HANNAH ARENDT (1906-1975)
Esquema
INFLUENCIAS EN SU PENSAMIENTO
- la fenomenología del filósofo y matemático judío alemán Edmund Husserl (1859-1938)
- hay que ir a las cosas mismas, a los fenómenos tal y como los experimenta nuestro propio yo, para lo que hay que hacer «epojé» (epoché), es decir, poner entre paréntesis los conceptos incrustados en la tradición, que nos hacen interpretar la realidad de forma distorsionada
- la obra del filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976)
- hay que volver al contacto inmediato del hombre con el mundo que la tradición metafísica ha ocultado y evitado sobrevalorando la contemplación abstracta
- es precisa una Destruktion o destrucción de los conceptos, sobre todo modernos, que encierran una concepción errónea, que oculta al ser humano
- hay que rechazar la pretensión de la Modernidad de interpretar la realidad en términos de cálculo y tecnificación, es decir, de instrumento
- el pensamiento filosófico de clásicos como Aristóteles, Agustín, Kant y Nietzsche
SU OBJETIVO Y MÉTODO
- su filosofía se puede entender como el intento de responder a la pregunta sobre la naturaleza de la política y la vida política, como distintas de otros ámbitos de la actividad humana
- los conceptos que maneja la filosofía política tradicional son un impedimento, porque encierran prejuicios y presuposiciones de sus autores que distorsionan u ocultan los verdaderos fenómenos políticos
- hay que hacer «epojé» (epoché) de la postura filosófica tradicional e ir a las cosas mismas
- hay que hacer una destrucción, hay que eliminar las incrustaciones distorsionadoras de la tradición filosófica, para descubrir el carácter originario de la experiencia política que ha sido ocultado casi por completo
- el método filosófico que guía su pensamiento es el fenomenológico:
- descubrir las estructuras fundamentales de la experiencia política, como distintas de otras formas de vida (morales, prácticas, artísticas, productivas, etc.)
- tales estructuras existenciales y experienciales se diferencian radicalmente de las construcciones conceptuales abstractas o generalizaciones empíricas sobre lo que la gente hace
- lo primario es la experiencia vivida, el mundo de la vida (Lebenswelt), que es pre-reflexiva
- tenemos una comprensión del mundo previa a cualquier teorización sobre él
- el conocimiento teórico es una extrapolación de esa experiencia primordial que puede servir para explicarla, pero también para distorsionarla, oscurecerla y ocultarla
LOS ORÍGENES DEL TOTALITARISMO (1951)
- trata de responder al ascenso de la Alemania nazi (con el exterminio de los judíos) y del estalinismo soviético (aniquilación de campesinos, intelectuales, científicos, políticos, etc.)
- el éxito popular de las ideologías totalitarias se debe a su promesa de un orden y estabilidad que se había perdido con la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión, por un lado, y la propagación del malestar revolucionario, por otro
- es decir, son consecuencia de una serie de patologías que habían erosionado el ámbito público o político como un espacio de libertad
- tales totalitarismos no suponen un grado superior del mal político que ya se conocía, sino que representan una «forma completamente nueva de gobierno», construida sobre el terror y la ficción ideológica
- las antiguas tiranías utilizaban el terror como instrumento para alcanzar o sostener el poder, mientras que para los regímenes totalitarios modernos el terror es un fin en sí mismo
- la necesidad del terror se justifica recurriendo a supuestas leyes de la historia (como el triunfo inevitable de la sociedad sin clases) o de la naturaleza (como la inevitabilidad de una guerra entre razas «elegidas» y otras «degeneradas»)
- las antiguas tiranías utilizaban el terror como instrumento para alcanzar o sostener el poder, mientras que para los regímenes totalitarios modernos el terror es un fin en sí mismo
LA CONDICIÓN HUMANA (1958)
- trata de establecer las condiciones de posibilidad de la experiencia política, en contraposición a otras esferas de actividad humana
- es una investigación histórico-filosófica que se remonta a la Antigua Grecia, donde nace la democracia y la filosofía política
- la comprensión política originaria griega es ocultada o eclipsada por la de la modernidad
- hay que reconstruir esa experiencia política originaria para poder entender mejor la experiencia política del presente
- la naturaleza o condición humana fundamental es la vita activa, en la que se pueden distinguir tres actividades: la labor, el trabajo y la acción
- esas tres actividades están ordenadas jerárquicamente de menor a mayor en términos de finalidad (versus instrumentalidad) y libertad (vs. necesidad)
- en la época moderna se ha invertido esa jerarquía, desfigurando, eclipsando, ocultando la importancia de la libertad política y la responsabilidad
- la labor es la actividad que se ocupa de la satisfacción de las necesidades biológicas esenciales para el mantenimiento de la existencia humana, las prácticas que son necesarias para el mantenimiento de la vida misma
