo escribe al final del Fedón, «el mejor de los hombres que hemos conocido, el más sabio y el más justo».

Como homenaje a su maestro, en la mayoría de las obras de Platón, en forma de diálogos, el interlocutor principal es Sócrates. Platón muere a los ochenta años, el año 347 a. C.

 

Obras

De los primeros filósofos solo conservamos fragmentos muy breves. En cambio, de Platón conservamos casi con toda seguridad todos sus diálogos. Estos textos fueron cuidadosamente guardados en la biblioteca de su escuela, la Academia.

Gracias al trabajo de los investigadores, hoy podemos establecer el orden cronológico de estos diálogos. Aunque hay pequeñas diferencias, en general existe bastante acuerdo entre los expertos. En la mayoría de estos textos, el protagonista es Sócrates. Solo los primeros reflejan su pensamiento de forma fiel, pero en todos se mantiene su estilo de filosofar: dialogar con otros, buscar respuestas continuamente, no cerrar nunca el conocimiento en un sistema definitivo.

Por eso, la filosofía de Platón no es un sistema cerrado, sino una búsqueda constante. Por la profundidad de sus temas y por su forma de pensar, algunos han dicho que toda la filosofía occidental no es más que un comentario a los diálogos de Platón.

No sabemos si Platón enseñaba lo mismo en sus clases orales que en sus textos escritos. En la Carta VII y en un pasaje del Fedro (276e), Platón deja ver que no confiaba mucho en la escritura. Para él, escribir es dejar el pensamiento fijo y sin vida. Además, Aristóteles, que fue su discípulo en la Academia, atribuye a Platón ideas que no aparecen en los diálogos. En cualquier caso, lo único que podemos estudiar con certeza es lo que Platón escribió.

Diálogos socráticos de juventud (399-389)

Tras la muerte de Sócrates, Platón y algunos discípulos se refugiaron en Megara, acogidos por Euclides. No hay que confundir a este Euclides con el famoso geómetra. Es posible que Platón pasara allí unos tres años. Después de ese tiempo, parece que realizó varios viajes. Se dice que visitó Egipto. Más tarde habría viajado a Cirene, donde conoció a Aristipo y al matemático Teodoro. Luego regresó a Atenas, aunque también es posible que viajara directamente a Italia. Hacia el año 393, probablemente escribió su primer diálogo.

Los diálogos de esta etapa son breves y buscan reflejar fielmente la enseñanza de Sócrates. Platón todavía no introduce aquí sus propias ideas. El tema principal es la virtud. Sócrates intenta definir distintas virtudes con su método habitual, basado en el diálogo y la reflexión. Sin embargo, en la mayoría de los casos no se llega a una definición clara.

Los principales diálogos de juventud son:

  • Apología de Sócrates. No es un diálogo, sino el discurso que Sócrates pronunció en su defensa ante el tribunal que lo condenó a muerte.

  • Critón. Sócrates conversa en prisión sobre el deber de obedecer las leyes. Aunque puede escapar, decide no hacerlo.

  • Laques. Trata sobre el valor.

  • Cármides. Trata sobre la templanza.

  • Lisis. Habla de la amistad.

  • Eutifrón. Aborda la piedad religiosa.

  • Ion. Presenta la poesía como un don divino.

  • Protágoras. Es el diálogo más importante de esta etapa. En él se debate si la virtud puede enseñarse y se plantea una idea clave del pensamiento socrático: que la virtud es una forma de conocimiento.

Diálogos de transición (388-385)

Platón viaja a Italia para conocer a los filósofos pitagóricos, en especial a Arquitas de Tarento, un matemático y pensador muy reconocido en su tiempo. Este encuentro marcará profundamente el pensamiento de Platón, que incorpora muchas ideas pitagóricas en su filosofía: la creencia en la inmortalidad y transmigración del alma, la vida en comunidad de los filósofos, una visión matemática del cosmos y la importancia de las matemáticas y la música en la formación filosófica.

Después visita Sicilia, gobernada entonces por el tirano Dionisio I de Siracusa. Allí entabla una estrecha amistad con Dión, cuñado del tirano, y logra contagiarle su entusiasmo por la filosofía y la política. Sin embargo, el lujo y la corrupción de la corte le resultan insoportables. En la Carta VII, Platón escribe que en un ambiente así nadie puede conservar el juicio. Es posible que sus críticas provocasen que Dionisio lo hubiera mandado vender como esclavo en la isla de Egina. Platón habría sido rescatado por Anniceris de Cirene y logrado regresar a Atenas.

Ya en Atenas fundó la Academia, una escuela de filosofía situada en un terreno cercano a un templo dedicado al héroe Academos. Se inspiró en parte en las comunidades pitagóricas, pero creó algo nuevo: una institución que puede considerarse la primera universidad de la historia de Occidente. Allí Platón enseñó durante años, manteniendo un diálogo constante con sus discípulos, como había aprendido de Sócrates.

En esta etapa, Platón empieza a desarrollar sus propias ideas. Aunque Sócrates sigue siendo el personaje principal, su figura pierde fuerza poco a poco. Los temas políticos adquieren protagonismo. Sócrates aparece enfrentado a los sofistas, y eso lo aleja de la democracia. Se nota también una fuerte influencia del pitagorismo y, quizá, del orfismo. Aparecen por primera vez las ideas de la preexistencia y la inmortalidad del alma. También se esbozan las primeras notas de la teoría de las Ideas.

En Gorgias, Platón analiza la retórica y la justicia. A través del diálogo, critica de forma implícita la democracia ateniense. El texto incluye un mito que habla sobre la inmortalidad del alma. Platón usará con frecuencia mitos inventados para expresar ideas filosóficas difíciles de tratar solo con argumentos racionales.

En Menón, vuelve a plantearse si la virtud puede enseñarse. También se defiende la inmortalidad del alma, y aparece una idea muy importante: el conocimiento como recuerdo de lo que el alma ya sabía.

Crátilo trata sobre el lenguaje. Analiza si las palabras tienen su significado por naturaleza o por acuerdo entre las personas. En este diálogo ya aparece claramente la teoría de las Ideas.

También pertenecen a esta etapa los siguientes diálogos:

  • Hipias Mayor, sobre la belleza.

  • Hipias Menor, sobre la mentira y la verdad.

  • Eutidemo, donde se critica el arte sofístico de discutir solo por vencer, sin buscar la verdad.

  • Menéxeno, que es una parodia de los discursos fúnebres oficiales.

Diálogos de madurez (385-370)

Platón permanece en Atenas, centrado en dirigir la Academia y en seguir desarrollando su pensamiento. En esos años, su escuela ya tiene un competidor importante: la escuela fundada por Isócrates, un orador y filósofo que ofrecía una formación también orientada a la vida pública, pero con un enfoque muy diferente. A pesar de ello, Platón continúa con su labor docente y filosófica, cada vez más comprometido con la elaboración profunda de sus ideas.

Durante esta época, Platón escribe sus obras más importantes. Más adelante ampliará y revisará algunas de ellas, pero aquí está lo esencial de su pensamiento. La teoría de las Ideas aparece como base de todo. También desarrolla su concepción completa del Estado. Sócrates sigue siendo el personaje central, pero ya no es el mismo: ahora se muestra seguro y con un conocimiento firme de la verdad. En estos textos aparecen los grandes mitos filosóficos de Platón.

En El Banquete, varios personajes, entre ellos Sócrates, Pausanias, Fedro, Aristófanes y Alcibíades, conversan sobre el amor. Platón expone aquí su teoría del amor como impulso hacia la belleza y, a través de ella, hacia las Ideas.

Fedón tiene lugar en la cárcel, poco antes de la muerte de Sócrates. El diálogo gira en torno a la inmortalidad del alma y la verdadera naturaleza de la filosofía.

La República es su obra más extensa, junto con las Leyes, lo que muestra la importancia que Platón daba al tema político. En ella describe cómo debería ser el Estado ideal. También incluye todos los temas centrales de su pensamiento.

En Fedro, Platón vuelve a tratar el amor, la belleza y el alma.

Diálogos críticos (369-362 a. C.)

En el año 367 muere Dionisio I de Siracusa, conocido como el Viejo, y le sucede su hijo, Dionisio II. Dión, tío del nuevo gobernante y amigo cercano de Platón, considera que el joven tirano podría mostrarse receptivo a la enseñanza filosófica, especialmente a la educación en la virtud política. Por ello invita a Platón a regresar a Sicilia. Aunque con muchas dudas, Platón acepta la propuesta, con la esperanza de llevar a la práctica su ideal de un Estado gobernado por filósofos. Sin embargo, la experiencia resulta decepcionante. Dionisio II no muestra interés por las matemáticas y pronto se cansa de las conversaciones filosóficas. Dión es acusado de conspiración y enviado al exilio. Platón queda retenido en Siracusa y no logra regresar a Atenas hasta pasados dos años. El filósofo que vuelve a la Academia no es el mismo. Su confianza en algunas de sus propias doctrinas, como la teoría de las Ideas, comienza a tambalearse. Su pensamiento se vuelve más cauteloso y su visión política más pesimista. Dión se une entonces a la Academia.

En esta etapa, la filosofía de Platón entra en una fase de revisión y autocrítica. El tono se vuelve más seco y técnico, y los diálogos abordan sobre todo cuestiones lógicas. Sócrates pierde protagonismo y apenas aparecen mitos.

El Parménides plantea una crítica interna a la teoría de las Ideas: un anciano Parménides discute con un joven Sócrates, que no logra responder con solvencia.

El Teeteto indaga en qué consiste el conocimiento, pero sin llegar a una definición satisfactoria.

El Sofista y el Político son parte de una trilogía, que debería completarse con un tercer diálogo, el Filósofo, pero que Platón nunca llegó a escribir. En ellos pretendía diferenciar claramente al político del verdadero filósofo, para lo cual emplea un nuevo método: la «diáiresis» o división dicotómica.

Últimos diálogos (361-347 a. C.)

Platón no llegó a escribir el diálogo titulado el Filósofo, probablemente porque fue invitado de nuevo a Siracusa. Esta vez fue el propio Dionisio quien le pidió que regresara. Le prometió que quería ser su discípulo y que permitiría el regreso de su tío Dión. Platón, tras muchas dudas, aceptó el viaje. Pero todo volvió a salir mal. Dionisio no cumplió su palabra, se quedó con los bienes de Dión y volvió a retener a Platón en la isla. Platón solo logró regresar a Atenas gracias a la ayuda de su amigo Arquitas, filósofo y gobernante de Tarento. Platón pasó sus últimos años en la Academia, en Atenas. Mientras tanto, Dión consiguió expulsar a Dionisio del poder, pero fue asesinado. En su lugar gobernó un nuevo tirano llamado Calipo. Algunos amigos de Dión, que habían sido desterrados, comenzaron a preparar el regreso a Siracusa. A ellos Platón les dedicó la famosa y muy importante Carta VII.

En sus últimos años, Platón se interesa por temas cosmológicos e históricos, alejándose de la metafísica. Reaparece con fuerza la influencia pitagórica, especialmente en su visión del cosmos como un orden armónico y matemático.

En el Filebo, Platón examina el papel del placer y el bien.

Parece que, en esta etapa final de su vida, quiso desarrollar una gran filosofía de la historia. Este proyecto comenzaría con una explicación sobre la formación del universo, continuaría con la historia de una Atenas muy antigua y olvidada, y terminaría con una imagen de la ciudad ideal del futuro.

En el Timeo desarrolla una cosmología completa, que explica el origen del universo.

El Critias describe una Atenas primitiva, retomando aspectos ya tratados en la República, y presenta el mito de la Atlántida que ya había esbozado en el Timeo.

El tercer diálogo planeado, Hermógenes, no lo llegó a escribir.

