Pamela Meyer. Cómo descubrir a un mentiroso

Otras perspectivas sobre la mentira:

«En un estado natural de las cosas, el individuo, en la medida en que se quiere mantener frente a los demás individuos, utiliza el intelecto y la mayor parte de las veces solamente para fingir, pero, puesto que el hombre, tanto por la necesidad como por hastío, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz y, de acuerdo con este, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad. En este mismo momento se fija lo que a partir de entonces ha de ser ‘verdad’, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, ‘soy rico’ cuando la designación correcta para su estado sería justamente ‘pobre’. Abusa de las convenciones consolidadas haciendo cambios discrecionales, cuando no invirtiendo los nombres. Si hace esto de manera interesada y que además ocasione perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por este motivo, lo expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados mediante el engaño; en este estadio tampoco detestan en rigor el embuste, sino las consecuencias perniciosas, hostiles, de ciertas clases de embustes. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos perjudiciales o destructivos. Y, además, ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?»

Nietzsche, F., Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Tecnos, Madrid.

«En efecto, el engaño está muy repartido en la naturaleza. El mimetismo en sus diversas manifestaciones no es más que una manera de evitar al depredador o de conseguir con más facilidad a la presa, según sea el caso. El comerciante que no produce lo mejor, sino la mejor apariencia, es el que vendiendo mejor lo peor, más beneficio consigue. Pero la naturaleza ‘en su infinita sabiduría’ también promociona la detección del engaño, y así la selección natural, en una carrera armamentística, va promocionando el veneno (el engaño) y su antídoto (la detección del engaño). Y luego está, especialmente entre los humanos, el autoengaño, el que engaña sin pretenderlo, y éste, claro, es el engaño más eficaz, porque no hay mala fe (‘yo hacía eso porque pensaba que era lo mejor para todos’). Pero no todo parecería fraudulento en esa ética contaminada por el egoísmo y el engaño. Adam Smith también observó en otra obra suya anterior, tan memorable como la ya citada [Sobre la riqueza de las naciones, de 1776] aunque mucho menos conocida, La teoría de los sentimientos morales de 1759, la circunstancia de que la desgracia ajena a menudo inspira compasión y ésta es un acicate para remediarla. Pero claro, desde lo no inefable, desde la accidentalidad, desde la perspectiva de la selección natural, el altruismo es como un arma secreta que se traduce en el engaño más sublimado. No ya porque mañana pueda ser yo el afectado y entonces exija como contrapartida que se me ayude como yo pueda haber ayudado en su día. Lo interesante es por qué la naturaleza me obliga a hacerlo, por qué me siento mal si no hago ‘lo que debo’, por qué me siento bien si lo hago. Por qué incluso me siento bien si ayudo a necesitados que ni siquiera voy a conocer jamás, como cuando dono sangre, o cuando adopto simbólicamente a un niño desconocido que vive en un lugar remoto, o cuando simplemente ayudo por ayudar sin que el ayudado sepa nunca cuál fue la mano amiga que, al menos en parte, le sacó momentáneamente y parcialmente de apuro. Simplemente, estoy haciendo publicidad de mi bondad y ‘buenos sentimientos’ ante los que me rodean, para generar confianza en mí, para hacerme lo más imprescindible posible, para que se cuente conmigo por ser de fiar. En definitiva, estoy engañando, pero sin saberlo, porque las emociones son genuinas, pero el resultado me promociona, me saca adelante con respecto a los demás, y sobre eso es sobre lo que actúa la selección natural. Y esas acciones son el visado para llegar a los codiciados recursos antes que los otros. O sea que el comportamiento ético genuino, cuando realmente existe, beneficia a los demás, pero me beneficia a mí más, sobre todo si, contra toda apariencia, dicho comportamiento es genuino y no pretendido. Y cuando no hay comportamiento ético, como en la mayoría de los casos, es que ese beneficio propio no resulta.»

Castrodeza, C., Nihilismo y supervivencia. Una expresión naturalista de lo inefable, Trotta, Madrid, 2007, pp. 73-74.

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