- es interminable, no crea nada permanente, sus resultados se consumen rápidamente y deben renovarse perpetuamente, por lo que lleva a la sensación de inutilidad y sinsentido
- es la actividad menos humana en el sentido que es la que está más cerca del resto de animales (vs. Marx)
- la humanidad como animal laborans
- se impone como necesidad, por lo que el ser humano es, en ese sentido, un esclavo
- la labor se caracteriza por la falta de libertad
- la existencia de la esclavitud en la antigua Grecia sería el intento de eliminar esta actividad de las condiciones de la vida humana
- esta actividad, en la que entra la economía, pertenece en la antigua Grecia al ámbito privado del hogar (oikos) vs. el ámbito público de la comunidad política (polis)
- en la modernidad, las preocupaciones privadas del oikos saltan a la esfera pública (lo que Arendt llama «el surgimiento de lo social») y así se destruye lo político
- se subordina el ámbito público de la libertad humana a las preocupaciones meramente de necesidad animal
- el Estado se encarga de satisfacer las necesidades biológicas, invadiendo la esfera privada
- así desaparece el ámbito humano libre de necesidad, la esfera pública
- los seres humanos pasan a definirse por su trabajo
- con el capitalismo se prioriza lo económico, ocultando la posibilidad de una verdadera acción política que busque fines más elevados que la propia supervivencia
- se subordina el ámbito público de la libertad humana a las preocupaciones meramente de necesidad animal
- el trabajo es la actividad inherentemente pública con la que fabricamos los objetos artificiales duraderos que forman parte de nuestro mundo público común y son condición de posibilidad de la existencia de una comunidad política
- esos artefactos tienen como característica principal su perdurabilidad, conformando un mundo completamente distinto al natural
- su construcción implica cierta violencia hacia la naturaleza para obtener de ella materias primas
- por eso es una actividad exclusivamente humana, no animal
- esos objetos son relativamente independientes de quienes los construyen y sus acciones, pero sí que reflejan cierta libertad humana, al ser consecuencia de nuestra intención
- pero el trabajo no es la máxima expresión de la libertad humana, pues no es un fin en sí mismo, sino que está condicionado, subordinado a fines y objetivos que están fuera de él y para los que él es un mero medio: los objetos que crea
- en tanto se piensa al ser humano como esencialmente trabajador (homo faber), se le entiende de forma instrumental, como un medio para conseguir un fin determinado [de hecho Kant rechaza ese pensamiento afirmando que los seres humanos somos fines en sí mismos]
- desde esta perspectiva se considera que el valor de algo es meramente valor de uso, que nada tiene valor en sí mismo
- los representantes típicos de homo faber son el constructor, el arquitecto, el artesano, el artista y el legislador, ya que crean el mundo público, tanto física como institucionalmente, construyendo edificios y estableciendo leyes
- desde la modernidad, el homo faber está desplazado por el animal laborans, por lo que lo que se construye es efímero y perecedero, se agota a medida que se consume
- en la modernidad industrial, «todos los valores característicos del mundo de la fabricación -permanencia, estabilidad, durabilidad… se sacrifican en favor de los valores de vida, productividad y abundancia»
- así no es posible la construcción de un entorno compartido, objetivo, común y perdurable sobre el que fundar relaciones políticas y sus fines superiores
- la acción es la actividad fundamentalmente libre, pues es un fin en sí misma: no está subordinada a nada fuera de sí misma
- la existencia del ser humano introduce la libertad en el universo, pues su acción es principio, comienzo, significa tomar la iniciativa, poner algo en movimiento de manera completamente indeterminada
- supone la introducción de una novedad genuina, lo inesperado, lo no anticipado o impredecible en el mundo (contra la estadística y su probabilidad)
- la acción tiene consecuencias ilimitadas, es irreversible (el perdón es un concepto que surge para tolerar tal irreversibilidad) y es imprevisible (las promesas nacen para mitigar tal imprevisibilidad)
- la acción es el medio por el cual los humanos se muestran a los demás, aunque no sea conscientemente, distinguiéndonos de ellos como seres únicos e inimitables (la identidad se forma en la pluralidad)
- somos espectadores de las acciones de otros humanos desde diferentes perspectivas
- la acción está conectada esencialmente con el habla, la creación de discurso, que requiere de un espacio público (como el ágora en las polis)
- la política es la actividad continua de los ciudadanos que se reúnen para ejercer su capacidad de agencia, para conducir sus vidas juntos mediante el habla libre y la persuasión
- las acciones se pueden recoger en una historia, susceptible de ser grabada y conservada en documentos y monumentos visibles en la vida cotidiana
- las acciones no pueden justificarse por sí mismas, sino solo a la luz de su reconocimiento público y las reglas compartidas de una comunidad política