En lugar de completar la trilogía, Platón escribe las Leyes. En él conversan tres ancianos (uno ateniense, uno cretense y uno espartano) sobre la constitución de una ciudad ideal. A diferencia de la descrita en la República, el enfoque es más legalista y autoritario: las leyes que defiende son minuciosas, estrictas y poco abiertas al cambio. Murió poco después de completar esta obra.

 

Su filosofía

El objetivo principal de la filosofía de Platón es el desarrollo de un sistema político ideal, pero lo que nos ha llegado de su pensamiento son tratados poco sistemáticos que, además, no sabemos en qué medida reflejan lo enseñado por él en la Academia. Por otra parte, a lo largo de los años, Platón fue revisando sus ideas, que expone, en muchas ocasiones, utilizando mitos. Estos funcionan como «conjeturas verosímiles», es decir, no hay que interpretarlos de manera literal, lo que contribuye a la dificultad de saber qué defendía realmente Platón. No obstante, los estudiosos de su obra coinciden en que su tema fundamental es la teoría de las Ideas, a partir de la cual desarrolla el resto de temas.

 

La teoría de las Ideas

La teoría de las Ideas tiene tres principales intenciones:

a) Una intención ética. Platón, siguiendo a Sócrates, cree que la virtud depende del conocimiento. Para actuar con justicia, primero hay que saber qué es la justicia. Frente a los sofistas, que defendían un relativismo moral, Platón insiste —igual que Sócrates— en que existe una Justicia verdadera, eterna e inmutable, como ocurre con cualquier otra virtud. Este es el tema central de los primeros diálogos. En ellos, aunque todavía no aparece de forma clara la teoría de las Ideas, ya se apunta hacia ella.

b) Una intención política. Está muy relacionada con la anterior. Platón piensa que los gobernantes deben ser filósofos. No deben guiarse por intereses personales ni por ambiciones de poder, sino por ideales absolutos y superiores: las Ideas.

c) Una intención epistemológica. Para Platón, la verdadera ciencia (la «epistéme») solo puede tratar sobre realidades que no cambian. Si queremos alcanzar un conocimiento firme, necesitamos objetos que permanezcan siempre iguales. Pero las cosas del mundo sensible están en constante transformación. Por eso, la ciencia no puede basarse en lo sensible. Hace falta un tipo distinto de realidad que sea estable y permanente: las Ideas.

La teoría de las Ideas aparece por primera vez en los diálogos de madurez: Fedón, Fedro y República. En ellos, Platón la presenta como algo ya conocido y aceptado. En un fragmento del Fedón, Sócrates pregunta a sus discípulos si creen en la existencia de lo Justo en sí. Todos responden que sí, aunque reconocen que nunca lo han visto con los ojos. Platón parte de una observación sencilla: en la vida cotidiana decimos que algunas cosas son justas, bellas o buenas. Pero él sostiene que, además de esas cosas concretas, existen la Justicia en sí, la Belleza en sí o el Bien en sí. Esas son las Ideas. La palabra griega que usa Platón es «idea» o «eîdos», que viene del verbo «eidein», que significa ver o contemplar. Literalmente, una Idea es una forma o aspecto. Pero no se trata de una imagen mental. No son pensamientos ni conceptos. Las Ideas son realidades independientes de las cosas y los seres humanos. Existen por sí mismas y son más reales que las cosas del mundo sensible. Cada Idea es única, eterna, inmutable y solo puede ser comprendida por la inteligencia. No se capta con los sentidos, sino con el pensamiento. Las Ideas tienen las mismas propiedades que el Ser de Parménides. Además, las Ideas son la causa de todo lo que existe. Son el fundamento último de la realidad y también de nuestros juicios. Por ejemplo, una cosa es bella porque participa de la Belleza en sí. Y por eso podemos reconocer su belleza. En cambio, las cosas sensibles están sometidas al cambio continuo. Nunca permanecen iguales. Por eso, según Platón, no podemos decir que «son» realmente. Solo podemos decir que han sido o que serán. Se perciben con los sentidos, pero no son objeto de conocimiento verdadero, porque están siempre cambiando.

Por lo tanto, Platón distingue dos niveles de realidad. Por un lado, está el mundo inteligible, formado por las Ideas, jerárquicamente ordenadas. Es el mundo verdadero, estable y eterno. Por otro lado, está el mundo sensible, el de las cosas que percibimos con los sentidos. Este segundo mundo está en constante cambio, como ya señaló Heráclito. La relación entre los dos mundos es compleja. Platón la describe con varios términos: participación («méthexis»), imitación («mímesis»), presencia («parousía») o comunicación («koinonía»). Pero reconoce que no tiene del todo claro cómo se da esa relación. Lo único que afirma con seguridad es que, por ejemplo, todas las cosas bellas lo son gracias a la Belleza en sí. En la República, Platón expone esta diferencia entre los dos mundos a través del mito de la caverna. Allí muestra cómo la mayoría de las personas viven atrapadas en el mundo sensible, sin alcanzar el conocimiento verdadero que solo es posible en el mundo de las Ideas. En este diálogo también afirma que, entre todas las Ideas, la más importante es la Idea del Bien. Es superior a todas las demás, y es la causa última de la verdad y del ser de todo lo que existe, pues todo lo demás participa de ella.

Más adelante, en los diálogos llamados «críticos», Platón empieza a revisar su teoría. Esta revisión aparece sobre todo en el Parménides y el Sofista. En el primero, los personajes principales son Parménides y Zenón. En el segundo, un extranjero de Elea. Esto muestra que Platón está dialogando críticamente con la filosofía de los eléatas, especialmente con Parménides. Platón se enfrenta a dos retos. Por un lado, intenta resolver las dificultades internas de su teoría de las Ideas. Por otro, quiere superar la visión extrema de Parménides, que negaba la existencia del cambio y afirmaba que solo existe el Ser, único e inmóvil. En el Sofista, el extranjero de Elea llega a decir que, al criticar a Parménides, han cometido un «parricidio». Es decir, han matado simbólicamente al padre de la filosofía. Los dos diálogos son muy complejos, y los especialistas no se ponen de acuerdo sobre cómo deben interpretarse.

La teoría de las Ideas de Platón es, al mismo tiempo, pluralista y unificadora. Es pluralista porque distingue dos mundos distintos: el mundo de las Ideas y el mundo de las cosas. Además, dentro de cada mundo hay muchas realidades: muchas Ideas y muchas cosas. Pero también es una teoría que busca cierta unidad, ya que sostiene que para cada tipo de cosas existe una única Idea que las fundamenta. Esta tensión entre lo uno y lo múltiple plantea varias dificultades a la teoría.

En primer lugar, ¿cuántas Ideas hay? Si aceptamos que existe una Idea para cada clase de cosas, entonces tendríamos que admitir Ideas de todo tipo, incluso de cosas insignificantes o ridículas. En el Parménides, Platón plantea esta objeción: ¿también hay Ideas del cabello, del barro o de la suciedad? Hasta ese diálogo, Platón no dudaba de la existencia de las Ideas matemáticas (como Semejanza, Unidad, Pluralidad) ni de las Ideas de los valores (como el Bien o la Belleza). Pero sí tenía dudas sobre si había Ideas de las cosas sensibles (como el Hombre, el Fuego o el Agua). A partir del Parménides, parece que Platón intenta encontrar una manera de justificar también la existencia de Ideas para esas cosas materiales.

En segundo lugar, ¿cuál es la relación entre las Ideas y las cosas? Platón había dicho que las cosas participan e imitan a las Ideas. Pero ahora empieza a ver que estas expresiones no son claras y generan problemas importantes. El principal es este: si muchas cosas participan de una misma Idea, ¿cómo se mantiene la unidad de esa Idea? No está claro que Platón llegara a resolver del todo este problema. Parece que intentó solucionarlo introduciendo un nivel intermedio entre las Ideas y las cosas: las entidades matemáticas. Estas podrían servir de puente entre los dos mundos. Algunos autores creen incluso que Platón quiso reducir todas las Ideas a números, como hacían los pitagóricos. Pero esto no está demostrado con certeza.

En tercer lugar, ¿cuál es la relación existente entre las propias Ideas? ¿Las Ideas están completamente separadas unas de otras? ¿O comparten algo en común? En la República, Platón ya había dicho que la Idea del Bien es la más importante de todas, y que tiene prioridad sobre las demás. Más adelante, empieza a aceptar que algunas Ideas se comunican entre sí, aunque cada una mantenga su identidad. No todas las Ideas pueden comunicarse, ni todas lo hacen de la misma manera. Por ejemplo, Movimiento y Reposo no pueden relacionarse directamente. Pero ambas pueden comunicarse con la Idea de Ser.

Platón pensaba que el mundo de las Ideas era un mundo estático. Las Ideas son eternas e inmutables, como el Ser inmóvil del que hablaba Parménides. Sin embargo, en el diálogo Sofista, Platón parece querer introducir cambios en esa visión. Algunos intérpretes creen que quiere dar vida al mundo de las Ideas. Añade elementos como la vida, el pensamiento y el movimiento. En ese diálogo, el extranjero de Elea, que representa a Platón, plantea una pregunta importante: ¿cómo vamos a aceptar que el movimiento, la vida, el alma y el pensamiento no existen dentro del ser universal, que no vive, no piensa, y permanece inmóvil, solemne y sin inteligencia? Con esta reflexión, Platón quiere ir más allá de Parménides. Parménides decía que solo se puede hablar del Ser. Platón, en cambio, dice que hay cinco conceptos esenciales: Ser, Movimiento, Reposo, Mismidad (lo idéntico) y Alteridad (lo distinto). Esto significa que no se puede explicar la realidad sin tener en cuenta la diversidad y el cambio. Por eso, también hay que aceptar el no-Ser, que Parménides consideraba impensable. Cada cosa es lo que es (la Mismidad), pero también no es lo que no es (la Alteridad, lo Otro). Por ejemplo, el Movimiento es Movimiento y no es Reposo. De esta manera, Platón rompe con la filosofía de Parménides. Gracias a esta revisión, puede explicar que haya muchas Ideas y muchas cosas, y que exista la vida y el cambio en el mundo. Según algunos estudiosos de la filosofía platónica, incluso en el mundo de las Ideas puede haber movimiento.

 

La cosmología de Platón

Platón solo se interesó por la cosmología al final de su vida. Este tema lo trata en el Timeo. En realidad, siempre había creído que la ciencia auténtica solo puede ocuparse del mundo de las Ideas. Por eso, la cosmología que presenta en el Timeo no es una explicación rigurosa, sino una «narración verosímil», es decir, una historia basada en conjeturas y suposiciones. Además, utiliza con frecuencia un lenguaje mítico. En esta obra, Platón recoge muchas ideas de otros pensadores, como los pitagóricos, Empédocles y otros autores de su tiempo. Por eso el Timeo puede considerarse una especie de enciclopedia del saber científico de la época. Aun así, la teoría de las Ideas sigue siendo el elemento central para explicar la realidad. En el Timeo se aplican sobre todo los últimos desarrollos de esta teoría, tal como se habían expuesto antes en el Filebo.

De entre todas sus referencias destacan los atomistas. Aunque la teoría atomista fue muy brillante, tuvo poca influencia en el pensamiento griego posterior quizá por los ataques que recibieron, precisamente de Platón y su discípulo Aristóteles. Este rechazo se debe, sobre todo, a dos consecuencias del atomismo. En primer lugar, desde el atomismo, según ellos, el conocimiento de la naturaleza se vuelve imposible. Si todo está formado por átomos infinitos moviéndose en el vacío, es imposible conocer o prever todas sus trayectorias, combinaciones y choques. En segundo lugar, de acuerdo con el atomismo, el Universo sería solo el resultado del azar. El cosmos y el orden surgirían, de forma inexplicable, del puro desorden.