- la acción es una categoría pública, una práctica mundana que se experimenta en nuestro trato con los demás, y por lo tanto es una práctica que «presupone y solo puede realizarse en una polis humana»
- es condición sin la cual y por la cual es posible la política
- hay que reivindicar y reafirmar la política como ámbito valioso de acción humana y praxis que se da en el mundo de las apariencias
- la tradición filosófica occidental ha devaluado el mundo de la acción humana que atiende a las apariencias (la vita activa), subordinándolo a la vida de contemplación que se ocupa de las esencias y lo eterno (la vita contemplativa)
- el principal culpable de ello es Platón, quien subordina la acción y las apariencias al reino eterno de las Ideas
- por ejemplo, en el mito de la caverna, Platón describe el mundo de la actividad humana en términos de sombras y oscuridad, y llama a los que quieren conocer la verdad a apartarse de él en favor del mundo ideal
- de esa manera, Platón coloca la metafísica, la theoria, por encima de la praxis; y la episteme sobre la doxa
- eso supone que el ámbito de la acción y la apariencia humanas (donde tiene lugar la política) se subordina y se convierte en instrumento para los fines de las Ideas tal como se revelan al filósofo que vive la vida teorética (bios theôretikos)
- hay que salvar la acción y la apariencia, que es el lugar de la vida en común política, y el valor de la opinión, de los ataques de los filósofos
- desde la modernidad también se ha minado el espacio necesario para la acción política:
- alienación del mundo: pérdida de un mundo de experiencia y acción intersubjetivamente constituido mediante el cual establecemos nuestra identidad y una sensación adecuada de realidad
- alienación de la Tierra: intento de escapar de los confines de la Tierra, recrear la vida en condiciones de laboratorio y tratar de prolongar nuestra esperanza de vida dada impulsados por la ciencia y la tecnología
- surgimiento de lo social: expansión de la economía de mercado y la acumulación cada vez mayor de capital y riqueza social, convirtiendo todo en objeto de producción y consumo, de adquisición e intercambio, difuminando la distinción entre lo privado y lo público
- victoria del animal laborans: triunfo de los valores la labor sobre los del homo faber. Todos los valores característicos del mundo de la fabricación —permanencia, estabilidad, durabilidad—, así como aquellos característicos del mundo de la acción y el discurso —libertad, pluralidad, solidaridad—, son sacrificados en favor de los valores de vida, productividad y abundancia
EICHMANN EN JERUSALÉN. UN ESTUDIO SOBRE LA BANALIDAD DEL MAL (1963)
- Adolf Eichmann (1906-1962) fue un funcionario del gobierno nazi durante la Segunda Guerra Mundial que participó de manera clave en el exterminio de los judíos. Al acabar la guerra huyó a Argentina donde vivió hasta que fue descubierto y secuestrado por el Mossad para ser juzgado en Israel por crímenes contra la Humanidad. No mostró arrepentimiento. Su defensa consistió en decir que simplemente cumplía órdenes. Fue condenado y ejecutado en la horca
- Hannah Arendt asistió al juicio y escribió un reportaje que luego daría pie a un libro
- Arendt destaca que las acciones de Eichmann no se debían a una maldad radical, patología o convicción ideológica, sino que actuó sin considerar sus consecuencias, por lo que era plenamente responsable y su sentencia fue justa
- según Arendt, Eichmann fue incapaz de pensar por sí mismo, imaginar y ser consciente de la dimensión humana y ética de sus acciones
- el reconocimiento del mal requiere de imaginación para compartir el punto de vista de las víctimas
- el mal no es radical, no posee profundidad ni dimensión demoníaca
- el pensamiento (diálogo interior con uno mismo) disuelve los hábitos fijos de pensamiento y las reglas de conducta aceptadas, permitiendo juzgar más allá de las reglas universales preestablecidas
- juzgar por uno mismo es requisito para la autonomía moral, más allá de las propias convicciones morales o la educación recibida
- la moral no tiene que ver con nuestro trato con los demás, sino con nuestro trato con nosotros mismos: cada uno es legislador responsable de normas universalizables que incluyen la perspectiva de todos los demás
Texto
La condición humana
1. Vita activa y la condición humana
Con la expresión vita activa me propongo designar tres actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. Son fundamentales porque cada una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las que se ha dado al hombre la vida en la tierra.
Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor es la misma vida.
Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre, que no está inmerso en el constantemente repetido ciclo vital de la especie, ni cuya mortalidad queda compensada por dicho ciclo. El trabajo proporciona un «artificial» mundo de cosas, claramente distintas de todas las circunstancias naturales. Dentro de sus límites se alberga cada una de las vidas individuales, mientras que este mundo sobrevive y trasciende a todas ellas. La condición humana del trabajo es la mundanidad.
La acción, única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia, corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten en el mundo. Mientras que todos los aspectos de la condición humana están de algún modo relacionados con la política, esta pluralidad es específicamente la condición —no sólo la conditio sine qua non, sino la conditio per quam— de toda vida política. Así, el idioma de los romanos, quizás el pueblo más político que hemos conocido, empleaba las expresiones «vivir» y «estar entre hombres» (inter nomines esse) o «morir» y «cesar de estar entre hombres» (inter nomines esse desinere) como sinónimos. Pero en su forma más elemental, la condición humana de la acción está implícita incluso en el Génesis («y los creó macho y hembra»), si entendemos que esta historia de la creación del hombre se distingue en principio de la que nos dice que Dios creó originalmente el Hombre (Adán), a «él» y no a «ellos», con lo que la multitud de seres humanos se convierte en resultado de la multiplicación. La acción sería un lujo innecesario, una caprichosa interferencia en las leyes generales de la conducta, si los hombres fueran de manera interminable repeticiones reproducibles del mismo modelo, cuya naturaleza o esencia fuera la misma para todos y tan predecible como la naturaleza o esencia de cualquier otra cosa. La pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá.
Estas tres actividades y sus correspondientes condiciones están íntimamente relacionadas con la condición más general de la existencia humana: nacimiento y muerte, natalidad y mortalidad. La labor no sólo asegura la supervivencia individual, sino también la vida de la especie. El trabajo y su producto artificial hecho por el hombre, concede una medida de permanencia y durabilidad a la futilidad de la vida mortal y al efímero carácter del tiempo humano. La acción, hasta donde se compromete en establecer y preservar los cuerpos políticos, crea la condición para el recuerdo, esto es, para la historia. Labor y trabajo, así como la acción, están también enraizados en la natalidad, ya que tienen la misión de proporcionar y preservar —prever y contar con— el constante aflujo de nuevos llegados que nacen en el mundo como extraños. Sin embargo, de las tres, la acción mantiene la más estrecha relación con la condición humana de la natalidad; el nuevo comienzo inherente al nacimiento se deja sentir en el mundo sólo porque el recién llegado posee la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar. En este sentido de iniciativa, un elemento de acción, y por lo tanto de natalidad, es inherente a todas las actividades humanas. Más aún, ya que la acción es la actividad política por excelencia, la natalidad, y no la mortalidad, puede ser la categoría central del pensamiento político, diferenciado del metafísico.
La condición humana abarca más que las condiciones bajo las que se ha dado la vida al hombre. Los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia. El mundo en el que la vita activa se consume, está formado de cosas producidas por las actividades humanas; pero las cosas que deben su existencia exclusivamente a los hombres condicionan de manera constante a sus productores humanos. Además, de las condiciones bajo las que se da la vida del hombre en la Tierra, y en parte fuera de ellas, los hombres crean de continuo sus propias y autoproducidas condiciones que, no obstante su origen humano y variabilidad, poseen el mismo poder condicionante que las cosas naturales. Cualquier cosa que toca o entra en mantenido contacto con la vida humana asume de inmediato el carácter de condición de la existencia humana. De ahí que los hombres, no importa lo que hagan, son siempre seres condicionados. Todo lo que entra en el mundo humano por su propio acuerdo o se ve arrastrado a él por el esfuerzo del hombre pasa a ser parte de la condición humana. El choque del mundo de la realidad sobre la existencia humana se recibe y siente como fuerza condicionadora. La objetividad del mundo —su carácter de objeto o cosa— y la condición humana se complementan mutuamente; debido a que la existencia humana es pura existencia condicionada, sería imposible sin cosas, y éstas formarían un montón de artículos no relacionados, un no-mundo, si no fueran las condiciones de la existencia humana.
Para evitar el malentendido: la condición humana no es lo mismo que la naturaleza humana, y la suma total de actividades y capacidades que corresponden a la condición humana no constituye nada semejante a la naturaleza humana. Ni las que discutimos aquí, ni las que omitimos, como pensamiento y razón, ni siquiera la más minuciosa enumeración de todas ellas, constituyen las características esenciales de la existencia humana, en el sentido de que sin ellas dejaría de ser humana dicha existencia. El cambio más radical que cabe imaginar en la condición humana sería la emigración de los hombres desde la Tierra hasta otro planeta. Tal acontecimiento, ya no totalmente imposible, llevaría consigo que el hombre habría de vivir bajo condiciones hechas por el hombre radicalmente diferentes de las que le ofrece la Tierra. Ni labor, ni trabajo, ni acción, ni pensamiento, tendrían sentido tal como los conocemos. No obstante, incluso estos hipotéticos vagabundos seguirían siendo humanos; pero el único juicio que podemos hacer con respecto a su «naturaleza» es que continuarían siendo seres condicionados, si bien su condición sería, en gran parte, autofabricada.