Platón rechaza radicalmente esta última idea. Para él, el orden no puede salir del desorden por azar. El orden solo puede venir de una Inteligencia que lo haya puesto. Por eso, en el Timeo, empieza su parte dedicada a la cosmología repitiendo la idea de que existen dos mundos distintos. Por un lado, está el ser eterno, que no nace ni muere nunca y que solo puede ser comprendido con la inteligencia. Este es el mundo de las Ideas. Por otro lado, está el ser que nace y cambia constantemente, pero que nunca llega a tener una existencia estable. Este es el mundo sensible. Platón apunta que el mundo sensible imita al mundo de las Ideas. Por tanto, la relación entre ambos mundos es de imitación: el mundo de las Ideas actúa como modelo o paradigma, y el mundo sensible se forma a su imagen. Pero, entonces, ¿cómo ha surgido el mundo sensible? La «narración verosímil» que utiliza Platón para explicarlo se basa en varios elementos clave:

  • Un ser divino que actúa como artífice del cosmos. Platón lo llama Demiurgo. Es una Inteligencia ordenadora posiblemente inspirada en el «Nous» de Anaxágoras. El trabajo del Demiurgo consistió en dar orden a la materia dentro del espacio, siguiendo el modelo eterno de las Ideas. Platón subraya que el Demiurgo quiso que todo fuera bueno. Por eso, creó el mundo de la mejor y más bella forma posible. El Demiurgo actúa con un propósito, y es ese fin el que explica por qué el mundo es como es. Frente a los presocráticos, que explicaban el universo con causas mecánicas, Platón propone una explicación basada en fines: una explicación teleológica. Así, el Demiurgo crea el Cosmos como un ser vivo inmenso y sagrado. Este ser vivo contiene en su interior a todos los seres vivos visibles. El mundo es, por tanto, un dios visible que imita al dios invisible, y es muy grande, muy bueno, muy bello y muy perfecto.

  • Un modelo eterno al que el Demiurgo toma como referencia. Es el mundo de las Ideas, que en este diálogo también recibe el nombre de «Viviente inteligible». Las Ideas son una parte esencial en la cosmología de Platón. Si existe una Inteligencia que construye el mundo, esa Inteligencia necesita modelos que seguir. Igual que un artesano se guía por un plano cuando fabrica algo, el Demiurgo crea el Universo tomando como referencia las Ideas. Su trabajo consiste en dar forma a una materia caótica siguiendo esos modelos. Sin embargo, el resultado nunca puede ser completamente perfecto, porque la materia siempre aporta un elemento de desorden y de imprevisibilidad.

  • Una masa de materia preexistente. Esta materia, como se ha dicho, no tiene forma, está en constante movimiento y es completamente caótica. En este aspecto, Platón se distancia de Anaxágoras y se acerca a las ideas del atomismo. Admite que la materia existe desde siempre y que está en movimiento continuo y desordenado. Sin embargo, nunca menciona directamente a Demócrito ni a Leucipo. Aun así, parece que tiene presentes sus teorías cuando desarrolla su propia explicación del Universo.

  • Un espacio vacío que también existe desde antes. Es el lugar en el que el Demiurgo ordena la materia según el modelo de las Ideas.

Como el Cosmos resultante es un ser vivo, tiene alma. Esta Alma del mundo es creada por el Demiurgo. Es ella la que da movimiento a todo y, probablemente, se identifica con el cielo. El Cosmos tiene la forma más perfecta: la esfera. En su centro está la Tierra. A su alrededor giran las esferas de los planetas. Y todo está envuelto por la esfera de las estrellas fijas. Platón, influido por una religión astral, considera a estas estrellas como dioses. El movimiento del universo sigue un orden basado en proporciones numéricas y armonías musicales, como decían los pitagóricos. Ese movimiento se da en el Tiempo, que Platón define como una «imagen móvil de la eternidad inmóvil».

Por lo que respecta a los cuerpos materiales, Platón hace una reinterpretación matemática de los cuatro elementos de Empédocles. Teeteto, amigo suyo, perfeccionó la teoría pitagórica de los poliedros regulares y demostró que solo hay cinco posibles. Platón asocia cada uno de ellos a un elemento: el fuego al tetraedro, la tierra al cubo, el aire al octaedro y el agua al icosaedro. El quinto poliedro, el dodecaedro, no se menciona en el texto. Sin embargo, es posible que Platón lo relacionara con la esfera y lo identificara con el conjunto del Cosmos. No obstante, algunos estudiosos interpretan que esos poliedros no representan cuerpos concretos, sino distintos estados de la materia, como el estado ígneo, gaseoso, líquido o sólido. Según esta visión, lo que explica las cualidades, los estados y las transformaciones posibles de la materia sería su estructura matemática. Si esta interpretación de los textos es correcta, resulta muy avanzada y sorprendente para su época.

 

El problema del alma

En el pensamiento griego, y también en nuestra cultura, el alma se relaciona con dos realidades distintas, aunque conectadas: la vida y el conocimiento. Si preguntáramos a personas sin formación filosófica qué creen que es el alma, obtendríamos normalmente dos tipos de respuestas, aunque fueran imprecisas. Algunas personas hablarían de la vida: el alma sería eso que nos hace estar vivos, lo que se va del cuerpo cuando morimos. Sería, por tanto, el principio vital. Otras personas hablarían del pensamiento: el alma sería aquello que distingue al ser humano del animal. Como el ser humano se define por pensar, razonar y entender, entonces el alma sería el principio del conocimiento racional.

Las dos formas de entender el alma llevan a consecuencias muy diferentes. Si se acepta la idea de que el alma es el principio de la vida, entonces habría que decir que todos los seres vivos tienen alma. No solo los animales, también las plantas. Pero si se adopta la idea de que el alma es el principio del conocimiento racional, entonces solo el ser humano tendría alma, porque solo él puede razonar. Además, si seguimos el planteamiento de los filósofos griegos, también cambian las respuestas sobre la relación entre alma y cuerpo. Si el alma es lo que da vida al cuerpo, parece lógico pensar que debe estar muy unida a él. ¿Cómo no iba a estarlo, si el cuerpo vive gracias a ella? Pero, en ese caso, resulta muy difícil defender que el alma pueda sobrevivir a la muerte del cuerpo. Si su única función es dar vida, ¿qué sentido tiene pensar que existe sin el cuerpo? Por el contrario, si se acepta que el alma es el principio del conocimiento racional, entonces sí se puede hablar de su inmortalidad. El alma, como fuente del pensamiento, no dependería del cuerpo y podría seguir existiendo sin él. Pero esta idea tiene un problema distinto: es muy difícil explicar cómo se une el alma al cuerpo, si son tan distintos entre sí.

Estas dos formas de entender el alma se pueden llamar concepción aristotélica y concepción platónica. Para Aristóteles, el alma es sobre todo lo que da vida. Para Platón, en cambio, el alma es principalmente lo que permite pensar y conocer. Sin embargo, hay que tener en cuenta algo importante: en la filosofía griega nunca se separaron del todo estas dos maneras de ver el alma. Platón no ignora que el alma está relacionada con la vida del cuerpo. Y Aristóteles tampoco deja de asociar el alma con la capacidad intelectual.

 

La antropología de Platón

Como la visión del mundo de Platón es dualista, también lo es su visión del ser humano. Platón distingue claramente entre alma y cuerpo. Y así como el mundo de las Ideas tiene prioridad total sobre el mundo sensible, el alma también tiene prioridad sobre el cuerpo. Platón llega a afirmar que «el hombre es su alma». El alma ocupa una posición intermedia entre los dos mundos: el sensible y el de las Ideas.

Podemos decir que Platón es el creador de la psicología racional. Aunque toma muchas ideas del orfismo y de los pitagóricos, su aportación es original. Ahora bien, su pensamiento sobre el alma no es siempre del todo claro. Sus ideas psicológicas, como ocurre con otros aspectos de su filosofía, cambian según la obra. Muchas veces usa mitos o explicaciones que considera simplemente probables. Él mismo lo reconoce en el Fedro, cuando dice: «Descubrir cómo es el alma es tarea divina y demasiado larga; hablar con semejanzas es todo lo que puede hacer un hombre» (246 a).

La teoría del alma en Platón no es solo una reflexión especulativa, por el interés que tenga en saber qué es el ser humano. Tiene también una intención epistemológica y, sobre todo, ética. Por un lado, Platón quiere demostrar que el conocimiento de las Ideas es posible. El alma es racional precisamente porque puede conocerlas. Y puede hacerlo porque, por naturaleza, pertenece al mundo real, al mundo verdadero, que está formado por las Ideas. Por eso el alma se siente atraída de forma natural hacia ese mundo ideal, que es su hogar. Esta forma de entender el alma se apoya en su experiencia científica, geométrica y matemática. Pero al vincular tan estrechamente el alma con lo real y verdadero, con lo que no cambia, de suyo se sigue afirmar que el alma es inmortal. Esa es, para Platón, la cuestión clave. La inmortalidad del alma es una de las ideas centrales de la filosofía de Platón y, en su tiempo, fue una auténtica novedad. En la República, Sócrates le pregunta a Glaucón: «¿No sabías que nuestra alma es inmortal?» Glaucón se sorprende y contesta: «No, de verdad que no lo sabía. ¿Cómo se puede afirmar semejante cosa?» (608 d). Esta reacción muestra que no era una creencia común. De hecho, parece que ni siquiera el Sócrates histórico estaba del todo seguro sobre este asunto. Platón dedica el Fedón a intentar demostrar que el alma es inmortal. Sin embargo, reconoce que sus argumentos no son totalmente concluyentes. Son razonables, pero no eliminan todas las dudas. Aun así, Platón estaba convencido de la inmortalidad del alma y la defendió con firmeza. Así pues, para él, el alma es inmortal, mientras que el cuerpo es mortal y corruptible, lo que lleva a una consecuencia importante: si el alma no muere con el cuerpo, entonces ha existido antes de unirse a él y seguirá existiendo después. Por eso, su unión con el cuerpo no es esencial. Es algo transitorio y accidental. De hecho, Platón llega a decir que esa unión es contraria a su verdadera naturaleza. El alma no debería estar unida al cuerpo, porque su lugar propio es el mundo de las Ideas, donde lleva a cabo su actividad más auténtica: contemplarlas.