El problema de la naturaleza humana, la quaestio mihi factus sum de san Agustín («he llegado a ser un problema para mí mismo»), no parece tener respuesta tanto en el sentido psicológico individual como en el filosófico general. Resulta muy improbable que nosotros, que podemos saber, determinar, definir las esencias naturales de todas las cosas que nos rodean, seamos capaces de hacer lo mismo con nosotros mismos, ya que eso supondría saltar de nuestra propia sombra. Más aún, nada nos da derecho a dar por sentado que el hombre tiene una naturaleza o esencia en el mismo sentido que otras cosas. Dicho con otras palabras: si tenemos una naturaleza o esencia, sólo un dios puede conocerla y definirla, y el primer requisito sería que hablara sobre un «quién» como si fuera un «qué». La perplejidad radica en que los modos de la cognición humana aplicable a cosas con cualidades «naturales», incluyendo a nosotros mismos en el limitado grado en que somos especímenes de la especie más desarrollada de vida orgánica, falla cuando planteamos la siguiente pregunta: «¿Y quiénes somos?». A esto se debe que los intentos de definir la naturaleza humana terminan casi invariablemente en la creación de una deidad, es decir, en el dios de los filósofos que, desde Platón, se ha revelado tras estudio más atento como una especie de idea platónica del hombre. Claro está que desenmascarar tales conceptos filosóficos de lo divino como conceptualizaciones de las capacidades y cualidades humanas no supone una demostración, ni siquiera un argumento, de la no existencia de Dios; pero el hecho de que los intentos de definir la naturaleza del hombre lleven tan fácilmente a una idea que de manera definitiva nos suena como «superhumana» y, por lo tanto, se identifique con lo divino, arroja sospechas sobre el mismo concepto de «naturaleza humana».
Por otra parte, las condiciones de la existencia humana —la propia vida, natalidad y mortalidad, mundanidad, pluralidad y la Tierra— nunca pueden «explicar» lo que somos o responder a la pregunta de quiénes somos por la sencilla razón de que jamás nos condicionan absolutamente. Ésta ha sido desde siempre la opinión de la filosofía, a diferencia de las ciencias —antropología, psicología, biología, etc.— que también se preocupan del hombre. Pero en la actualidad casi cabe decir que hemos demostrado incluso científicamente que, si bien vivimos ahora, y probablemente seguiremos viviendo, bajo las condiciones terrenas, no somos simples criaturas sujetas a la Tierra. La moderna ciencia natural debe sus grandes triunfos al hecho de haber considerado y tratado a la naturaleza sujeta a la Tierra desde un punto de vista verdaderamente universal, es decir, desde el de Arquímedes, voluntaria y explícitamente considerado fuera de la Tierra.
2. La expresión vita activa
La expresión vita activa está cargada de tradición. Es tan antigua (aunque no más) como nuestra tradición de pensamiento político. Y dicha tradición, lejos de abarcar y conceptualizar todas las experiencias políticas de la humanidad occidental, surgió de una concreta constelación histórica: el juicio a que se vio sometido Sócrates y el conflicto entre el filósofo y la polis. Esto eliminó muchas experiencias de un pasado próximo que eran inaplicables a sus inmediatos objetivos políticos y prosiguió hasta su final, en la obra de Karl Marx, de una manera altamente selectiva. La expresión misma —en la filosofía medieval, la traducción modelo de la aristotélica bios politikos— se encuentra ya en san Agustín, donde como vita negotiosa o actuosa, aún refleja su significado original: vida dedicada a los asuntos público-políticos.
Aristóteles distinguió tres modos de vida (bioi) que podían elegir con libertad los hombres, o sea, con plena independencia de las necesidades de la vida y de las relaciones que originaban.
Este requisito de libertad descartaba todas las formas de vida dedicadas primordialmente a mantenerse vivo, no sólo la labor, propia del esclavo, obligado por la necesidad a permanecer vivo y sujeto a la ley de su amo, sino también la vida trabajadora del artesano libre y la adquisitiva del mercader. En resumen, excluía a todos los que involuntariamente, de manera temporal o permanente, habían perdido la libre disposición de sus movimientos y actividades. Esas tres formas de vida tienen en común su interés por lo «bello», es decir, por las cosas no necesarias ni meramente útiles: la vida del disfrute de los placeres corporales en la que se consume lo hermoso; la vida dedicada a los asuntos de la polis, en la que la excelencia produce bellas hazañas y, por último, la vida del filósofo dedicada a inquirir y contemplar las cosas eternas, cuya eterna belleza no puede realizarse mediante la interferencia productora del hombre, ni cambiarse por el consumo de ellas.