Si el alma pertenece a ese mundo ideal y su función es conocerlo, queda claro que Platón la concibe ante todo como el principio del conocimiento racional. Sin embargo, mientras está unida al cuerpo, el alma tiene una tarea fundamental: purificarse, prepararse para volver a contemplar las Ideas. Esa tarea tiene una vertiente epistemológica en tanto supone que, como veremos, en el tránsito del alma por el mundo sensible, encarnada en un cuerpo, debe filosofar, intentar recordar las Ideas con las que ha mantenido trato en el mundo inteligible. Pero su tarea es fundamentalmente ética. La purificación es una idea religiosa que implica que el alma se encuentra, atrapada en el cuerpo, en un estado de impureza. Por eso, el ser humano debe luchar por liberarse de esa impureza y ordenar su alma para alcanzar el conocimiento verdadero y vivir de forma justa. Esa lucha consiste en controlar los impulsos del cuerpo, que tira de ella con necesidades y exigencias materiales. Manifestando y explicando esta tensión entre el alma y el cuerpo es como Platón busca responder al pensamiento inmoralista o relativista de algunos sofistas y a los problemas surgidos con el intelectualismo moral socrático. Para los sofistas no existe un bien universal ni una verdad absoluta sobre lo justo. Cada persona o cada sociedad decide lo que considera bueno o malo. Para algunos, como Calicles o Trasímaco, la moral no es más que una convención inventada por los débiles para protegerse de los fuertes. Lo justo, en realidad, sería que el más fuerte imponga su voluntad. Frente a ellos, Sócrates había sostenido que el bien existe y puede conocerse, y que nadie actúa mal a propósito, sino por ignorancia. Así, según el intelectualismo moral socrático, si una persona conoce el bien, necesariamente lo elige. Pero esto plantea un serio problema: en la vida real, muchas veces las personas saben qué es lo correcto y, aun así, hacen lo contrario. La solución que propone Platón consiste en distinguir tres partes en el alma humana. Esta división refleja los conflictos internos que muchas veces sentimos entre lo que pensamos, lo que deseamos y lo que nos mueve a actuar. La idea aparece primero en la República, donde parece que se trata de funciones distintas dentro de una misma alma. Más adelante, en el Timeo, da la impresión de que se trata de tres almas diferentes. La primera es el alma racional («nous», «lógos»). Esta es inmortal, inteligente y tiene una naturaleza divina. Se encuentra en el cerebro. Es la parte que busca la verdad y debe gobernar a las demás. La segunda es el alma irascible («thymós»). Es la fuente del valor, el coraje y la indignación moral. Está en el tórax y está unida al cuerpo, por lo que es mortal. La tercera es el alma concupiscible o apetitiva («epithymía»). Es la parte que busca los placeres, el alimento y las riquezas. Se sitúa en el abdomen y también es mortal. De este modo, como veremos, Platón entenderá que la justicia consiste en que cada parte del alma cumpla su función y esté en armonía, siempre bajo el gobierno de la razón, del conocimiento, de la verdad. Es decir, que la moral no depende de la opinión ni del interés, como decían los sofistas, sino del orden justo impuesto por el alma racional. Pero, además, apunta que hacer el bien no es solo cuestión de saber, como decía Sócrates, sino también de dominar los deseos y las pasiones a las que nos somete nuestro cuerpo, nuestra parte material.

Como se observa, Platón tiene una visión bastante negativa del cuerpo humano. Cree que el cuerpo es un obstáculo para el alma, ya que la arrastra con sus pasiones y le impide contemplar las Ideas. Por eso dice que lo mejor que le puede pasar al filósofo es morir. De hecho, define la filosofía como una «preparación para la muerte». En el Fedro, Platón explica que la unión del alma con el cuerpo es un castigo por algún pecado. Es una unión accidental, como la del piloto con su nave o la del músico con su instrumento. Sin embargo, en el Timeo, su visión es algo más positiva. Allí afirma que cuerpo y alma pueden llegar a estar en armonía si se educan bien.

Platón también se pregunta qué ocurre con el alma después de la muerte. Trata este tema en varios de sus mitos más conocidos. En el Fedro, compara el alma con un carro tirado por dos caballos, uno noble y otro desbocado. En el Gorgias, el Fedón y la República, presenta el juicio final de las almas. En estos relatos, Platón recoge la idea pitagórica de la reencarnación: las almas renacen en nuevos cuerpos. Nótese que eso significa que nosotros somos, esencialmente, nuestra alma racional, nada más. Por otro lado, en el famoso mito de Er, que aparece al final de la República, añade algo importante. Allí dice que el destino de cada alma en su próxima vida depende de la elección libre que haya hecho, una elección marcada por la experiencia de su vida anterior. También en el Fedón señala que el estatus o sofisticación que consigamos en la siguiente encarnación depende del desempeño intelectual y moral que desarrollemos en nuestra «vida» (estrictamente nunca moriríamos) actual. Por ejemplo, dice que aquellos que viven única y exclusivamente para dar satisfacción a sus deseos corporales, sus almas quedan varadas como espectros o fantasmas, o se reencarnarán en asnos o animales semejantes. Los que viven de manera tiránica, violenta, injusta se reencarnarán en animales acordes a ese comportamiento, como lobos o halcones. Por su parte, aquellos que se han conducido con templanza y justicia, aún sin filosofar, es probable que sus almas entren en animales tranquilos y trabajadores, como las abejas, las avispas o las hormigas, pero también como seres humanos, y convertirse en personas buenas. Pero que solo los que, además de actuar bien, han filosofado y, así, sus almas han salido del cuerpo inmaculadas, con absoluta pureza, podrán aproximarse a la naturaleza de los dioses.

 

La teoría del conocimiento en Platón

La teoría de las Ideas permite a Platón dar una base sólida y estable a la ciencia. Gracias a las Ideas, conceptos como justicia o belleza no son meras opiniones o acuerdos sociales, sino que remiten a realidades verdaderas: la Justicia en sí, la Belleza en sí. Sin embargo, esta teoría plantea una gran dificultad: si las Ideas pertenecen a un mundo distinto al nuestro, el mundo inteligible, ¿cómo es posible conocerlas?

Platón responde a esta pregunta con dos doctrinas diferentes: la reminiscencia y la dialéctica. La teoría de la reminiscencia, o anámnesis, parte de la idea de que las Ideas no están dentro de las cosas sensibles. Las cosas del mundo imitan o participan de las Ideas, pero no las contienen. Las Ideas existen por separado. Por eso, no podemos conocerlas a través de los sentidos. Lo que percibimos con los sentidos solo nos da una opinión (dóxa) sobre algo que está cambiando, que está en devenir. No se trata del verdadero Ser, que es la Idea, sino de algo que está entre el Ser y el no-Ser.

Las Ideas solo pueden conocerse mediante una contemplación directa en el mundo inteligible. Según uno de los mitos de Platón, recogido en el Fedro, el alma humana vivió antes en ese mundo y allí contempló las Ideas. Pero, al encarnarse y unirse a un cuerpo, el alma las olvida. Sin embargo, cuando observa las cosas del mundo sensible, puede recordarlas, ya que estas cosas imitan y participan de las Ideas. Así, conocer las Ideas no es aprender algo nuevo, sino recordar lo que el alma ya sabía. Es un proceso de recuerdo o anámnesis. Por eso, aunque el conocimiento sensible no permite conocer directamente las Ideas, sí puede provocar su recuerdo. No es conocimiento verdadero, pero puede ser un punto de partida válido.

La teoría de la reminiscencia aparece en varios diálogos: en el Menón, donde se introduce claramente; en el Fedón, donde sirve como argumento para defender la inmortalidad del alma; y en el Fedro, donde se desarrolla en un contexto claramente mítico. En los diálogos posteriores, sin embargo, Platón ya no menciona esta teoría. No está claro si la abandonó del todo.

En cuanto a la dialéctica, Platón la explica en La República con una imagen muy importante: el símil de la línea. Allí describe los distintos grados del conocimiento y los relaciona con distintos niveles de realidad o de ser.

Objetos Conocimiento
MUNDO INTELIGIBLE

(tò noetón)

 

El ser, la esencia (ousía)

Ideas (objetos inteligibles) Inteligencia pura (o conocimiento intuitivo) (nous, nóesis).

Ciencia correspondiente: Dialéctica

CIENCIA

(epistéme)

Entidades matemáticas (objetos inteligibles) Razón discursiva (dianoia).

Ciencia correspondiente: Matemáticas

MUNDO SENSIBLE

(tò horatón)

 

El devenir (génesis)

 

Objetos materiales, cosas. (Objetos sensibles) Creencia (pístis). Física (pero no es propiamente ciencia)  

OPINIÓN

(dóxa)

 

Imágenes (eikónes) de las cosas sensibles Imaginación (o conjetura) (eikasía)

 

Platón representa los distintos tipos de conocimiento mediante el símil de la línea, dividida en segmentos desiguales. Esto indica que hay cierta continuidad entre los distintos grados de conocimiento, pero también que su valor y contenido son muy distintos. El conocimiento más bajo es la imaginación, que se alimenta de las imágenes y apariencias sensibles. Por encima de ella está la creencia (pístis), basada en la percepción de objetos sensibles. Estas dos formas corresponden al mundo sensible y no ofrecen conocimiento verdadero, solo opinión (dóxa). La Física, por ejemplo, aunque estudia la naturaleza, no tiene para Platón categoría de ciencia (epistéme), ya que sus objetos son cambiantes y móviles. Por eso, su cosmología (el Timeo) no pretende ser más que un «relato verosímil».

En el nivel superior están las Matemáticas y la Dialéctica, que sí pertenecen al mundo inteligible. Ambas parten de hipótesis (hypothéseis), pero las usan de forma distinta. El matemático da por supuestas ciertas nociones (como lo par y lo impar) y razona a partir de ellas sin cuestionarlas. Además, aunque trata con conceptos, necesita apoyarse en figuras y dibujos: representaciones sensibles de los objetos matemáticos.

En cambio, el dialéctico también parte de hipótesis (por ejemplo, la noción de justicia), pero no las considera verdades definitivas. Son solo puntos de partida que usa para ir ascendiendo, paso a paso, hasta alcanzar un principio no hipotético: la Idea del Bien, fundamento de todas las demás Ideas. En ese ascenso no necesita recurrir a nada sensible: se mueve exclusivamente en el mundo de las Ideas. En este sentido, Platón dice que el dialéctico es el único que alcanza una visión de conjunto.

La dialéctica, por tanto, es el método propio de la filosofía y permite el acceso al mundo inteligible. Su movimiento es ascendente, desde las cosas hasta las Ideas y, dentro de estas, hasta la Idea suprema del Bien. Este recorrido aparece también en el mito de la caverna: desde las sombras (lo sensible) hasta el Sol (el Bien). Pero también hay una dialéctica descendente (diáiresis), que va desde la Idea suprema hacia las demás Ideas, sin recurrir nunca a la experiencia sensible. Gracias a este proceso, las Ideas se articulan entre sí, lo que Platón llama comunicación (koinonía) y entrelazamiento (symploké).

Por último, aunque la dialéctica es un proceso estrictamente racional, no está exenta de un elemento emocional muy importante: el amor (eros) por la verdad y el conocimiento, que impulsa al alma en su ascenso hacia el mundo inteligible.

Platón describe estas clases de conocimiento mediante una línea cortada en segmentos desiguales, lo cual parece indicar una cierta continuidad entre las formas de conocimiento, pero un valor y contenido desigual. La imaginación -grado inferior­ se alimenta de los objetos sensibles percibidos por la creencia y estudiados en la Física (que, para Platón, no tiene categoría de epistéme, pues versa sobre objetos móviles; por eso Platón no consideró su cosmología -el Timeo– sino como un «relato verosímil»).

El amor platónico es también un proceso ascendente, una especie de dialéctica emocional que impulsa al alma hacia la contemplación de la Belleza absoluta. Platón dedica a este tema dos de sus diálogos más bellos: el Banquete y el Fedro.

En el Banquete explica este proceso de la siguiente manera:
«El método correcto para entender el amor es comenzar admirando las cosas bellas de este mundo y usarlas como escalones para ascender poco a poco. Se pasa de contemplar la belleza de un cuerpo, a la belleza de dos, luego a la de todos los cuerpos bellos, después a las normas de conducta bellas, a las bellas ciencias, y, finalmente, a la ciencia de la Belleza absoluta, hasta llegar a conocer lo que es la Belleza en sí. Este es el momento en que la vida de una persona adquiere su verdadero valor: cuando contempla la Belleza en sí» (Banquete, 211 e).

En el Fedro se aborda lo mismo, pero en forma de mito. El alma, representada como un carro alado, ha caído a la tierra y ha perdido sus alas al olvidar su origen. Sin embargo, al ver la belleza del mundo sensible y recordar la verdad, el alma recupera sus alas y desea emprender el vuelo hacia el mundo inteligible. Por eso, Platón afirma que «el amor es filósofo» y que «solo la mente del filósofo debe echar alas».

En resumen, la dialéctica y el amor son los caminos para acceder al mundo de las Ideas. Para prepararse para este ascenso, las matemáticas son fundamentales, ya que actúan como una propedéutica o preparación necesaria. Las matemáticas suponen un preludio, un impulso que lleva del mundo cambiante de lo sensible hacia la contemplación de objetos eternos e inteligibles. Por eso, se cuenta que en la entrada de la Academia de Platón estaba escrita esta advertencia:
«Nadie entre aquí si no sabe geometría».

 

La ética en Platón

La virtud (areté)

 

No hay un concepto estable de «Virtud» en la filosofía platónica, como se podía esperar, sino conceptos diversos que no son excluyentes entre sí:

 

  • Virtud como sabiduría. Es el concepto socrático, al cual Platón se mantuvo siempre fiel. Solo que ahora ese «saber» es de orden superior: el conocimiento de las Ideas del Bien, Justicia, Valor, Piedad, etc. De este modo, Platón intenta superar el relativismo de la virtud de los sofistas (puesto que existe lo Justo en sí) y realizar la unificación de todas las virtudes en la Idea del Bien.

Frente al relativismo moral de los sofistas, Sócrates estaba convencido de que los conceptos morales pueden ser fijados racionalmente mediante una definición rigurosa: aun cuando resulte difícil de definir, por ejemplo, el concepto de justicia, este puede ser definido y la búsqueda de su definición constituye una tarea ineludible y urgente para todo ser humano que no viva su vida irreflexivamente, así como para toda sociedad que pretenda configurarse de acuerdo con un orden razonable. Platón participa de esta convicción socrática, más aún, el carácter absoluto de los conceptos ético-políticos encontró su expresión más radical en la teoría de las Ideas (existencia de la Justicia en sí, la Bondad en sí, etc.) independientes de las opiniones humanas acerca de ellas.

 

  • Virtud corno purificación. Tanto en el Fedrocomo en el Fedón, el hombre virtuoso es el que purifica su alma de las pasiones y la desprende del cuerpo para poder realizar el acceso a las Ideas. Este concepto de virtud tiene fuertes resonancias pitagóricas. Sin embargo, en un diálogo posterior, el Filebo (en el que se recogen las discusiones de las escuelas socráticas acerca de la primacía ética del saber o del placer), Platón admitirá que la vida «buena» y virtuosa es una vida «mixta» en la que hay que saber aceptar también el placer con moderación.

 

  • Virtud corno armonía. Este concepto se encuentra desarrollado en la República. La justicia es considerada aquí corno la virtud fundamental, y consiste en «el acuerdo de las tres partes del alma, exactamente corno los tres términos de una armonía, el de la cuerda grave, el de la alta y el de la media» (443 d). La armonía surge en el alma cuando «cada parte hace lo que le es propio» (441 e), de tal manera que «dominen o sean dominadas entre sí conforme a naturaleza» (444 d). Lo cual significa que la parte racional (siendo prudente) debe guiar a la parte irascible (que deberá ser valerosa), y ambas dominar a la apetitiva (que será, así, atemperada). El hombre que lo consiga será armonioso y justo. Por eso la virtud es la «salud, belleza y bienestar del alma» (444 e), y la justicia es la armonía del hombre. Tenemos aquí, formulada por primera vez, la división de la virtud en cuatro categorías fundamentales: prudencia, fortaleza y templanza (correspondientes a las tres partes del alma), y justicia (corno la armonía que resulta así en el alma virtuosa).

Partamos, pues, de que es posible definir la justicia de un modo absoluto, de acuerdo con la convicción socrática y platónica. ¿Cómo definirla? Los sofistas habían señalado claramente el camino: analizando la naturaleza humana. Platón acepta este planteamiento de los sofistas, si bien rechaza las conclusiones de sus análisis. Según los sofistas, las únicas leyes naturales son la búsqueda del placer y el dominio del más fuerte. Pues bien, esta doctrina moral se basa, a juicio de Platón, en un análisis incorrecto de la naturaleza humana: al tomar como modelos de comportamiento natural a los animales y a los niños, los sofistas prescindían del aspecto más característico del hombre, la Razón. (Ni el niño ni el animal la poseen). Un análisis de la naturaleza humana que no tiene debidamente en cuenta ni la existencia en el hombre de la Razón ni su rango de facultad suprema, no puede servir para definir correctamente la justicia.

Para definir la justicia, así como el resto de los conceptos político-morales, es necesario, por tanto, analizar correctamente la naturaleza humana.  Además de Razón, el hombre posee otras tendencias y facultades. Anteriormente, hemos señalado cómo Platón distingue en el alma tres facultades o partes: racional, irascible, concupiscible. La justicia consistirá en la ordenación de estas tres partes, en la posesión por cada una de ellas de la virtud o disposición que le es propia: prudencia, fortaleza y templanza respectivamente.  Al tomar en consideración otras instancias de la naturaleza humana (irascible, concupiscible) además de la racional, teniendo en cuenta   la   ordenación armónica de todas ellas, Platón evita un intelectualismo exagerado, sin renunciar por ello a la Razón como principio rector.

 

Pero Platón establece una clara correlación entre el alma y el Estado: «en el alma de cada uno hay las mismas clases que en la ciudad, y en el mismo número» (441 c). La estructura de la ciudad se encuentra reflejada en el alma y viceversa. Por eso, la ética conduce a la política. Solo en la ciudad justa es posible educar hombres justos.

 

 

 

La política en Platón

Platón y Aristóteles no consideraron nunca la política como algo separado, independiente de la moral. Esta separación entre ambas (que ha llevado en ocasiones a considerar la moral como algo relativo a la conciencia y conducta individuales, y la política como algo relativo a la organización y conducta sociales) es una separación que históricamente tuvo lugar, con posterioridad, con la aparición del individualismo.  Para Platón y Aristóteles, el hombre no es individuo, por una parte, y ciudadano, por otra. El hombre es ciudadano y en el seno de la ciudad, del Estado, de la “polis” es precisamente donde se desarrolla como hombre y donde, por tanto, se moraliza.

 

El tema de la República es, pues, la justicia en el individuo y en el Estado. Se trata de una utopía política en la que el gobierno pertenece a los filósofos (o los gobernantes han de practicar la filosofía). Gobierno, por tanto, monárquico o aristocrático, pero en el que la aristocracia es una aristocracia de la virtud y el saber, no de la sangre. Los gobernantes no serán conducidos por la ambición personal y el derecho del más fuerte -como pretendían algunos sofistas-, sino que se inspirarán en la contemplación del orden inmutable de las Ideas. El mito de la caverna lo expresa muy bien: los que consiguen escapar de ella y contemplar el sol de la Verdad, la Justicia y el Bien, deben «volver a la caverna» para guiar a los que allí continúan.

La ciudad platónica se compone de tres clases sociales que se corresponden con las partes del alma. A cada clase se le asigna una tarea y una virtud.

 

Partes del alma Clases sociales Virtudes
Racional (nous, lógos) Gobernantes-filósofos (archontes) Prudencia (sabiduría)

(phrónesis, sophía)

Irascible (thymós) Guardianes (guerreros) Fortaleza (valor)

(andreía)

Concupiscible o apetitiva (epithymía) Artesanos y labradores Templanza

(sophrosyne)

Armonía entre las partes del alma Armonía entre las clases sociales Justicia

(dikaiosyne)

 

Se trata de una organización política estrictamente jerarquizada. No todos los hombres están igualmente dotados por la naturaleza ni deben realizar las mismas funciones. En cada uno predomina un alma, y ha de ser educado de acuerdo con las funciones que deba realizar (idéntica educación y funciones para hombres y mujeres): el Estado platónico es, ante todo, una institución educativa. Por otro lado, la existencia de los ciudadanos está en función del bien de la colectividad. Por esta razón, Platón prevé un «comunismo» total para las clases superiores: abolición de la propiedad privada y de la familia. De este modo, gobernantes y guerreros estarán a salvo de los peligros de la ambición personal o de casta.

 

Platón fue el creador del primer ensayo de teoría política de amplias proporciones que conocemos. Se inscribe, sin duda, en un movimiento más extenso de crítica a la democracia (Isócrates, Jenofonte, Aristófanes); pero hay que tener en cuenta que la democracia ateniense -por su especial estructura, muy diversa de las democracias contemporáneas- era particularmente susceptible de manipulaciones. El proyecto político de Platón va directamente dirigido contra la doctrina relativista de los sofistas, y pretende escapar a la temporalidad: el modelo del Estado -como el modelo del cosmos- se encuentra inscrito en el cielo eterno e inmutable de las Ideas. En las Leyes, obra de un Platón ya viejo y desilusionado por sus fracasos políticos en Sicilia, el intento de sustraer el Estado a los riesgos de la decadencia histórica llega a extremos casi inimaginables: una ciudad encerrada sobre sí misma y autosuficiente (ni comercio ni viajes al exterior), dominada por una aristocracia agraria (sin industria), regida por un Consejo Nocturno y un estricto sistema de vigilancia (la delación es obligatoria). Todo, desde los juegos de los niños, está rígidamente legislado para impedir que se introduzca la más mínima variación. Se trata de un Estado que pretende escapar al tiempo y al devenir.

 

 

 

 

Por último, conviene señalar que las Ideas no son un aglomerado inconexo de esencias, sino que constituyen un sistema en que todas se ensamblan y coordinan en una gradación jerarquizada cuya cúspide ocupa la Idea de Bien. El Bien como Idea primera, como principio supremo, es expresión del orden, del sentido y de la inteligibilidad de todo lo real. Al matemático y sobre todo y más allá de este, al filósofo, corresponde ascender dialécticamente en el conocimiento de las Ideas hasta alcanzar a contemplar la Idea de Bien. La contemplación de la Idea de Bien es, de acuerdo con lo anteriormente señalado, conocimiento miento teórico y práctico a la vez: teórico, en cuanto que hace posible la captación del orden y de la estructura de todo lo real; práctico, en cuanto que proporciona las normas de toda ordenación moral y política. Esta identificación de ambos tipos de conocimiento, teórico y práctico, hace que el sabio sea, para Platón, el llamado a gobernar en toda comunidad humana.

 

Los regímenes políticos en Platón

La idea desarrollada por los sofistas de que los regímenes políticos e instituciones son convencionales no fue puesta radicalmente en duda con posterioridad. La cuestión política venía, pues, a plantearse como el problema de decidir entre distintas formas de gobierno cuál es la más conveniente y eficaz. Platón se esforzó en describir la organización política ideal, es decir, aquella que responde a la naturaleza del hombre y la sociedad.  Su teoría está presidida por dos principios teóricos: de un lado, por su identificación del saber teórico y el saber práctico que, como ya señalábamos anteriormente, lleva a Platón a afirmar que los gobernantes han de ser los sabios; de otro lado, su concepción de la justicia como orden en que cada parte de un todo cumple con su cometido. Y puesto que las partes o grupos sociales (en paralelismo con las partes del alma) son tres (gobernantes, soldados y productores), la justicia u orden se realizará si los gobernantes son realmente sabios, los soldados valientes y los productores moderados.

 

Platón elaboró también una teoría de la evolución de las formas políticas. Teoría no corroborada por la misma historia de Grecia, pero que revela un aspecto esencial de la teoría política de Platón: el devenir histórico de los Estados conduce necesariamente a su degradación (en contra del optimismo de Protágoras, para quien la historia significaba progreso). Así, a la Aristocracia (forma más perfecta) sucede necesariamente la Timocracia (dominio del ansia de honores y ambición de los guerreros), luego la Oligarquía (gobierno de los ricos) y más tarde la Democracia (el pueblo llano -demos­ elimina a los ricos, se impone una libertad inmoderada y se desprecian las leyes). Esta última situación conduce a la Tiranía, ruina definitiva del Estado: «de la extrema libertad surge la mayor esclavitud».