La principal diferencia entre el empleo de la expresión en Aristóteles y en el medioevo radica en que el bios politikos denotaba de manera explícita sólo el reino de los asuntos humanos, acentuando la acción, praxis, necesaria para establecerlo y mantenerlo. Ni la labor ni el trabajo se consideraba que poseyera suficiente dignidad para constituir un bios, una autónoma y auténticamente humana forma de vida; puesto que servían y producían lo necesario y útil, no podían ser libres e independientes de las necesidades y exigencias humanas. La forma de vida política escapaba a este veredicto debido al modo de entender los griegos la vida de la polis, que para ellos indicaba una forma muy especial y libremente elegida de organización política, y en modo alguno sólo una manera de acción necesaria para mantener unidos a los hombres dentro de un orden. No es que los griegos o Aristóteles ignoraran que la vida humana exige siempre alguna forma de organización política y que gobernar constituyera una distinta manera de vida, sino que la forma de vida del déspota, puesto que era «meramente» una necesidad, no podía considerarse libre y carecía de relación con el bios politikos.
Con la desaparición de la antigua ciudad-estado —parece que san Agustín fue el último en conocer al menos lo que significó en otro tiempo ser ciudadano—, la expresión vita activa perdió su específico significado político y denotó toda clase de activo compromiso con las cosas de este mundo. Ni que decir tiene que de esto no se sigue que labor y trabajo se elevaran en la jerarquía de las actividades humanas y alcanzaran la misma dignidad que una vida dedicada a la política. Fue, más bien, lo contrario: a la acción se la consideró también entre las necesidades de la vida terrena, y la contemplación (el bios theórétikos, traducido por vita contemplativa) se dejó como el único modo de vida verdaderamente libre.
Sin embargo, la enorme superioridad de la contemplación sobre la actividad de cualquier clase, sin excluir a la acción, no es de origen cristiano. La encontramos en la filosofía política de Platón, en donde toda la utópica reorganización de la vida de la polis no sólo está dirigida por el superior discernimiento del filósofo, sino que no tiene más objetivo que hacer posible la forma de vida de éste. La misma articulación aristotélica de las diferentes formas de vida, en cuyo orden la vida del placer desempeña un papel menor, se guía claramente por el ideal de contemplación (theória). A la antigua libertad con respecto a las necesidades de la vida y a la coacción de los demás, los filósofos añadieron el cese de la actividad política (skholé); por lo tanto, la posterior actitud cristiana de liberarse de la complicación de los asuntos mundanos, de todos los negocios de este mundo, se originó en la filosofía apolitia de la antigüedad. Lo que fue exigido sólo por unos pocos se consideró en la era cristiana como derecho de todos.
La expresión vita activa, comprensiva de todas las actividades humanas y definida desde el punto de vista de la absoluta quietud contemplativa, se halla más próxima a la askholia («inquietud») griega, con la que Aristóteles designaba a toda actividad, que al bios politikos griego. Ya en Aristóteles la distinción entre quietud e inquietud, entre una casi jadeante abstención del movimiento físico externo y la actividad de cualquier clase, es más decisiva que la diferencia entre la forma de vida política y la teórica, porque finalmente puede encontrarse dentro de cada una de las tres formas de vida. Es como la distinción entre guerra y paz: de la misma manera que la guerra se libra por amor a la paz, así toda clase de actividad, incluso los procesos de simple pensamiento, deben culminar en la absoluta quietud de la contemplación. Cualquier movimiento del cuerpo y del alma, así como del discurso y del razonamiento, han de cesar ante la verdad. Ésta, trátese de la antigua verdad del Ser o de la cristiana del Dios vivo, únicamente puede revelarse en completa quietud humana.
Tradicionalmente y hasta el comienzo de la Edad Moderna, la expresión vita activa jamás perdió su connotación negativa de «in-quietud», nec-otium, a-skholia. Como tal permaneció íntimamente relacionada con la aún fundamental distinción griega entre cosas que son por sí mismas lo que son y cosas que deben su existencia al hombre, entre cosas que son physei y las que son nomo. La superioridad de la contemplación sobre la actividad reside en la convicción de que ningún trabajo del hombre puede igualar en belleza y verdad al kosmos físico, que gira inmutable y eternamente sin ninguna interferencia del exterior, del hombre o dios. Esta eternidad sólo se revela a los ojos humanos cuando todos los movimientos y actividades del hombre se hallan en perfecto descanso. Comparada con esta actitud de reposo, todas las distinciones y articulaciones de la vita activa desaparecen. Considerada desde el punto de vista de la contemplación, no importa lo que turbe la necesaria quietud, siempre que la turbe.
Tradicionalmente, por lo tanto, la expresión vita activa toma su significado de la vita contemplativa; su muy limitada dignidad se le concede debido a que sirve las necesidades y exigencias de la contemplación en un cuerpo vivo. El cristianismo, con su creencia en el más allá, cuya gloria se anuncia en el deleite de la contemplación, confiere sanción religiosa al degradamiento de la vita activa a una posición derivada, secundaria; pero la determinación del orden coincidió con el descubrimiento de la contemplación (theória) como facultad humana, claramente distinta del pensamiento y del razonamiento, que se dio en la escuela socrática y que desde entonces ha gobernado el pensamiento metafísico y político a lo largo de nuestra tradición. Parece innecesario para mi propósito discutir las razones de esta tradición. Está claro que son más profundas que la ocasión histórica que dio origen al conflicto entre la polis y el filósofo y que así, casi de manera incidental, condujo también al hallazgo de la contemplación como forma de vida del filósofo. Dichas razones deben situarse en un aspecto completamente distinto de la condición humana, cuya diversidad no se agota en las distintas articulaciones de la vita activa y que, cabe sospechar, no se agotarían incluso si en ella incluyéramos al pensamiento y razón.
Si, por lo tanto, el empleo de la expresión vita activa, tal como lo propongo aquí, está en manifiesta contradicción con la tradición, se debe no a que dude de la validez de la experiencia que sostiene la distinción, sino más bien del orden jerárquico inherente a ella desde su principio. Lo anterior no significa que desee impugnar o incluso discutir el tradicional concepto de verdad como revelación y, en consecuencia, como algo esencialmente dado al hombre, o que prefiera la pragmática aseveración de la Edad Moderna en el sentido de que el hombre sólo puede conocer lo que sale de sus manos. Mi argumento es sencillamente que el enorme peso de la contemplación en la jerarquía tradicional ha borrado las distinciones y articulaciones dentro de la vita activa y que, a pesar de las apariencias, esta condición no ha sufrido cambio esencial por la moderna ruptura con la tradición y la inversión final de su orden jerárquico en Marx y Nietzsche. En la misma naturaleza de la famosa «apuesta al revés» de los sistemas filosóficos o de los actualmente aceptados, esto es, en la naturaleza de la propia operación, radica que el marco conceptual se deje más o menos intacto.
La moderna inversión comparte con la jerarquía tradicional el supuesto de que la misma preocupación fundamental humana ha de prevalecer en todas las actividades de los hombres, ya que sin un principio comprensivo no podría establecerse orden alguno. Dicho supuesto no es algo evidente, y mi empleo de la expresión vita activa presupone que el interés que sostiene todas estas actividades no es el mismo y que no es superior ni inferior al interés fundamental de la vita contemplativa.
3. Eternidad e inmortalidad
Que los varios modos de compromiso activo en las cosas de este mundo, por un lado, y el pensamiento puro que culmina en la contemplación, por el otro, correspondan a dos preocupaciones humanas totalmente distintas, ha sido manifiesto desde que «los hombres de pensamiento y los de acción empezaron a tomar diferentes sendas», esto es, desde que surgió el pensamiento político en la escuela de Sócrates. Sin embargo, cuando los filósofos descubrieron —y es probable, aunque no demostrado, que dicho descubrimiento se debiera al propio Sócrates— que el reino político no proporcionaba todas las actividades más elevadas del hombre, dieron por sentado de inmediato, no que hubieran encontrado algo diferente a lo ya sabido, sino que se encontraban ante un principio más elevado para reemplazar al que había regido a la polis. La vía más corta, si bien algo superficial, para señalar estos dos distintos y hasta cierto grado incluso conflictivos principios es recordar la distinción entre inmortalidad y eternidad.
Inmortalidad significa duración en el tiempo, vida sin muerte en esta Tierra y en este mundo tal como se concedió, según el pensamiento griego, a la naturaleza y a los dioses del Olimpo. Ante este fondo de la siempre repetida vida de la naturaleza y de la existencia sin muerte y sin edad de los dioses, se erigen los hombres mortales, únicos mortales en un inmortal aunque no eterno universo, confrontados con las vidas inmortales de sus dioses pero no bajo la ley de un Dios eterno. Si confiamos en Herodoto, la diferencia entre ambos parece haber chocado al propio entendimiento griego antes de la articulación conceptual de los filósofos y, por lo tanto, antes de las experiencias específicamente griegas de lo eterno que subrayan esta articulación. Herodoto, al hablar de las formas asiáticas de veneración y creencias en un Dios invisible, afirma de manera explícita que, comparado con este Dios transcendente (como diríamos en la actualidad) que está más allá del tiempo, de la vida y del universo, los dioses griegos son anthrópophyeis, es decir, que tiene la misma naturaleza, no simplemente la misma forma, que el hombre. La preocupación griega por la inmortalidad surgió de su experiencia de una naturaleza y unos dioses inmortales que rodeaban las vidas individuales de los hombres mortales. Metidos en un cosmos en que todo era inmortal, la mortalidad pasaba a ser la marca de contraste de la existencia humana. Los hombres son «los mortales», las únicas cosas mortales con existencia, ya que a diferencia de los animales no existen sólo como miembros de una especie cuya vida inmortal está garantizada por la procreación. La mortalidad del hombre radica en el hecho de que la vida individual, con una reconocible historia desde el nacimiento hasta la muerte, surge de la biológica. Esta vida individual se distingue de todas las demás cosas por el curso rectilíneo de su movimiento, que, por decirlo así, corta el movimiento circular de la vida biológica. La mortalidad es, pues, seguir una línea rectilínea en un universo donde todo lo que se mueve lo hace en orden cíclico.