Apuntes para clase

Una y tres sillas (1965). Joseph Kosuth

 

EL SISTEMA PLATÓNICO

  • trata de justificar una organización política ideal, basándose en el estudio de la naturaleza humana, el cual le lleva a entender el alma no solo como principio del movimiento, sino, sobre todo, como principio del conocimiento racional
    • con ello pretende salvaguardar el logos del relativismo y escepticismo sofísticos y frente a la legalidad oral de los poetas
    • responde a la decadencia de la Atenas de su época, que condenó a muerte a su maestro Sócrates
  • el sistema platónico se fundará en su Teoría de las Ideas
    • esta se basará en la indudable verdad de lo invisible que ya apuntaban los presocráticos a partir de su estudio de la geometría (pitagóricos, Parménides -vs. Heráclito-, Anaxágoras) y que aplicó Sócrates a los conceptos socio-políticos

LA TEORÍA DE LAS IDEAS

  • división del mundo al estilo parmenídeo en un mundo supraempírico y el mundo sensible
    • mundo de las Ideas o de las Formas [Idea proviene de εἶδος (eidos), palabra que, en griego, servía para designar la forma de las figuras geométricas]
      • es el mundo real
      • en él están las Ideas (conceptos o esencias socráticas)
      • las Ideas son: inmateriales, absolutas, inmutables, eternas, permanentes, universales, son inteligibles; son la forma, modelo o canon de la materia; están organizadas jerárquicamente
        • Bien, lo Justo, lo Bello, lo Igual
      • mundo sensible:
        • es el mundo material, del casi no-ser, del movimiento, el cambio, la pluralidad
        • no tiene realidad propia
        • las cosas que lo componen son materiales, mutables, sensibles, particulares, temporales, perecederas, corruptibles y copian las formas ideales, de las que reciben cierta realidad por participación

LAS IDEAS COMO PRINCIPIO DEL MUNDO FÍSICO [Timeo]

  • el orden no es resultado azaroso del desorden, como decían los atomistas
  • mito del Demiurgo o Inteligencia Ordenadora (Nous de Anaxágoras)
    • toma las Ideas como modelo
    • a partir de las Ideas da forma a la materia
      • la materia era eterna y de movimientos caóticos como la del modelo atomista
      • las cosas del mundo sensible no son perfectas como las del mundo de las Ideas, porque la materia siempre introduce desorden e indeterminación
        • las cosas del mundo:
          • participan de la realidad de las Ideas
          • están formadas, conformadas, a partir del modelo ideal; imitan a las Ideas

LAS IDEAS COMO FUNDAMENTO DEL CONOCIMIENTO INTELECTUAL

  • Las Ideas (permanentes, inmutables) no se pueden conocer mediante los sentidos (que solo conocen cosas mutables y corruptibles)
  • doctrina de la reminiscencia (anamnesis) recoge la idea pitagórica de la transmigración de las almas (metempsicosis)
    • conocer es recordar
    • el alma preexiste en el mundo de las Ideas, contemplando y aprehendiendo las Ideas
    • el alma cae de forma accidental al mundo sensible, uniéndose antinaturalmente al cuerpo, a la materia
      • producto de esta unión, el alma olvida las Ideas
      • solo ejercitando nuestro entendimiento, filosofando, podemos recordar las Ideas que nuestra alma aprendió en el mundo de las Ideas
        • podemos recordar las Ideas a partir de la observación de las cosas sensibles que participan de ellas (y las copian) y preguntándonos cómo es posible que las reconozcamos y apliquemos
      • al morir el viviente (separación cuerpo-alma), el alma retorna al mundo de las Ideas
        • si ha sido buena y ha hecho por conocer, cuando vuelva a caer, se reencarnará en un ser superior, más sabio, pues su alma habrá estado en un nivel superior del mundo de las Ideas
        • si no ha hecho por conocer, cuando vuelva a caer se reencarnará en un ser inferior, más ignorante, pues su alma habrá estado en un nivel inferior del mundo de las Ideas.
      • grados de conocimiento (tema tratado en el símil de la línea y en el mito de la caverna de su obra República):
        • doxa (opinión): parecer sobre lo sensible – visible
          • eikasia: parecer sobre las sombras de las cosas del mundo sensible, imaginación
          • pistis: parecer sobre las cosas del mundo sensible
        • epistéme (saber -conocimiento científico-): conocimiento de lo ideal – inteligible
          • dianoia: conocimiento discursivo y racional de los entes matemáticos a partir de la observación de cosas del mundo sensible que participan de tales entes matemáticos
          • nóesis: conocimiento intuitivo (inmediato) de las Ideas, a través de la dialéctica (ascendente, hasta la Idea de Bien, y descendente, para establecer la relación –symploké o entrelazamiento- entre ellas)

LAS IDEAS COMO CLAVE DE LA ANTROPOLOGÍA

  • dualismo antropológico [de raíces pitagóricas]: el hombre es un compuesto antinatural de:
    • cuerpo:
      • material
      • perteneciente al mundo sensible
      • es material y corruptible
    • alma:
      • inmaterial
      • perteneciente al mundo de las Ideas
      • su naturaleza le impulsa a conocer las Ideas
      • el alma cae de forma accidental al mundo material, donde se une al cuerpo antinaturalmente
    • Platón distingue tipos o partes del alma para resolver el problema del intelectualismo moral socrático según el cual quien conoce el bien no puede actuar mal
      • Según Platón, una persona puede conocer racionalmente el bien, pero actuar mal porque le empujen otros tipos o partes del alma
        • racional:
          • inmortal
          • en la cabeza
          • dedicada a contemplar el mundo de las Ideas: fuente del conocimiento y de la Idea de bien
          • debe guiar, gobernar a las otras dos
          • debe purificarse de las otras dos
        • irascible
          • perecedera
          • se sitúa en el pecho
          • fuente de las pasiones nobles [valor]
        • concupiscible
          • perecedera
          • se sitúa en el bajo vientre
          • fuente de las bajas pasiones [apetitos]

LAS IDEAS COMO FUNDAMENTACIÓN DE LOS IDEALES MORALES Y POLÍTICOS

  • las Ideas son independientes de las opiniones acerca de ellas
    • la Justicia es la principal Idea político-moral, pues conduce a la felicidad. Consiste en:
      • armonía entre las tres partes del alma desde el gobierno de la racional
      • posesión de cada alma de la virtud que le es propia:
        • alma racional: prudencia (discernir bien/mal), propia del hombre sabio
        • alma irascible: fortaleza (discernir lo que se debe o no temer), propia del hombre valiente
        • alma concupiscible: templanza (moderación de los apetitos), propia del hombre moderado
      • la organización política ideal responde al tipo de alma que prevalece en la naturaleza de cada hombre
        • alma racional: sabios-gobernantes (Rey filósofo)
        • alma irascible: guerreros
        • alma concupiscible: productores
      • la Idea de Bien preside el mundo de las Ideas
        • expresa el orden, sentido e inteligibilidad de lo real
        • la contemplación de la Idea de Bien es conocimiento teórico (del orden y estructura de lo real) y práctico (proporciona normas morales y políticas) a la vez
          • por ello el sabio es el llamado a gobernar
        • formas de gobierno
          • monarquía o aristocracia (hombres buenos y justos) [caen cuando nacen hijos inferiores a sus padres]
          • degenera en timocracia (del que ama el honor) [hombres fogosos, que aman la guerra]
          • degenera en oligarquía (del que ama la riqueza) [diferencia cada vez más grande entre ricos y pobres]
          • degenera en democracia al sublevarse los pobres (la democracia es el deseo insaciable de libertad)
          • degenera en tiranía (pasiones violentas)

 

Texto

PLATÓN, Fedón, 74a–83d.

 

74a
—¿No es claro, entonces, que la reminiscencia la despiertan lo mismo las cosas semejantes, que las desemejantes?
—Así es en efecto.
—Y cuando se recuerda alguna cosa a causa de la semejanza, ¿no sucede necesariamente que el espíritu ve inmediatamente si falta o no al retrato alguna cosa para la perfecta semejanza con el original de que se acuerda?
—No puede menos de ser así, dijo Simmias.
—Fíjate bien, para ver si piensas como yo. ¿No hay una cosa a que llamamos igualdad? No hablo de la igualdad entre un árbol y otro árbol, entre una piedra y otra piedra, y entre otras muchas cosas semejantes. Hablo de una igualdad que está fuera de todos estos objetos. ¿Pensamos que esta igualdad es en sí misma algo o que no es nada?
—Decimos ciertamente que es algo. Sí, ¡por Júpiter!
74b
—¿Pero conocemos esta igualdad?
—Sin duda.
—¿De dónde hemos sacado esta ciencia, este conocimiento? ¿No es de las cosas de que acabamos de hablar; es decir, que viendo árboles iguales, piedras iguales y otras muchas cosas de esta naturaleza, nos hemos formado la idea de esta igualdad, que no es ni estos árboles, ni estas piedras, sino que es una cosa enteramente diferente? ¿No te parece diferente? Atiende a esto: las piedras, los árboles que muchas veces son los mismos, ¿no nos parecen por comparación tan pronto iguales como desiguales?
—Seguramente.
74c
—Las cosas iguales parecen algunas veces desiguales; pero la igualdad considerada en sí, ¿te parece desigualdad?
—Jamás, Sócrates.
—¿La igualdad y lo que es igual no son, por consiguiente, una misma cosa?
—No, ciertamente.
—Sin embargo; de estas cosas iguales, que son diferentes de la igualdad, has sacado la idea de la igualdad.
—Así es la verdad, Sócrates; dijo Simmias.
—Y esto se entiende, ya sea esta igualdad semejante ya desemejante respecto de los objetos que han motivado la idea.
—Seguramente.
—Por otra parte, cuando al ver una cosa tú imaginas otra, sea semejante o desemejante, tiene lugar necesariamente una reminiscencia.
74d-74e
—Sin dificultad.
—Pero, repuso Sócrates, dime: ¿cuando vemos árboles que son iguales u otras cosas iguales, las encontramos iguales como la igualdad misma, de que tenemos idea, o falta mucho para que sean iguales como esta igualdad?
—Falta mucho.
—¿Convenimos, pues, en que cuando alguno viendo una cosa piensa que esta cosa, como la que yo estoy viendo ahora delante de mí, puede ser igual a otra, pero que la falta mucho para ello, porque es inferior respecto de ella, será preciso, digo, que aquel que tiene este pensamiento haya visto y conocido antes esta cosa a la que dice que la otra se parece pero imperfectamente?
—Es de necesidad absoluta.
—¿No nos sucede lo mismo respecto de las cosas iguales, cuando queremos compararlas con la igualdad?
–Seguramente, Sócrates.
75a
—Por consiguiente, es de toda necesidad que hayamos visto esta igualdad antes del momento en que, al ver por primera vez cosas iguales, hemos creído que todas tienden a ser iguales como la igualdad misma, y que no pueden conseguirlo.
—Es cierto.
—También convenimos en que hemos sacado este pensamiento (ni podía salir de otra parte) de alguno de nuestros sentidos, por haber visto o tocado, o, en fin, por haber ejercitado cualquiera otro de nuestros sentidos, porque lo mismo digo de todos.
—Lo mismo puede decirse, Sócrates, tratándose de lo que ahora tratamos.
—Es preciso, por lo tanto, que de los sentidos mismos saquemos este pensamiento: que todas las cosas iguales que caen bajo nuestros sentidos, tienden a esta igualdad inteligible, y que se quedan por bajo de ella. ¿No es así?
75b
—Sí, sin duda, Sócrates.
—Porque antes que hayamos comenzado a ver, oír, y hacer uso de todos los demás sentidos, es preciso que hayamos tenido conocimiento de esta igualdad inteligible, para comparar con ella las cosas sensibles iguales; y para ver que ellas tienden todas a ser semejantes a esta igualdad, pero que son inferiores a la misma.
—Es una consecuencia necesaria de lo que se ha dicho, Sócrates.
—Pero, ¿no es cierto que desde el instante en que hemos nacido hemos visto, hemos oído y hemos hecho uso de todos los demás sentidos?
—Muy cierto.
75c
—Es preciso, entonces, que antes de este tiempo hayamos tenido conocimiento de la igualdad.
—Sin duda.
—Por consiguiente, es absolutamente necesario que lo hayamos tenido antes de nuestro nacimiento.
—Así me parece.
—Si lo hemos tenido antes de nuestro nacimiento, nosotros sabemos antes de nacer; y después hemos conocido no sólo lo que es igual, lo que es más grande, lo que es más pequeño, sino también todas las cosas de esta naturaleza; porque lo que decimos aquí de la igualdad, lo mismo puede decirse de la belleza, de la bondad, de la justicia, de la santidad; en una palabra, de todas las demás cosas, cuya existencia admitimos en nuestras conversaciones y en nuestras preguntas y respuestas. De suerte que es de necesidad absoluta que hayamos tenido conocimientos antes de nacer.
75d
—Es cierto.
—Y si después de haber tenido estos conocimientos, nunca los olvidáramos, no sólo naceríamos con ellos, sino que los conservaríamos durante toda nuestra vida; porque saber, ¿es otra cosa que conservar la ciencia que se ha recibido, y no perderla?, y olvidar, ¿no es perder la ciencia que se tenía antes?
—Sin dificultad, Sócrates.
75e
—Y si después de haber tenido estos conocimientos antes de nacer, y haberlos perdido después de haber nacido, llegamos en seguida a recobrar esta ciencia anterior, sirviéndonos del ministerio de nuestros sentidos, que es lo que llamamos aprender; ¿no es esto recobrar la ciencia que teníamos, y no tendremos razón para llamar a esto reminiscencia?
—Con muchísima razón, Sócrates.
76a
—Estamos, pues, conformes en que es muy posible que aquel que ha sentido una cosa, es decir, que la ha visto, oído o, en fin, percibido por alguno de sus sentidos, piense, con ocasión de estas sensaciones, en una cosa que ha olvidado, y cosa que tenga alguna relación con la percibida, ya se le parezca o ya no se le parezca. De manera que tiene que suceder una de dos cosas: o que nazcamos con estos conocimientos y los conservemos toda la vida; o que los que aprenden, no hagan, según nosotros, otra cosa que recordar, y que la ciencia no sea más que una reminiscencia.
—Así es, Sócrates.
76b
—¿Qué escoges tú, Simmias? ¿Nacemos con conocimientos, o nos acordamos después de haber olvidado lo que sabíamos?
—En verdad, Sócrates, no sé al presente qué escoger.
—Pero, ¿qué pensarías y qué escogerías en este caso? Un hombre que sabe una cosa, ¿puede dar razón de lo que sabe?
—Puede, sin duda, Sócrates.
—¿Y te parece que todos los hombres pueden dar razón de las cosas de que acabamos de hablar?
—Yo querría que fuese así, respondió Simmias; pero me temo mucho que mañana no encontremos un hombre capaz de dar razón de ellas.
76c
—¿Te parece, Simmias, que todos los hombres tienen esta ciencia?
—Seguramente no.
—¿Ellos no hacen entonces más que recordar las cosas que han sabido en otro tiempo?
—Así es.
—¿Pero en qué tiempo han adquirido nuestras almas esta ciencia? Porque no ha sido después de nacer.
—Ciertamente no.
—¿Ha sido antes de este tiempo?
—Sin duda.
—Por consiguiente, Simmias, nuestras almas existían antes de este tiempo, antes de aparecer bajo esta forma humana; y mientras estaban así, sin cuerpos, sabían.
—A menos que digamos, Sócrates, que hemos adquirido los conocimientos en el acto de nacer; porque ésta es la única época que nos queda.
76d
—Sea así, mi querido Simmias, replicó Sócrates; pero ¿en qué otro tiempo los hemos perdido? Porque hoy no los tenemos según acabamos de decir. ¿Los hemos perdido al mismo tiempo que los hemos adquirido?, ¿o puedes tú señalar otro tiempo?
—No, Sócrates; no me había apercibido de que nada significa lo que he dicho.
76e
—Es preciso, pues, hacer constar, Simmias, que si todas estas cosas que tenemos continuamente en la boca, quiero decir, lo bello, lo justo y todas las esencias de este género, existen verdaderamente, y que si referimos todas las percepciones de nuestros sentidos a estas nociones primitivas como a su tipo, que encontramos desde luego en nosotros mismos, digo, que es absolutamente indispensable, que así como todas estas nociones primitivas existen, nuestra alma haya existido igualmente antes que naciésemos; y si estas nociones no existieran, todos nuestros discursos son inútiles. ¿No es esto incontestable? ¿No es igualmente necesario que si estas cosas existen, hayan también existido nuestras almas antes de nuestro nacimiento; y que si aquellas no existen, tampoco debieron existir estas?
77a
—Esto, Sócrates, me parece igualmente necesario e incontestable; y de todo este discurso resulta, que antes de nuestro nacimiento nuestra alma existía, así como estas esencias, de que acabas de hablarme; porque yo no encuentro nada más evidente que la existencia de todas estas cosas: lo bello, lo bueno, lo justo; y tú me lo has demostrado suficientemente.
—¿Y Cebes?, dijo Sócrates: porque es preciso que Cebes esté persuadido de ello.
77b
—Yo pienso, dijo Simmias, que Cebes considera tus pruebas muy suficientes, aunque es el más rebelde de todos los hombres para darse por convencido. Sin embargo, supongo que lo está de que nuestra alma existe antes de nuestro nacimiento; pero que exista después de la muerte, es lo que a mí mismo no me parece bastante demostrado; porque esa opinión del pueblo, de que Cebes te hablaba antes, queda aún en pie y en toda su fuerza; la de que, después de muerto el hombre, su alma se disipa y cesa de existir. En efecto, ¿qué puede impedir que el alma nazca, que exista en alguna parte, que exista antes de venir a animar el cuerpo, y que, cuando salga de este, concluya con él y cese de existir?
77c-77d
—Dices muy bien, Simmias, dijo Cebes; me parece que Sócrates no ha probado más que la mitad de lo que era preciso que probara; porque ha demostrado muy bien que nuestra alma existía antes de nuestro nacimiento; mas para completar su demostración, debía probar igualmente que, después de nuestra muerte, nuestra alma existe lo mismo que existió antes de esta vida.
—Ya os lo he demostrado, Simmias y Cebes, repuso Sócrates; y convendréis en ello, si unís esta última prueba a la que ya habéis admitido; esto es, que los vivos nacen de los muertos. Porque si es cierto que nuestra alma existe antes del nacimiento, y si es de toda necesidad que, al venir a la vida, salga, por decirlo así, del seno de la muerte, ¿cómo no ha de ser igualmente necesario que exista después de la muerte, puesto que debe volver a la vida? Así, pues, lo que ahora me pedís ha sido ya demostrado. Sin embargo, me parece que ambos deseáis profundizar más esta cuestión, y que teméis, como los niños, que, cuando el alma sale del cuerpo, la arrastren los vientos, sobre todo cuando se muere en tiempo de borrascas.
77e
—Entonces Cebes, sonriéndose, dijo: Sócrates, supón que lo tememos; o más bien, que sin temerlo, está aquí entre nosotros un niño que lo teme, a quien es necesario convencer de que no debe temer la muerte como a un vano fantasma.
—Para esto, replicó Sócrates, es preciso emplear todos los días encantamientos, hasta que se haya curado de semejante aprensión.
78a
—Pero, Sócrates, ¿dónde encontraremos un buen encantador, puesto que tú vas a abandonarnos?
—La Grecia es grande, Cebes, respondió Sócrates; y en ella encontraréis muchas personas muy entendidas. Por otra parte, tenéis muchos pueblos extranjeros, y es preciso recorrerlos todos e interrogarlos, para encontrar este encantador, sin escatimar gasto, ni trabajo; porque en ninguna cosa podéis emplear más útilmente vuestra fortuna. También es preciso que lo busquéis entre vosotros, porque quizá no encontrareis otros más capaces que vosotros mismos para estos encantamientos.
78b
—Haremos lo que dices, Sócrates; pero si no te molesta, volvamos a tomar el hilo de nuestra conversación.
—Con mucho gusto, Cebes, ¿y por qué no?
—Perfectamente, Sócrates, dijo Cebes.
—Lo primero que debemos preguntarnos a nosotros mismos, dijo Sócrates, es cuáles son las cosas que por su naturaleza pueden disolverse, respecto de qué otras deberemos temer que tenga lugar esta disolución, y en cuáles no es posible este accidente. En seguida, es preciso examinar a cuál de estas naturalezas pertenece nuestra alma; y teniendo esto en cuenta, temer o esperar por ella.
—Es muy cierto.
78c
—¿No os parece que son las cosas compuestas, o que por su naturaleza deben serlo, las que deben disolverse en los elementos que han formado su composición; y que si hay seres, que no son compuestos, ellos son los únicos respecto de los que no puede tener lugar este accidente?
—Me parece muy cierto lo que dices, contestó Cebes.
—Las cosas que son siempre las mismas y de la misma manera, ¿no tienen trazas de no ser compuestas? Las que mudan siempre y que nunca son las mismas, ¿no tienen trazas de ser necesariamente compuestas?
—Creo lo mismo, Sócrates.
78d
—Dirijámonos desde luego a esas cosas de que hablamos antes, y cuya verdadera existencia hemos admitido siempre en nuestras preguntas y respuestas. Estas cosas, ¿son siempre las mismas o mudan alguna vez? La igualdad, la belleza, la bondad y todas las existencias esenciales, ¿experimentan a veces algún cambio, por pequeño que sea, o cada una de ellas, siendo pura y simple, subsiste siempre la misma en sí, sin experimentar nunca la menor alteración, ni la menor mudanza?