La tarea y potencial grandeza de los mortales radica en su habilidad en producir cosas —trabajo, actos y palabras— que merezcan ser, y al menos en cierto grado lo sean, imperecederas con el fin de que, a través de dichas cosas, los mortales encuentren su lugar en un cosmos donde todo es inmortal a excepción de ellos mismos. Por su capacidad en realizar actos inmortales, por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su mortalidad individual, alcanzan su propia inmortalidad y demuestran ser de naturaleza «divina». La distinción entre hombre y animal se observa en la propia especie humana: sólo los mejores (aristoi), quienes constantemente se demuestran ser los mejores (aristeuein, verbo que carece de equivalente en ningún otro idioma) y «prefieren la fama inmortal a las cosas mortales», son verdaderamente humanos; los demás, satisfechos con los placeres que les proporciona la naturaleza, viven y mueren como animales. Ésta era la opinión de Heráclito, opinión cuyo equivalente difícilmente se encuentra en cualquier otro filósofo después de Sócrates.
Para nuestro propósito no es de gran importancia saber si fue Sócrates o Platón quien descubrió lo eterno como verdadero centro del pensamiento estrictamente metafísico. Pesa mucho a favor de Sócrates que sólo él entre los grandes pensadores —único en esto como en muchos otros aspectos— no se preocupó de poner por escrito sus pensamientos, ya que resulta evidente que, sea cual sea la preocupación de un pensador por la eternidad, en el momento en que se sienta para redactar sus pensamientos deja de interesarse fundamentalmente por la eternidad y fija su atención en dejar algún rastro de ellos. Se adentra en la vita activa y elige la forma de la permanencia y potencial inmortalidad. Una cosa es cierta: solamente en Platón la preocupación por lo eterno y la vida del filósofo se ven como inherentemente contradictorias y en conflicto con la pugna por la inmortalidad, la forma de vida del ciudadano, el bios politikos.
La experiencia del filósofo sobre lo eterno, que para Platón era arhéton («indecible») y aneu logou («sin palabra») para Aristóteles y que posteriormente fue conceptualizada en el paradójico nunc stans, sólo se da al margen de los asuntos humanos y de la pluralidad de hombres, como sabemos por el mito de la caverna en la República de Platón, habiéndose liberado de las trabas que le ataban a sus compañeros, abandona la caverna en perfecta «singularidad», por decirlo así, ni acompañado ni seguido por nadie. Políticamente hablando, si morir es lo mismo que «dejar de estar entre los hombres», la experiencia de lo eterno es una especie de muerte, y la única cosa que la separa de la muerte verdadera es que no es final, ya que ninguna criatura viva puede sufrirla durante ningún espacio de tiempo. Y esto es precisamente lo que separa a la vita contemplativa de la vita activa en el pensamiento medieval. No obstante, resulta decisivo que la experiencia de lo eterno, en contradicción con la de lo inmortal, carece de correspondencia y no puede transformarse en una actividad, puesto que incluso la actividad de pensar, que prosigue dentro de uno mismo por medio de palabras, está claro que no sólo es inadecuada para traducirla, sino que interrumpiría y arruinaría a la propia experiencia.
Theória o «contemplación» es la palabra dada a la experiencia de lo eterno, para distinguirla de las demás actitudes, que como máximo pueden atañer a la inmortalidad. Cabe que el descubrimiento de lo eterno por parte de los filósofos se viera ayudado por su muy justificada duda sobre las posibilidades de la polis en cuanto a inmortalidad o incluso permanencia, y cabe que el choque sufrido por este descubrimiento fuera tan enorme que les llevara a despreciar toda lucha por la inmortalidad como si se tratara de vanidad y vanagloria, situándose en abierta oposición a la antigua ciudad-estado y a la religión que había inspirado. Sin embargo, la victoria final de la preocupación por la eternidad sobre toda clase de aspiraciones hacia la inmortalidad no se debe al pensamiento filosófico. La caída del Imperio Romano demostró visiblemente que ninguna obra salida de manos mortales puede ser inmortal, y dicha caída fue acompañada del crecimiento del evangelio cristiano, que predicaba una vida individual imperecedera y que pasó a ocupar el puesto de religión exclusiva de la humanidad occidental. Ambos hicieron fútil e innecesaria toda lucha por una inmortalidad terrena. Y lograron tan eficazmente convertir a la vita activa y al bios politikos en asistentes de la contemplación, que ni siquiera el surgimiento de lo secular en la Edad Moderna y la concomitante inversión de la jerarquía tradicional entre acción y contemplación bastó para salvar del olvido la lucha por la inmortalidad, que originalmente había sido fuente y centro de la vita activa.
Arendt, H. (1993). La condición humana. Paidós.
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