—Es necesariamente preciso que ellas subsistan siempre las mismas sin mudar jamás.
78e
—Y todas las demás cosas, repuso Sócrates, hombres, caballos, trajes, muebles y tantas otras de la misma naturaleza, ¿quedan siempre las mismas, o son enteramente opuestas a las primeras, en cuanto no subsisten siempre en el mismo estado, ni con relación a sí mismas, ni con relación a los demás?
—No subsisten nunca las mismas, respondió Cebes.
79a
—Ahora bien; estas cosas tú las puedes ver, tocar, percibir por cualquier sentido; mientras que las primeras, que son siempre las mismas, no pueden ser comprendidas sino por el pensamiento, porque son inmateriales y no se las ve jamás.
—Todo eso es verdad; dijo Cebes.
—¿Quieres, continuó Sócrates, que reconozcamos dos clases de cosas?
—Con mucho gusto, dijo Cebes.
—¿Las unas visibles y las otras inmateriales? ¿Estas, siempre las mismas; aquellas, en un continuo cambio?
—Me parece bien, dijo Cebes.
79b
—Veamos, pues. ¿No somos nosotros un compuesto de cuerpo y alma? ¿Hay otra cosa en nosotros?
—No, sin duda; no hay más.
—¿A cuál de estas dos especies diremos, que nuestro cuerpo se conforma o se parece?
—Todos convendrán en que a la especie visible.
—Y nuestra alma, mi querido Cebes, ¿es visible o invisible?
—Visible no es; por lo menos a los hombres.
—Pero cuando hablamos de cosas visibles o invisibles, hablamos con relación a los hombres, sin tener en cuenta ninguna otra naturaleza.
—Sí, con relación a la naturaleza humana.
—¿Qué diremos, pues, del alma? ¿Puede ser vista o no puede serlo?
—No puede serlo.
—Luego es inmaterial.
—Sí.
—Por consiguiente, nuestra alma es más conforme que el cuerpo con la naturaleza invisible; y el cuerpo más conforme con la naturaleza visible.
79c
—Es absolutamente necesario.
—¿No decíamos que, cuando el alma se sirve del cuerpo para considerar algún objeto, ya por la vista, ya por el oído, ya por cualquier otro sentido (porque la única función del cuerpo es atender a los objetos mediante los sentidos), se ve entonces atraída por el cuerpo hacia cosas que no son nunca las mismas; se extravía, se turba, vacila y tiene vértigos, como si estuviera ebria; todo por haberse ligado a cosas de esta naturaleza?
—Sí.
79d
—Mientras que, cuando ella examina las cosas por sí misma, sin recurrir al cuerpo, se dirige a lo que es puro, eterno, inmortal, inmutable; y como es de la misma naturaleza, se une y estrecha con ello cuanto puede y da de sí su propia naturaleza. Entonces cesan sus extravíos, se mantiene siempre la misma, porque está unida a lo que no cambia jamás, y participa de su naturaleza; y este estado del alma es lo que se llama sabiduría.
—Has hablado perfectamente, Sócrates; y dices una gran verdad.
—¿A cuál de estas dos especies de seres, te parece que el alma es más semejante, y con cuál está más conforme, teniendo en cuenta los principios que dejamos sentados y todo lo que acabamos de decir?
79e
—Me parece, Sócrates, que no hay hombre, por tenaz y estúpido que sea, que estrechado por tu método, no convenga en que el alma se parece más y es más conforme con lo que se mantiene siempre lo mismo, que no con lo que está en continua mudanza.
—¿Y el cuerpo?
—Se parece más a lo que cambia.
80a
—Sigamos aún otro camino. Cuando el alma y el cuerpo están juntos, la naturaleza ordena que el uno obedezca y sea esclavo, y que el otro tenga el imperio y el mando. ¿Cuál de los dos te parece semejante a lo que es divino, y cuál a lo que es mortal? ¿No adviertes que lo que es divino es lo único capaz de mandar y de ser dueño; y que lo que es mortal es natural que obedezca y sea esclavo?
—Seguramente.
—¿A cuál de los dos se parece nuestra alma?
—Es evidente, Sócrates, que nuestra alma se parece a lo que es divino, y nuestro cuerpo a lo que es mortal.
80b
—Mira, pues, mi querido Cebes, si de todo lo que acabamos de decir no se sigue necesariamente, que nuestra alma es muy semejante a lo que es divino, inmortal, inteligible, simple, indisoluble, siempre lo mismo, y siempre semejante a sí propio; y que nuestro cuerpo se parece perfectamente a lo que es humano, mortal, sensible, compuesto, disoluble, siempre mudable, y nunca semejante a sí mismo. ¿Podremos alegar algunas razones que destruyan estas consecuencias, y que hagan ver que esto no es cierto?
—No, sin duda, Sócrates.
—Siendo esto así, ¿no conviene al cuerpo la disolución, y al alma el permanecer siempre indisoluble o en un estado poco diferente?
—Es verdad.
80c
—Pero observa, que después que el hombre muere, su parte visible, el cuerpo, que queda expuesto a nuestras miradas, que llamamos cadáver, y que por su condición puede disolverse y disiparse, no sufre por lo pronto ninguno de estos accidentes, sino que subsiste entero bastante tiempo, y se conserva mucho más, si el muerto era de bellas formas y estaba en la flor de sus años; porque los cuerpos que se recogen y embalsaman, como en Egipto, duran enteros un número indecible de años; y en aquellos mismos que se corrompen, hay siempre partes, como los huesos, los nervios y otros miembros de la misma condición, que parecen, por decirlo así, inmortales. ¿No es esto cierto?
80d
—Muy cierto.
—Y el alma, este ser invisible que marcha a un paraje semejante a ella, paraje excelente, puro, invisible, esto es, a los infiernos, cerca de un Dios lleno de bondad y de sabiduría, y a cuyo sitio espero que mi alma volará dentro de un momento, si Dios lo permite; ¡qué!, ¿un alma semejante y de tal naturaleza se habrá de disipar y anonadar, apenas abandone el cuerpo, como lo creen la mayor parte de los hombres?
80e
De ninguna manera, mis queridos Simmias y Cebes; y he aquí lo que realmente sucede. Si el alma se retira pura, sin conservar nada del cuerpo, como sucede con la que, durante la vida, no ha tenido voluntariamente con él ningún comercio, sino que por el contrario, le ha huido, estando siempre recogida en sí misma y meditando siempre, es decir, filosofando en regla, y aprendiendo efectivamente a morir; porque, ¿no es esto prepararse para la muerte?
81a
—De hecho.
—Si el alma, digo, se retira en este estado, se une a un ser semejante a ella, divino, inmortal, lleno de sabiduría, cerca del cual goza de la felicidad, viéndose así libre de sus errores, de su ignorancia, de sus temores, de sus amores tiránicos y de todos los demás males afectos a la naturaleza humana; y puede decirse de ella como de los iniciados, que pasa verdaderamente con los dioses toda la eternidad. ¿No es esto lo que debemos decir, Cebes?
—Sí, ¡por Júpiter!
81b
—Pero si se retira del cuerpo manchada, impura, como la que ha estado siempre mezclada con él, ocupada en servirle, poseída de su amor, embriagada en él hasta el punto de creer que no hay otra realidad que la corporal, lo que se puede ver, tocar, beber y comer, o lo que sirve a los placeres del amor; mientras que aborrecía, temía y huía habitualmente de todo lo que es oscuro e invisible para los ojos, de todo lo que es inteligible, y cuyo sentido sólo la filosofía muestra; ¿crees tú que un alma, que se encuentra en tal estado, pueda salir del cuerpo pura y libre?
81c-81d-81e
—No; eso no puede ser.
—Por el contrario, sale afeada con las manchas del cuerpo, que se han hecho como naturales en ella por el comercio continuo y la unión demasiado estrecha que con él ha tenido, por haber estado siempre unida con él y ocupándose sólo de él.
—Estas manchas, mi querido Cebes, son una cubierta tosca, pesada, terrestre y visible; y el alma, abrumada con este peso, se ve arrastrada hacia este mundo visible por el temor que tiene del mundo invisible, del infierno; y anda, como suele decirse, errante por los cementerios alrededor de las tumbas, donde se han visto fantasmas tenebrosos, como son los espectros de estas almas, que no han abandonado el cuerpo del todo purificadas, sino reteniendo algo de esta materia visible, que las hace aún a ellas mismas visibles.
—Es muy probable que así sea, Sócrates.
—Sí, sin duda, Cebes; y es probable también que no sean las almas de los buenos, sino las de los malos, las que se ven obligadas a andar errantes por esos sitios, donde llevan el castigo de su primera vida, que ha sido mala; y donde continúan vagando hasta que, llevadas del amor que tienen a esa masa corporal que les sigue siempre, se ingieren de nuevo en un cuerpo y se sumen probablemente en esas mismas costumbres, que constituían la ocupación de su primera vida.
—¿Qué dices, Sócrates?
81e
—Digo, por ejemplo, Cebes, que los que han hecho de su vientre su Dios y que han amado la intemperancia, sin ningún pudor, sin ninguna cautela, entran probablemente en cuerpos de asnos o de otros animales semejantes; ¿no lo piensas tú también?
—Seguramente.
82a
—Y las almas, que sólo han amado la injusticia, la tiranía y las rapiñas, van a animar cuerpos de lobos, de gavilanes, de halcones. Almas de tales condiciones, ¿pueden ir a otra parte?
—No, sin duda.
—Lo mismo sucede a las demás; siempre van asociadas a cuerpos análogos a sus gustos.
—Evidentemente.
82b
—¿Cómo puede dejar de ser así? Y los más dichosos, cuyas almas van a un lugar más agradable, ¿no son aquellos que siempre han ejercitado esta virtud social y civil que se llama templanza y justicia, a la que se han amoldado sólo por el hábito y mediante el ejercicio, sin el auxilio de la filosofía y de la reflexión?
—¿Cómo pueden ser los más dichosos?
—Porque es probable que sus almas entren en cuerpos de animales pacíficos y dulces, como las abejas, las avispas, las hormigas; o que vuelvan a ocupar cuerpos humanos, para formar hombres de bien.
—Es probable.
82c
—Pero en cuanto a aproximarse a la naturaleza de los dioses, de ninguna manera es esto permitido a aquellos que no han filosofado durante toda su vida, y cuyas almas no han salido del cuerpo en toda su pureza. Esto está reservado al verdadero filósofo. He aquí por qué, mi querido Simmias y mi querido Cebes, los verdaderos filósofos renuncian a todos los deseos del cuerpo; se contienen y no se entregan a sus pasiones; no temen ni la ruina de su casa, ni la pobreza, como la multitud que está apegada a las riquezas; ni teme la ignominia ni el oprobio, como los que aman las dignidades y los honores.
—No debería obrarse de otra manera, repuso Cebes.
82d
—No sin duda, continuó Sócrates; así, todos aquellos que tienen interés por su alma y que no viven para halagar al cuerpo, rompen con todas las costumbres, y no siguen el mismo camino que los demás, que no saben a dónde van, sino que persuadidos de que no debe hacerse nada que sea contrario a la filosofía, a la libertad y a la purificación que ella procura, se dejan conducir por ella y la siguen a todas partes a donde quiera conducirles.
—¿Cómo, Sócrates?
82e-83a-83b
—Voy a explicároslo. Los filósofos, al ver que su alma está verdaderamente ligada y pegada al cuerpo, y forzada a considerar los objetos por medio del cuerpo, como a través de una prisión oscura, y no por sí misma, conocen perfectamente que la fuerza de este lazo corporal consiste en las pasiones, que hacen que el alma misma encadenada contribuya a apretar la ligadura. Conocen también que la filosofía, al apoderarse del alma en tal estado, la consuela dulcemente e intenta desligarla, haciéndola ver que los ojos del cuerpo sufren numerosas ilusiones, lo mismo que los oídos y que todos los demás sentidos; la advierte que no debe hacer de ellos otro uso que aquel a que obliga la necesidad, y la aconseja que se encierre y se recoja en sí misma; que no crea en otro testimonio que en el suyo propio, después de haber examinado dentro de sí misma lo que cada cosa es en su esencia; debiendo estar bien persuadida de que cuanto examine por medio de otra cosa, como muda con el intermedio mismo, no tiene nada de verdadero. Ahora bien; lo que ella examina por los sentidos es sensible y visible; y lo que ve por sí misma es invisible e inteligible. El alma del verdadero filósofo, persuadida de que no debe oponerse a su libertad, renuncia, en cuanto le es posible, a los placeres, a los deseos, a las tristezas, a los temores, porque sabe que, después de los grandes placeres, de los grandes temores, de las extremas tristezas y de los extremos deseos, no sólo se experimentan los males sensibles, que todo el mundo conoce, como las enfermedades o la pérdida de bienes, sino el más grande y el íntimo de todos los males, tanto más grande, cuanto que no se deja sentir.
83c
—¿En qué consiste ese mal, Sócrates?
—En que obligada el alma a regocijarse o afligirse por cualquier objeto, está persuadida de que lo que le causa este placer o esta tristeza es muy verdadero y muy real, cuando no lo es en manera alguna. Tal es el efecto de todas las cosas visibles; ¿no es así?
—Es cierto, Sócrates.

 

Platón, «Fedón», Obras Completas de Platón. Tomo V. Puestas en lengua castellana por primera vez por Patricio de Azcárate, Medina y Navarro (eds.), Madrid, 1871.

 

Fragmentos del texto

Los siguientes fragmentos del texto deben ser impresos, analizados a mano siguiendo estas instrucciones, calificados primero por su autor/a y luego por un compañero/a siguiendo la rúbrica aportada y, finalmente, entregados al profesor para su revisión.

 

Fedón 1              Fedón 2               Fedón 3

 

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